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Hoy la desconfianza ya no produce asombro

Para pensar la subjetividad en épocas de incertidumbre, inseguridad y ataques de pánico ¿Triunfará la amistad o el poder?
La alegría primaveral lleva mi paso con levedad por las calles de Palermo. Me detengo frente al edificio donde vive Silvana. Las flores de los canteros desbordan intensidad. Subo los tres escalones, me paro frente al portero eléctrico y automáticamente aprieto el timbre. Una voz amiga me interroga: ¿Quién es?. Al responderle escucho: «Bajo a abrirte». Como los locos que hablan solos me digo: «No anda el portero eléctrico». Pero atención estoy eximido de la rotulación psicopatológica, soy un psicodramatista y estoy haciendo un soliloquio espontáneo.
A través de la puerta veo que alguien se aproxima. Percibo la novedad de un anuncio plástico pegado en el vidrio que estorba la visión. La mujer abre la puerta y ante mi presencia me aclara:»No puede pasar, le tienen que bajar a abrir». Mi asombro hace que casi no me mueva, ella cierra la puerta con llave y se retira.
Me siento raro. Me interrogo: ¿Cuál es la sensación?. Incomodidad. Mi vista aparece clavada en el nuevo cartel: «Cierre la puerta con llave las 24 hs».
Cambio el ángulo y me veo reflejado en el blindex. Me miro y continuo el diálogo con mi yo auxiliar acompañante que ha cobrado imagen. Le digo: «Ahora sos tan desconfiable como cualquier otro. Es más, sería mejor para tu seguridad que empezaras a mirar con desconfianza». Desde el improvisado espejo mi doble me pregunta: ¿Pero te parece que vos empieces a desconfiar de mi y yo de vos?.
Bueno reflexiono, a pesar de la sonrisa simpática, tal vez detrás de esa barba y esos bigotes se oculte…. ¡Hola!, ¿dónde estás?, irrumpe e interrumpe Silvana. Me cuenta del robo en el 8ª B y el alboroto en el consorcio. Mientras subo con ella en el ascensor comentamos algunas novedades respecto de nuestros hijos. Si bien en el diálogo los temas profesionales se van instalando en el foco de nuestra atención, llego a pensar con tristeza: «otro edificio tomado por la desconfianza, más convalidadores de la paranoia como pauta de normalidad.»
Al terminar nuestro encuentro nos despedimos, pero cuando voy a salir mi amiga me recuerda: «Espera que te acompañe, te tengo que abrir». Mientras bajamos suena en mis oídos el: «Sale uno» de las comisarías. Camino hacia la esquina donde espero encontrar mi auto, de reojo veo los titulares de los diarios de la tarde: «Empresario raptado, fue entregado por su guardaespaldas»; «Ingeniero muere electrocutado al caer en un pozo en la vereda». Me reencuentro con mi doble y le pregunto ¿Se necesita algo más que impregnar los «encuentros» con desconfianza para acrecentar el miedo, la soledad, las comunicaciones vía Internet, el sexo seco seguro interactivo y los ataques de pánico?.
Me contesta: Algunos no aguantan y gritan, otros parece que se adaptan. Demuestran una vez más la gran virtud del ser humano. Pero ¿cuál será el costo esta vez? ¿Adónde nos lleva una sociedad que deja sin ocupación a millones de personas y prefiere invertir en policías privadas, alarmas, sistemas de seguridad y un infinito despliegue de ingenio para instalar alambradas invisibles que protejan los privilegios de unos pocos de la desesperación de muchos?.
Subo al auto pensando: ¿Cómo podríamos provocar un acontecimiento que permitiera pensar en una ecología humana?. Un acto micropolítico que promoviera generar inteligencia y no pura reacción sometida. ¿No estamos todos en un mismo barco? Llego a casa, están todos, saludo y me tiro en la alfombra a jugar con mis hijas. Mientras hacemos pruebas siento que me puedo olvidar de todo. Solo nos interrumpe el: «Vamos a cenar».
* Este texto fue publicado en el Boletín Mensual de la Sociedad Arg. de Psicodrama en el mes de Enero de 1998, titulado: «Una lectura psicodramática de la vida cotidiana».
Lic. Guillermo Augusto Vilaseca
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4 comentarios en «Hoy la desconfianza ya no produce asombro»

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