Es lo que hay
Aceptar lo que está bajo nuestros pies
«Es lo que hay» es una linda frase. Estrictamente no apunta al conformismo ni a la condescendencia. Tampoco a la mediocridad ni a la dejadez. Simplemente toma lo real, «lo que hay», y lo acepta, dado que la mejor manera de emprender un camino hacia algún horizonte deseable es aceptar aquel suelo que está bajo nuestros pies.
Es verdad que la frase «es lo que hay» forma parte del himno cotidiano de los claudicantes, que la usan como frase propia de una lápida en el cementerio. Han «robado» la expresión, como forma despreciativa de asumir la realidad, describiendo la misma como se describe al cuerpo en una autopsia.
La trampa está tendida: el que acepta «lo que hay» de inmediato es acusado de dejadez mediocre, sobre todo, porque en el mundo consumista está sobrevalorado el cambio como valor en sí mismo. Entonces (y ésta es la otra cara de la misma trampa), la idea es pelearse con lo que hay, no aceptarlo como existente, algo que de inmediato genera una especie de loca lucha que desangra toda energía de vida en la batalla, energía que no se usa para darle elementos a esa realidad existente para que evolucione y se despliegue de manera que nos haga bien. Por algo los sabios chinos decían que mejor que luchar contra el mal, era hacer el bien, y si lo decían los chinos…
Quizá por eso hay más gente encargada de «cambiar al mundo» que gente dispuesta a «amar al mundo». Claro, dicen los que saben que, cuando se ama algo, ese «algo» emprende un camino distinto al que emprende si lo que hacemos es declararle la guerra.
Ejemplo de lo antedicho es lo que ocurre con el cuerpo. La educación recibida propone una permanente insatisfacción con aquello que nos da existencia (porque, convengamos, sin el cuerpo no existiríamos por estos pagos terrenos). El cuerpo «es lo que hay» y, sin embargo, muchos lo maldicen por no «ser» otro cuerpo, lamentando el que tocó en suerte. «Justo a mí me tocó ser yo», decía el melancólico Felipe de Quino, y diariamente millones de personas dicen eso mismo al mirarse en el espejo, con una mirada sin amor ante «lo que hay» (el propio cuerpo) porque se prefiere «lo que debiera haber? si fuéramos otros».
El punto es que «lo que hay» es mucho más que la realidad material e incluye sueños, deseos, anhelos, valores, amor, espíritu, ganas, indignación, enojo? La «realidad» es compleja y no es una foto, sino una película de infinitas dimensiones cuyo guión, también, «es lo que hay». Por eso mismo es importante ver qué dice ese guión, quién lo escribe, cómo se escribe y para qué se escribe.
«Lo que hay» es un inicio, no un final. Es desde donde partimos, no a donde llegamos. Por eso, la aceptación es imprescindible y deseable, y de ahí que los que desean que todo siga petrificado proponen la guerra contra la realidad y no la toma de conciencia de las múltiples dimensiones de esa realidad a partir de su inicial aceptación. Aceptar no nos hace cómplices de nada, sino actores responsables y eficaces dentro de las coordenadas que habitamos.
Los ideales sirven para la vida, no para la tribuna. Sirven cuando se transforman en levadura de la realidad, formando parte de ésta, no cuando se usan como metro patrón a partir del cual se emiten sentencias tribuneras que descalifican lo que pasa «en el campo de juego».
«Es lo que hay» y a mucha honra. Pensándolo bien, quedarse en la queja porque alguien nos dijo que iba a haber otra cosa, nos infantiliza.
«Amanece, que no es poco» y habrá que salir a hacer vida? con lo que hay, la única arcilla posible. Lo demás son habladurías quejosas que nos llenan de resentimiento impotente, pura mala onda que a nada nos lleva.
Por Miguel Espeche | Para L A N A C I O N