¿Qué es la neurosis? (2) El niño maltratado
En el artículo anterior hablamos de la neurosis desde un punto de vista interno o subjetivo, es decir, sólo en referencia a los problemas y actitudes del sujeto mismo, al margen de su entorno socio-familiar presente o pasado. Dicho enfoque subjetivista es el más frecuente en los escritos psicológicos, y el más practicado en la psicoterapia actual. No obstante, en otros artículos hemos hablado también de la neurosis desde un punto de vista externo o social, es decir, refiriéndonos a la implicación de la familia, la sociedad y las instituciones en la génesis y mantenimiento de los trastornos neuróticos. En esta ocasión, argumentaremos brevemente el papel absolutamente determinante de la familia en este problema.
El psicoanálisis, y la más elemental y desprejuiciada observación de los trastornos neuróticos, nos revela de inmediato que la mayoría de éstos no son sino la manifestación de determinadas heridas y conflictos conscientes e inconscientes que son, a su vez, el fruto de un determinado grado de maltrato en la infancia. Dicho maltrato no hay que entenderlo exclusivamente en sentido físico, sino de un modo mucho más amplio, profundo y sutil. Psicodinámicamente hablando, es maltrato cualquier tipo y grado de frustración de las necesidades intrínsecas del niño. Las cuales podemos resumir del siguiente modo:
- necesidades de seguridad (protección y cuidados físicos y emocionales)
- necesidades de afecto (cariño, empatía, contacto físico y psíquico)
- necesidades de respeto (a los sentimientos, espontaneidad y forma de ser del niño/a)
Tales actitudes indispensables por parte de la familia y cuidadores del niño deben ser, obviamente, sinceras -y no aparentes- tanto a nivel consciente como inconsciente. Y han de ser invariables, o sea, sin interrupciones ni altibajos. Cuanto más prematuramente, más intensamente y durante más largo tiempo se aleje la crianza de un niño/a de estas actitudes básicas, tanto más graves y numerosas serán las heridas que acumulará a lo largo de su infancia, y más síntomas neuróticos desarrollará, sobre todo a partir de la adolescencia (1).
Tal como resumió magníficamente Alice Miller, podemos observar una típica sucesión de fases en la génesis de los trastornos neuróticos (2):
- el niño/a recibe una serie de daños (desamor, agresiones, desprecios, carencias, miedos, pérdidas, etc.) entre los 0 y los 13 años.
- el niño/a reprime (es decir, se «traga») instintiva e inadvertidamente sus emociones al respecto (dolor, miedo, ira, odio, desamparo…) para no perder el supuesto amor de su familia, cuyos errores minimiza o ni siquiera percibe (la idealiza).
- el niño/a, a medida que crece, va olvidando la mayor parte de su dañino pasado (tal como se olvidan los sueños), del que sólo quedan, como islotes, algunos recuerdos. Pero estos recuerdos son sólo imágenes frías desprovistas de sus afectos asociados, que permanecen reprimidos.
- a partir de la adolescencia, o tras algún suceso desencadenante en la edad adulta (relaciones de pareja, relaciones sociales, estrés, frustraciones, pérdidas de cualquier tipo, etc.), el sujeto comienza a mostrar extraños síntomas neuróticos (inseguridades, ansiedades, fobias, obsesiones, agresividad, depresión, adicciones, etc.).
- como el pasado ya está lejos y olvidado, nadie entiende nada. Los padres son ahora unos ancianos «inocentes e inofensivos» que activan el sentimiento de culpa y el perdón forzado (es decir, superficial y prematuro) por parte del hijo/a maltratado/a. Comienza así el calvario de la psiquiatría y las malas terapias basadas en «culpar al enfermo», que encubrirán aún más, ahora con argumentos pretendidamente «científicos» (3), las causas evidentemente biográficas del drama íntimo del neurótico.
Debemos señalar que la incuestionable responsabilidad de la familia en la formación de hijos neuróticos no solamente es ignorado por ella misma, sino también por muchos profesionales de la salud mental, que están sujetos a diversos intereses ideológicos y económicos y, además, ellos mismos no suelen haber concienciado y resuelto sus propios dramas familiares (4). De este modo, las responsabilidades parentales quedan siempre en la sombra (excepto en los casos más graves), sin que la mayoría de psicoterapias vigentes quieran ocuparse del problema.
Es cierto que el enfoque convencional, subjetivista, de la neurosis es muy útil desde el punto de vista terapéutico. Pero para comprender y curar a fondo aquélla y, sobre todo, para prevenirla, es también inexcusable -y socialmente urgente- completar dicho enfoque con una visión más amplia, sociofamiliar, que sepa reconocer sin miedo el verdadero papel de todas y cada una de las personas involucradas en la génesis y perduración del drama neurótico. Mientras no lo hagamos así, nos convertimos sin quererlo ni saberlo en cómplices y encubridores de dicho drama.
