El quiebre del proyecto laboral y su repercución en la vida del varón – 2da. Parte
¿Cómo repercute en la vida del varón el quiebre de su proyecto laboral?
Como varón, psicólogo devenido especialista en la clínica con hombres, intrigado por la perspectiva de género y la investigación acción en reinserción laboral/profesional, me he encontrado en repetidas oportunidades con varones que expresan diversos niveles de malestar físico y/o emocional sin que establezcan necesariamente el nexo con su crisis laboral ni tengan noción de las circunstancias desencadenantes de dicho estado; en algunos casos, incluso, sin percibir el cambio en su carácter, que sí es notado por personas de su entorno vincular.
La reacción de éstas suele ser, en el mejor de los casos, sugerir la consulta con un especialista; o bien apelar a diversos estilos de rechazo, descalificación y/o exclusión.
Este cuadro de situación se plantea de manera muy interesante en el cuento «El ladrón», de Shady Hill, que integra la compilación La geometría del amor de John Cheever.
A modo de viñeta clínico/literaria, elegí armar un collage con fragmentos de este texto que ilustran el tema que nos ocupa.
“El miércoles fue mi cumpleaños. Lo recordé en mitad de la tarde, cuando estaba en la oficina, y el pensamiento de que quizá Christina planeaba una fiesta sorpresa hizo que en un instante abandonase el asiento y me pusiese de pie, sin aliento. Después, llegué a la conclusión de que ella no haría tal cosa. Pero aun los preparativos que harían los niños representaban para mí un problema sentimental; no sabía cómo afrontar la situación. Abandoné temprano la oficina y bebí dos tragos antes de abordar el tren. Christina parecía satisfecha y complacida cuando me recibió en la estación, y yo puse buena cara para disimular mi ansiedad. Los niños se habían puesto ropa limpia y me desearon feliz cumpleaños con tanto fervor que tuve una sensación horrible; sobre la mesa apareció una pila de regalitos, la mayoría, cosas confeccionadas por los niños: gemelos de botones, y un anotador, y así por el estilo. Y encendí los cohetes, me puse ese tonto sombrero, apagué las velas de la torta y agradecí a todos, pero después pareció que había otro regalo – mi gran regalo – y después de la cena me obligaron permanecer en la casa mientras Christina y los niños salían, y después vino Juney y me llevó afuera, rodeando la casa, hasta el fondo, donde estaban todos. Apoyada contra la casa vi una escalera plegadiza de aluminio, con una tarjeta atada con una cinta, y yo dije, como si hubiese recibido un mazazo:
-¿Que mierda significa esto?
– Papá, pensamos que puede servirte – dijo Juney.
-¿Para qué necesito una escalera? ¿Qué se creen que soy, un limpiador de ventanas?-
Para alcanzar las claraboyas – dijo Juney -.
Las persianas.
Me volví hacia Christina. I
-¿Estuve hablando dormido?
-No – dijo Christina -. No estuviste hablando dormido.
Juney se echó a llorar.
– Así podrás limpiar las hojas de los desagües -dijo Ronnie-.
Los dos varones me miraban con cara larga.
-Bien, tendrás que reconocer que es un regalo muy extraño -dije a Christina.
-¡Dios mío! -exclamó Christina-.
Vamos, niños. Vamos.
-Los llevó hacia la puerta de la terraza.
Estuve en el jardín hasta después de oscurecer. Se encendieron las luces del primer piso. Juney continuaba llorando, y Christina le cantaba. Después, la niña se tranquilizó. Esperé hasta que se encendieron las luces de nuestro dormitorio, y después de un rato subí la escalera. Christina tenía puesta una bata, estaba sentada frente a la mesa del tocador, y tenía los ojos llenos de lágrimas.
-Tienes que comprender -dije.
-Creo que no puedo. Los niños estuvieron ahorrando meses enteros para comprar ese mal
dito artefacto.
-No sabes todo lo que tuve que soportar -dije.
-Aunque hubieras estado en el infierno, no te lo perdonaría -dijo-.
No soportaste nada que justifique tu conducta. Hace una semana que la tienen escondida en el garaje. Son tan cariñosos.-
Últimamente no me siento bien -dije.-
No me digas que no te sientes bien -replicó-.
Ahora he llegado a desear que te vayas por la mañana, y temo la hora de tu regreso, por la noche.-
No puede ser tanto como dices -afirmé.
-Ha sido un infierno -insistió Christina-. Brusco con los niños, antipático conmigo, grosero con tus amigos y perverso cuando hablas de ellos. Horrible.-¿Quieres que me vaya?-¡Oh, Dios mío, vaya si lo quiero! Así podría respirar.-¿Y los niños?-Pregúntaselo a mi abogado. -En ese caso, me iré.Atravesé el vestíbulo y me acerqué al armario donde guardaba las maletas.
-Mira -dije–.
Mira esto, Christina. El perro arrancó el refuerzo de mi maleta.
-Ni siquiera levantó la cabeza.
-Durante diez años invertí veinte mil dólares anuales en esta casa -grité-,
y cuando tengo que marcharme, ¡ni siquiera poseo una maleta decente!
