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¿Qué hay de nuevo en la relación padres e hijos?

Vamos a reproducir la nota que se publicó para el día del padre, donde fuimos unos de los entrevistados por Romina Ruffato para la Revista Rumbos.
Las diferencias generacionales entre padres e hijos hacen al propio vínculo. Sin embargo, los avances tecnológicos y los cambios sociales de las últimas décadas han logrado que las crianzas de unos y otros difieran mucho más de lo imaginable. ¿Cómo fue la infancia de esos papás que hoy tienen 50 y cómo la de sus hijos, que rondan los 20? De los soldaditos de plomo y los discos de vinilo a la Play Station y el iPod, hablan los protagonistas.
«Piluuuuso, la leche», retaba de mentirita una voz al genial Alberto Olmedo. Eran un montón los chicos que, mientras miraban sus televisores blanco y negro, sabían que se venía la temida hora de la tarea. Así, el descanso de la merienda terminaba y, con él, el encendido de ese aparato que los apasionaba. Esos niños hoy son padres de entre 50 y 60 años, y tienen hijos veinteañeros que les hablan de Facebook, la Playstation, los mp3, 4, 5, 6 y 7. Pero la tecnología es simplemente la punta del iceberg de cambios generacionales que dieron vuelta en pocas décadas la manera de vivir en familia.
Carlos tiene 22 años y trabaja en una empresa. «Me encanta la tecnología. Mi primera computadora la tuve cuando cumplí 10. Paso bastante tiempo frente a la máquina por día. Podría, igual, vivir sin ella y sin la tele, pero no sería lo mismo», opina. Para Enrique Novelli, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina, el riesgo es generar una «tecnolatría, es decir, una relación de dependencia en la que el hombre está al servicio del objeto y o al revés».
Lo positivo es que «los chicos no tienen miedo, tocan, se meten»; lo negativo, «que no puedan dejar de hablar por celular o usar la pc.»
Criados en la era virtual, es difícil para los jóvenes imaginar un mundo sin tecnología. «Me pregunto cómo hacían en el pasado para resolver determinadas situaciones – dice Benito, de 24 años-, pero quizá la vida sería más simple e interesante sino dependiéramos tanto de los aparatos que nos rodean.»
Guido bordea los 60 y recuerda una infancia de rado AM primero, y televisión después. «El tocadiscos Winco fue revolucionario, ya que permitía escuchar en 78 RPM viejos discos de pasta, que si se caían estallaban, y los más modernos de PVC, en sus versiones de 33 y 48 RPM y formato single o longplay», detalla con precisión técnica. Hoy en el iPod que Benito tienen en la mano caben cientos de canciones.
Hubo, incluso, una etapa en la que pocas familias tenían teléfono fijo y se usaba el de un vecino ante una emergencia, en contraste con el abrumador catálogo de celulares, iPhones, Blackberrys, smartphones, y otra larga lista de aparatos que se están inventando en este mismo instante.
«En casa había un viejo televisor que desapareció a mis 6 años, porque mis padres consideraron que era nocivo mirar la televisión. Hasta los 13, cuando volvimos a tener unome iba a lo de un amigo a ver los partidos de fútbol», recuerda Carlos de 53 años, psicólogo y docente. Eso sí: con una pequeña Spika se las arreglaba para escucharlos cuando no podía ir. «En un momento de exaltación familiar apareció un grabador de casete Philips compacto, que venía de España», sonríe. Padre de un varón de 24 y trillizos de 20, jugaba con soldaditos, retazos, corchos, palitos, tapitas, lo que hubiera a mano. A eso se refiere Novelli cuando explica que «antes, un juego era mucho más manual, había que poner el cuerpo; ahora los chicos están apretando botones, las consolas de juegos exigen más reflejo que otra cosa. Tiene que ser todo más rápido».
Hasta el tiempo libre parecería atado a un calendario impuesto. Matías estudia el profesorado de Educación física y tiene 19 años. Propietario de computadora y celular, sostiene: «No son indispensables para vivir, pero tampoco me son indiferentes». Está seguro de que él mismo «en vez de estar sentado delante de una tele, podría aprovechar el tiempo en cosas verdaderamente productivas».