No podemos, por ejemplo, seguir aferrándonos a la idea superficial de que la biología, los pensamientos y los aprendizajes determinan la felicidad, lo que sólo es cierto en parte. Debemos asumir, además, que la personalidad, los comportamientos, la salud psicológica están también poderosísimamente condicionados por las emociones, por la vida intrapsíquica del sujeto, resultado a su vez de sus largos años de crianza. Según nos trataron, así somos y actuamos, a veces de modos terriblemente dolorosos. Y quienes nos trataron bien o mal no son personas desconocidas, sino nuestros propios padres, hermanos, abuelos, parientes, profesores, amigos, etc., que a menudo siguen ejerciendo su nociva influencia sobre el neurótico hasta el fin de sus días. Si la sociedad se empeña en ocultar al neurótico los verdaderos autores inconscientes de su mal -es decir, los encubre y absuelve, cosa que no hace, por otra parte, con los maltratadores de mujeres y otros delincuentes-, ¿qué entendemos exactamente por «curación»?
Psicodinámicamente, la curación del neurótico exige recorrer el camino inverso al que causó el problema, es decir, descubrir las emociones ocultas que subyacen a los síntomas, asociarlas a sus verdaderas causas (los maltratos y conflictos familiares, el desamor, etc.) y, reviviéndolas en el presente con coraje y sin culpa (no sirve su mero conocimiento intelectual), superarlas poco a poco con la ayuda del terapeuta. Esto implica un largo proceso de autoconocimiento, duelo y liberación que ayudará al sujeto a madurar, asumir el presente y superar definitivamente el pasado. Sólo entonces, no siendo ya necesarios, la mayoría de sus síntomas desaparecerán por sí mismos y el auténtico perdón sobrevendrá espontáneamente.
En conclusión, así como el neurótico es, en esencia y tal como vimos en el artículo anterior, un niño bloqueado que se resiste a crecer, jamás debemos olvidar que también es una víctima, un niño maltratado que desconoce sus heridas y a sus verdugos (5) (de hecho, está gravemente apegado a éstos). Ambas visiones, absolutamente complementarias, deberían formar parte de cualquier psicoterapia eficaz y humanista. (6)
Ver también:
¿Qué es un neurótico? (1): El niño bloqueado
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1. Desgraciadamente, parece que cada vez se manifiestan antes (neurosis infantiles). Esto evidencia el deterioro de la crianza actual. ▲
2. En relación al maltrato infantil y sus consecuencias, escribe: «Las distintas estaciones en la vida de la mayoría de los hombres son: 1) siendo un niño pequeño, recibir heridas que nadie considera como tales; 2) no reaccionar con ira ante el dolor; 3) testimoniar agradecimiento por los llamados «actos bien intencionados» [de los padres]; 4) olvidarlo todo; 5) al llegar a la edad adulta, descargar la ira acumulada en otras personas o dirigirla contra uno mismo». (Alice Miller, «Por tu propio bien», 1980, lectura obligada). Véase también sección Alice Miller en «Artículos». ▲
3. Véase, p.ej., «Los peligros de las neurociencias». ▲
4. Algunos terapeutas aún creen que es posible madurar sin resolver los conflictos familiares conscientes e inconscientes. Suponen que «todos los padres aman a sus hijos», que es mejor «comprender» y minimizar sus errores, que el perdón es la mejor terapia, que ya es demasiado tarde e inútil lamentarse de la infancia, que lo más práctico para todos es el «pensamiento positivo» o los fármacos, etc. Desde luego, muchos pacientes también piensan lo mismo. Pero todas estas actitudes sólo sirven para acallar al paciente, negarle su derecho al dolor y la ira, exculpar a los responsables históricos de su drama, y enterrar aún más hondamente las verdaderas causas emocionales de sus síntomas. ▲
5. Por eso mismo, salvo terapia, él también se convertirá en verdugo inevitable de sus hijos, lo que explica la transmisión de la neurosis de generación en generación. ▲
6. Es importante recordar que no todas las psicoterapias tienen los mismos objetivos. Es una pena que mucha gente, por desinformación o malas experiencias, piense lo contrario e incluya en el mismo saco, p.ej., a psiquiatras, conductistas, psicoanalistas, terapias emocionales y psicodinámicas en general, terapias humanistas, terapias espiritualistas, etc. Para más información, véase tag «psicoterapia» en el blog. ▲
© JOSÉ LUIS CANO GIL
Psicoterapeuta y Escritor
Primera Edición: 2/Enero/2008
Revisión: 3/Febrero/2009