Todos tienen su maleta. Incluso el gato tiene equipaje decente. Abrí bruscamente el cajón de las camisas, y había sólo cuatro camisas limpias.
-¡No tengo camisas limpias ni siquiera para esta semana! – grité.
Después, reuní unas pocas cosas, me encasqueté el sombrero y salí. Durante un instante incluso pensé llevarme el automóvil, y entré en el garaje y miré todo. Después, vi el anuncio que decía: EN VENTA, el mismo que colgaba del frente de la casa cuando la compramos hacía muchos años.
Desempolvé el anuncio, tomé un clavo y una piedra, y me acerqué al frente de la casa y clavé el anuncio en venta sobre un arce.
Después, caminé hasta la estación. Es aproximadamente un kilómetro y medio. Cuando llegué a la estación, descubrí que no había tren hasta las cuatro de la mañana. Decidí esperar. Me senté sobre la maleta y esperé cinco minutos. Después volví caminando a casa. Cuando había recorrido la mitad de la distancia vi venir a Christina vestida con un suéter y una falda, y calzada con zapatillas -lo primero que encontró a mano, pero en todo caso prendas estivales- y volvimos juntos y nos acostamos…
Al contrario de lo que alguien escribió cierta vez, no es el olor del pan de maíz lo que nos aparta de la muerte; son las luces y los signos del amor y la amistad. Al día siguiente Gil Bucknam me llamó y dijo que el viejo se moría, ¿yo estaba dispuesto a volver a la empresa?
Fui a verlo, y explicó que el viejo era quien me perseguía; y naturalmente, me alegré de retornar a la parablenda.Lo que yo no entendía, mientras caminaba esa tarde por la Quinta Avenida, era cómo un mundo que había parecido tan sombrío, pocos minutos después podía llegar a ser tan amable. Las veredas parecían relucir.
Desde esta perspectiva es claro y notorio como en el texto aparecen reflejadas la dificultad para el contacto con los sentimientos y las emociones, la irrupción de la violencia ante las manifestaciones afectivas y la identidad laboral puesta en duda.
La tendencia a la autoexclusión y la sensación de inadecuación, el quiebre del proyecto de vida así como la sorpresa ante el cambio de perspectiva que implica volver a tener empleo.
Ahora bien, ¿porqué elegí hablar de quiebre y no de pérdida del trabajo o de despido, que son las formas más evidentes de crisis laboral?Justamente, porque los síntomas mencionados pueden aparecer también frente a la frustración del proyecto que cada hombre se pueda haber trazado con mayor o menor conciencia del mismo.Por lo tanto, no ser ascendido – como en el caso de Bob Esponja, el protagonista de la popular serie para niños – ser cambiado de área, la falta de reconocimiento tanto material como humano por la tarea realizada, y todo lo que puede considerarse como maltrato dentro del ámbito laboral (que se encuadra dentro del fenómeno denominado: moobing) son desencadenantes de procesos muchas veces no reconocidos pero que afectan la auto percepción, el desempeño y las posibilidades de realización personal, generando un estado de gran malestar, con consecuencias en todas las áreas de la conducta.
En este punto, es importante deslindar también un aspecto que la mayoría de las veces aparece indisolublemente unido a lo laboral: el dinero.
Si bien lo económico está asociado al tema del trabajo y al rol de proveedor, mi experiencia me llevó a acompañar varios procesos donde las circunstancias de crisis laboral no pusieron en tela de juicio la posibilidad de sostenerse como proveedores.
Sin embargo, la sintomatología no dejó de aflorar.¿En quiénes se dan de todos modos los signos emocionales que refleja Cheever en su cuento? Por ejemplo, en los comerciantes que venden su local a un emprendimiento inmobiliario o en aquellos que lo alquilan, generando así una entrada equivalente a la que obtenían cotidianamente pero que les hace perder aquella cotidianeidad que los estructuraba.
El fenómeno se da también de manera muy clara en los varones que se jubilan (anticipadamente o no) pero que siguen sintiéndose en condiciones de ejercer el rol que les daba sentido a su existencia. O en los obreros que imaginaban jubilarse como tales en lugar de volver a ser campesinos como sus padres; pero ante el cierre de las fábricas o las racionalizaciones y/o tecnificaciones de la producción quedan sin posibilidad de la inserción que soñaron.
En muchos casos, la perdida de este trabajo implica que son contratados en mejores condiciones para otras tareas, pero no cumplen con su proyecto y entran en profundas crisis.
De más está decir cuánto más difícil es la situación de aquellos que no consiguen reinsertarse y tienen que asumir nuevos roles en la familia y aceptar el ser mantenidos por la esposa, los hijos, etcétera.
También nos encontramos con el caso de los profesionales que, durante años, pertenecieron a una institución, de salud por ejemplo, en la que, de pronto, caducaron los valores que definieron su inserción y por ende, su proyecto desaparece.Una cuestión igualmente fundamental en este análisis es el tema planteado por Göethe en su Fausto: “vender el alma al diablo”, como metáfora de la renuncia a los propios valores e ideales. Un maestro que en lugar de enseñar pasa a desempeñarse como vendedor porque con la docencia no alcanza a mantener a su familia, es un claro ejemplo en el que se evidencia como cualquier renuncia a la vocación por cuestiones económicas convalida, de alguna manera, que “el dinero maneja el mundo”.
