Una forma de metabolizar el estrés disponible en todo momento: Dibujar y pintar
Un estudio científico demostró que dibujar y pintar es un antídoto para el estrés.
“Llego acá, saco unos lápices o unos pinceles, me pongo a dibujar y siento tranquilidad”. Eduardo Arrieta, de 67 años, tiene acuarelas marrones sobre la mesa, pinta la cara de una mujer a la que inventó línea por línea. Desde hace doce años va a la Fundación Artes Visuales. Se sienta cerca del treintañero que copia caras para aprender a dibujar miradas. Justo detrás, una diseñadora gráfica ya retirada de las agencias de publicidad pinta de morocho al hombre que delineó con lápiz. “En medio de tantas obligaciones, acá tengo un rato de paz”, dice Eduardo.
Un estudio científico reciente realizado en Italia demostró una vez más que el arte reduce el estrés. Noventa y nueve personas de entre 19 y 81 años subieron a 63 metros de altura para mirar de cerca las pinturas de la cúpula más grande del mundo, en el Santuario de Vicoforte. Antes y después de esa experiencia, se les tomaron muestras de saliva para medir el nivel de cortisol, la hormona que se libera en respuesta a situaciones de estrés. En un 90 por ciento de los casos se redujo el estrés tras la visita a la cúpula. En algunos casos, esa reducción llegó hasta un 60 por ciento.
De eso habla Arrieta cuando asegura: “Me pongo a dibujar y es como ponerme por un rato lejos del mundo”.
Miguel Angel Ghilino es secretario de la Fundación Artes Visuales, que funciona en un enorme atelier en Hipólito Yrigoyen 964. Rodeado de dibujos, caricaturas y acuarelas, cuenta: “Hubo mucho reemplazo de lo manual por lo tecnológico y hay quienes quieren volver un poco a lo otro, porque la práctica del dibujo en sí misma, más allá del resultado, produce un estado de concentración. Podés terminar y romper el dibujo, pero la experiencia de pasar ese rato haciéndolo no se va”.
Carlos Martínez, director de contenidos de Escuela Da Vinci, dice algo parecido sobre los alumnos de los cursos de dibujo: “En los últimos años hubo una reconexión con el arte tradicional, más allá del digital, como para volver a las fuentes e ir a un ritmo distinto al de todas las demás actividades cotidianas”.
Dibujar o pintar como cuando éramos chicos se han vuelto atajos contra el vértigo de todos los días. Los libros para pintar mandalas, obras de Picasso o flores de todos los tamaños son cada vez más masivos. En nuestro país, títulos como “El jardín secreto” y “El bosque encantado” vendieron, entre los dos, 50 mil ejemplares, y ya hay librerías que ofrecen lápices de colores. Todo sea, comentan en las librerías, por un nivel de cortisol saludable.