Benit, con un papá de 56, se define como «bastante fanático» de la tecnología. «En casa hubo varios videojuegos, pero nunca me enganché. Lo mío son los reproductores de música, el walkman, el discman, el mp3», relata. Aunque sabe que no todo tiempo pasado fue mejor, reflexiona sobre algunas modificaciones: «Vivimos constantemente conectados, con el celular hacés todo. La globalización es muy buena, pero a veces, en vez de unirnos, nos separa aun más. Encontrar el equilibrio entre lo real y lo virtual es el desafío que se presenta a los jóvenes que, más adelante, posiblemente sean padres.
Cambia todo cambiaLa infancia de los papás fue de potrero y amigos. «Los grupos se armaban en los barrios, los niños corrían por la calle, andaban en triciclos y bicicleta -rememora Adriana Guraieb, psicoanalista de APA-. Durante la adolescencia, un punto de reunión ineludible era la famosa barra de la esquina y el club.» Además, «se comenzaba tímidamente a ir a los primeros asaltos», dice Guido con respecto a los bailes en la casa de algún amigo, en los que las mujeres llvaban comida y los varones la bebida.
Pablo, ingeniero agrónomo de 50 años (quien, junto con su hijo Ezequiel, de 25, ilustra esta nota), recuerda que «dechico se jugaba mucho a la pelota en el parque, con los ladrillos para armar, los autitos. Grupalmente, a la escondida, a los cowboys (como en las tiras de Mafalda), a las guerras de agua, con los  petardos en el verano y mucha bibicleta. Jugábamos con el chico del barrio o del cole. También con mis primos, éramos todos varones. ¿Las chicas? Eran la peste hasta los 13 ó 14. Y ya mi adolescencia estuvo muy marcada por la dictadura y su restricción cultural y social», concluye.
Los grupos no solían ser mixtos, así como tampoco las escuelas. Pero con ingenio adolescente, los pibes se las arreglaban para conocer chicas del colegio de enfrente o hermanas de amigos. «Fui a la escuela de varones y era un embole feroz. SOlamente había un par de profesoras de inglés y las devorábamos con la mirada; aunque tuvieran bigote, eran hermosas», se ríe Carlos.
Nacho, otro veinteañero, aporta una de las diferencias intergeneracionales. «Nunca conocí gente del barrio. Vivir en una gran ciudad no te permite ni conocer a tu propio vecino.» Sus amigos son los de la escuela, igual que los de Matías.
«Antes era un orgullo hablar de «mi mejor amigo», y hoy, si bien sigue prestigiándose dicho concepto, se escuchan con más frecuenca las expresiones tales como «tengo buenos amigos», para referirse a los de foros y bandas», suma Guraieb.
La frontera generacional también es atravesada por la imagen. Esos padres miraban en la televisión El agente de Cipol, Operación Ja Ja, La nena, La Familia Falcón, Piluso, Los tres chiflados, Combate, Los invasores, Patrulla de caminos. Leían Billiken, Lúpin o Patoruzú.
En cambio, los veinteañeros fueron al cine a disfrutar las sagas completas de Ondiana Jones y Volver al futuro, y también las películas del imperio Disney, sobre todo en vacaciones de invierno y verano. En cuanto a la música, parece haber más puntos de contacto, por ejemplo, comparten el amor por los Beatles. «Me crié escuchándolos – comenta Benito – Me abrieron la puerta a la música de los 60 y 70. La tecnología ayuda: ahora por internet podés conocer muchos estilos musicales.