Estas particularidades respecto del vínculo de los varones con el trabajo podrían resultar importantes a la hora de diseñar planes de reinserción laboral, ya que -en la mayoría de los casos- apuntan a rever la trayectoria definiendo fortalezas, debilidades, aptitudes desarrolladas durante el desempeño de la carrera, proyectos postergados y posibilidades en el mercado laboral presente pero se desentienden del efecto “frustración”.Generalmente, los talleres de reinserción laboral/profesional son eficaces y promueven oportunidades.
Aún así, observamos varones que han quedado “heridos” por aquello que motivó la pérdida de su proyecto.
Esta frustración los mueve más a expresar su enojo o su dolor que a vislumbrar y aprovechar las posibilidades que hubiere en el presente.
En estos casos, considero prioritario darle tiempo y espacio a la elaboración de ese duelo, pues de lo contrario el presente se tiñe de gris y el futuro se inhabilita.
Dado el imperativo de mostrarse potente y exitoso propio de la masculinidad en nuestra cultura y la dificultad para conectarse con las emociones que surgen al procesar un duelo y reconocer las pérdidas, he encontrado la necesidad de recurrir a diversas herramientas y enfoques que por sus características holísticas, focalizadoras, de abordaje breve y centradas en la peculiaridad de cada sujeto favorecen el abordaje y la elaboración de este tipo de conflictos.
Me gustaría compartir algunos conceptos que me ayudaron a encarar las situaciones de crisis en el diálogo con los varones y a encontrar la manera de que éstos asuman la necesidad de un acompañamiento, apoyo o aporte profesional.
Me refiero, por un lado, al concepto de “convalecencia” – importado de la medicina- que ofrece la posibilidad de reconocer una etapa de vulnerabilidad, surgida a partir de un golpe importante. Aunque el paciente se haya “ levantado” y haya seguido caminando con “las botas puestas” hay que considerar niveles especiales de fragilidad, aunque ésta no sea ostensible o evidente.Por otro lado, la idea de “service”, importada del modelo automovilístico, autoriza a “curarse en salud” y a recurrir puntualmente, en este caso, a la consulta. Para muchos varones asumir una posición de dependencia con quien los confronta al hecho de no poder solos es incómodo. Por eso, el lugar de la consulta debe transformarse en un espacio al que puedan recurrir sin tener que instalarse de manera permanente. Esto es sumamente tranquilizador para ellos.
El caso de un paciente de 60 años sirve como ilustración. En su primera entrevista G. mencionó la frustración que había experimentado en sus anteriores intentos de iniciar un tratamiento debido a que cuando se aproximaba la tercera sesión comenzaba a pesar en él la “obligación” de la cita pactada, y finalmente faltaba.
El primer encuentro fue fructífero y G. dijo sentirse comprendido, al terminar lo despedí sin hacer referencia a un próximo encuentro. Sorprendido, preguntó cuando debía volver, a lo que respondí que me llamara cuando lo sintiera necesario y le expliqué que no convenía generar la misma situación que había tenido en sus experiencias anteriores. Así, estipulando las citas a partir de sus llamados, fue posible trabajar en profundidad su manera de reposicionarse en la vida.
Hoy llevamos 18 meses en esta tarea y por su propia iniciativa, fijamos cada vez un nuevo día de encuentro. La idea es evitar que los varones perciban el ámbito de la consulta como un castillo amurallado, con un puente levadizo, en el que la entrada y la salida están muy pautadas; y lograr que lo conciban como un puerto donde reaprovisionarse para volver a partir.Para un varón saber que puede tener una entrevista puntual con alguien que ya lo conoce, y a quien “no tiene que volver a explicarle todo”, es algo que facilita los encuentros, aunque de todos modos por lo situacional del problema de todas maneras vuelva a contar todo lo que amerite ser relatado.Sin duda, la inclusión de una dosis de humor en el diálogo también es fundamental. Muchos chistes son relatos metafóricos del acerbo popular que plantean situaciones conflictivas pero que por su desenlace permiten pasar de la tragedia a la comedia.
Por esta vía accedemos a la risa y un cierto nivel de catarsis que permite contactar con la levedad de la vida que es, a su vez, importante para encontrar alternativas y salidas a los momentos difíciles.
Así se logra sortear la sensación de captura e impotencia que inhibe la posibilidad de observar los caminos a construir, los cambio de posición personal y las transformaciones. Es en este proceso que simultáneamente se generan las condiciones para asumir las frustraciones y recuperar la esperanza.
Lic. Guillermo Vilaseca – Artículo completo en www.varones.com.ar
Imagen: De la serie de dibujos en tinta china que produjo el artista plástico Pablo Flaiszman a partir de la lectura del artículo:«Varones: población en riesgo»