El juego nocivo de la lástima
No es buena cosa la lástima. Es un sentir de esos que es mejor no cultivar, ni por los otros ni por uno mismo.
Si alguien sintiera lástima por usted, la sensación no sería agradable. A nadie gusta de dar lástima. Generar ese sentir en otros es de las vivencias más angustiosas y deprimentes que existen. Es que la lástima saca del juego a las personas, ubicándolas como víctimas impotentes de una condición penosa e indigna, de la que es muy difícil salir. La tristeza es otra cosa. Es más digna y dignificante. No prescinde de la condición de persona del que despierta ese sentimiento, sino que, por el contrario, lo tiene en cuenta de manera esencial. La tristeza genera solidaridad, empatía, mientras que la lástima simplemente sugiere superioridad por parte del que la siente, hacia un otro que está allá, lejos, casi como perteneciendo a otra especie. Sabemos: hay gente que trabaja de dar lástima. Y otra gente que trabaja de sentirla. Son tal para cual. Es complejo: jugar a ser víctima de manera vitalicia (trabajar de víctima crónica convoca a la lástima? hasta que genera enojo una vez que se percibe la jugarreta) es un deporte que juegan los que saben que en el mundo hay muchos que han confundido la bondad con la lástima hacia el otro. A la vez, jugar siempre a ser el que siente lástima hacia otro caído en desgracia ubica en una lugar de superioridad fea al que la siente. El beneficio de sentir siempre lástima de los «pobres infelices» permite ensoñar que son «ellos», los otros, los que habitan los infiernos, allá, bien lejos de uno. Por eso la lástima es una de las formas de la violencia, lo que explica por qué las parejas, en trámite de separación tormentosa, se tiran con un «me das lástima» a modo de insulto, motivado por algún despecho o infidelidad. Digamos, para el caso, que en la pareja la lástima es de lo peor. Si usted siente lástima por su cónyuge, su novia o su novio, usted está en problemas. En ese caso, es probable que esté con su pareja no por lo que comparte con él o ella, sino porque siente que su fragilidad, inoperancia, endeblez o lo que fuera le impedirían al otro sobrevivir a su ausencia. «Si me voy, se muere» sería la frase que pavimenta el infierno de una relación que se nutre de todo, menos del respeto por la capacidad del otro. Claro, lo antedicho vale cuando no se trata de condiciones traumáticas, enfermedades o situaciones desgraciadas que aparecieron en el camino, las que, no por lástima sino por lealtad, obligan al acompañamiento al que está pasando por ese mal trance. Es sano y claramente humano el sentir tristeza ante alguna situación o condición de alguien que, por ejemplo, ha sufrido una infancia dura. Pero esa tristeza, para no ser mera lástima condescendiente, se complementa con una percepción de los recursos que esa persona tuvo para salir del paso, y no tanto ver, pobrecito, cómo sufrió allá y entonces. Para el caso, aquel dicho que dice que «lo que no te mata, te fortalece» sirve infinitamente para no entrar en los oscuros laberintos de la lástima. En cuanto a la lástima por uno mismo, al mirar la propia historia y ver las piedras del camino que hemos transitado (los sabios dicen que «la piedra del camino es parte del camino»), podemos elegir: nos tenemos una lástima quejosa por los dolores y las dificultades atravesadas, o sentimos tristeza al evocarlas, pero con una simultánea vivencia de gratitud y orgullo por haber atravesado aquellas dificultades para estar hoy acá. El que siente lástima por sí mismo malversa la oportunidad de valorar los recursos con los que contó en los malos momentos. Es triste que así sea, pero, convengamos, cada uno elige con qué ojos mirar la vida y mirarse a uno mismo.
Escrito por Miguel Espeche