El rinconcito del inconsciente en nuestro cerebro
Sigmund Freud, en su trabajo de 1895 “Proyecto de una psicología para neurólogos”, planteaba esquemas neuronales en cierta manera parecidos a los que los aportes de las nuevas tecnologías permitieron probar. Otras teorías de Freud, en relación a aspectos de la memoria, también han hallado cierto fundamento fisiológico a partir de los estudios neurocientíficos. Del mismo modo se dio con la idea del inconsciente.
Las neurociencias han evidenciado complejas redes neuronales que están en constante disputa para influir en nuestra forma de actuar. Estos circuitos cerebrales están dedicados a responder de manera más automática a estímulos que provienen del medio ambiente y, por eso, resultan beneficiosos para nuestra vida: nos permiten vivir en un mundo en que no tenemos que sopesar cada dato que obtiene nuestro cerebro y dejar así que las reservas cognitivas sean destinadas a otras funciones.
El dominio del inconsciente se describe de manera más general en el ámbito de la neurociencia cognitiva como todo proceso que no da lugar a la toma de conciencia y es estudiado en cientos de laboratorios en el mundo que utilizan técnicas de investigación susceptibles de análisis estadístico. Los experimentos que muestran algunas de las capacidades de la mente inconsciente proceden de un “enmascaramiento” de los estímulos: l os sujetos miran pero no ven.
Por ejemplo, en un experimento clásico, se pide a personas que miren un televisor y presten atención al número de veces que los jugadores de uniforme color blanco de un equipo de básquetbol se pasan la pelota entre sí mientras desafían a un equipo de negro. Los participantes del experimento, por lo general, aciertan en el número de pases, pero se sorprenden cuando se les pregunta si vieron a un gorila que atravesó lentamente la pantalla de un lado a otro durante el juego. Es que nuestro cerebro focaliza la atención en el estímulo que le resulta más relevante en ese momento para completar la tarea y deja en un segundo plano el resto de la información que evalúa como menos importante.
Sin embargo, esa información alcanza nuestro cerebro y es procesada, aun cuando no nos damos cuenta. Actualmente, con técnicas de neuroimágenes, se puede observar actividad cerebral con características particulares de fenómenos inconscientes como el del gorila. Otros experimentos de laboratorio utilizan distintos paradigmas de enmascaramiento de estímulos: éstos se presentan en una pantalla a una velocidad tan rápida (aproximadamente 33 milisegundos) que no alcanza a ser procesada conscientemente por el cerebro humano y, sin embargo, afecta nuestras elecciones. Por ejemplo, enmascarar una palabra positiva (por ejemplo, “amor”) hace que uno sea más rápido y más acertado al distinguir imágenes positivas (p. ej., la de una madre con su hijo) de negativas (p. ej., la de un tanque de guerra), como si ese simple destello de un tipo de palabra, procesada inconscientemente, nos dejara preparados para estar más alertas.
Del mismo modo, cierto destello de un color específico puede influir nuestras elecciones ligadas a ese color.
El efecto de estos estímulos se extingue en el tiempo. Esto demuestra que el procesamiento inconsciente de información es, en realidad, una forma de apoyar aquello que elaboramos de manera consciente. Informaciones que, de tener que procesarlas de manera conjunta, sería engorroso y perjudicial para nuestra vida diaria.
Muchos artistas de las vanguardias históricas del siglo XX tomaron como tema, forma o modo de construcción de su obra esta idea del inconsciente. Uno de ellos, quizás de los más sobresalientes, fue Salvador Dalí. En todos los casos, y por caminos sorprendentemente disímiles, se trata de poner a prueba lo que se precisa.
Escrito por Facundo Manes – Publicado en C L A R I N el 21-04-2013
DIRECTOR DEL INSTITUTO DE NEUROLOGIA COGNITIVA (INECO) Y DEL INSTITUTO DE NEUROCIENCIAS DE LA FUNDACION FAVALORO