Otros padres, otros hijosLejos de ser un dibujo estático, la familia presenta ciertas mutaciones. Los papás también fueron hijos, claro. Así comenta Guido la relación con su padre, de quien heredó, además, el nombre: «Durante la infancia, él era esa persona inmensamente grande. Lo veía poco porque trabajaba todo el día, pero me acuerdo que me hacía cantar en inglés a los 5 años y yo no sabía ni una palabra. También, que me robaba en broma la comida, distrayendo mi mirada del plato con algún comentario». A los 12 a «Guidito» se le ocurrió tener una bicicleta más grande, la rodado 28. El padre le cumplió el deseo, a cambio de que el nene lo acompañara a las obras en construcción que dirigía, durante las vacaciones. «Me dio bronca, pero con lo años comprendí que las cosas hay que ganárselas para apreciar su valor», indica. Los años de la adolescencia fueron bien diferentes. Ese Superman se transformó en el hombre «que siempre estaba equivocado y no entendía nada». Recién con la madurez, Guido comprendió que su padre «era una persona sabia».
De acuerdo al Psicólogo Guillermo Vilaseca, editor de www.guillermovilaseca.com.ar, en la década del 60 la característica de la relación paternal «estaba muy marcada por la distancia emocional con los hijos, con el modelo de padre proveedor y mdre que estaba empezando a salir, pero todavía era la cuidadora de los hijos». «Ya vas a ver cuando viene tu padre» fue una frase clásica que muchos de aquellos niños escuchaban con miedo. «EL hombre llegaba cansado, escuchaba el parte del día y a veces consideraba que el castigo era el modo de encauzar a los chicos. Por eso, era distante y temido, e un contexto social donde la autoridad iba de la mano del autoritarismo y no había idea de diálogo», analiza Vilaseca.
Para Pablo, la relación con su progenitor «era algo conflictiva, porque mis padres eran separados. Pero en general con mi padre se podía hablar, pero había tabúes y cosas que daban un poco de vergüenza y que a los dos nos costaba encarar. Mi familia materna era muy católica y, por ende, había muchas puertas cerradas a la hora de hablar, que hoy son absolutamente normales para los chicos de 11 ó 12 en adelante.
Es impensable para Matías, por ejemplo, pedir permiso para hablar en la mesa. Sin embargo, eso es lo que sucedía en aquel tiempo, o bien directamente se hablaban las «cosas de grandes» después de haber mandado a los chicos a dormir. «Puedo charlar de cualquier cosa con mis papás y mis hermanos y creo que si no confío en ellos no podría confiar en nadie», destaca Matías.
Sin embargo, Benito cree que falta diálogo con su padre. «Hay varias charlas pendientes, que por distintos motivos nunca  se dieron, aunque tengo una buena relación.» Carlos, de 22, agrega que hay cuestiones en las que difiere con su papá, que tiene 50 pero que «la mayor parte del tiempo la relación es buena, y siempre que pregunté tuve respuesta».
Todo lo contrario a la crianza de los cincuentones Guido y Carlos, en la que la lista de tabúes arrancaba en la sexualidad, la religión, la política y terminaba en cualquier lado. En el caso de Carlos, con un padre médico, la explicación del tema sexo se abordó desde el lado científico y de un hombre que, por lo general, se mostraba silencioso.
«Ahora los chicos están muy motivados para hablar. «Está bien, aunque hay que tener en cuenta que se generan fantasías; por ello, hay que responder de acuerdo a la edad sin mentirles», recomienda Novelli. Es cierto que, como marca Benito, «en algunas familias hay temas que no se tocan». «En casa se habla bastante, pero ciertas cuestiones no muy seguido – resalta-. En general hay muchos menos prejuicios y eso posibilita más libertad para expresarse.»
¿Y qué novedades espera en el frente de los que hoy tienen veintipico? El psicólogo Guillermo Vilaseca ensaya una hipótesis: «Se cumple el movimiento pendular en el modelo de familia. Se vuelve a valorizar la importancia de los roles, de diferenciar el de padre y el de hijo, pero con relaciones democráticas y una autoridad organizada en el diálogo racional». La metáfora que elige es la de construir un puerto «para abastecerse y salir al mundo».
Más bravo o más calmo, el mar de los vínculos afectivos siempre invita a navegar. Padres e hijos, en compañía, para compartir lo común y aprender de lo que los distingue.

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