Cuando lo ilimitado resulta una trampa
Un chasquido de dedos y, ahí, de la nada, aparece un montón de dinero dentro de un bolso. El muchacho, canchero y perfumado, sonríe ante la mezcla de milagro y truco al estilo David Copperfield que acaba de realizar.
Luego chasquea sus dedos otra vez, y otra, y otra más, y aparecen autos y demás bienes materiales de esos que, a la mayoría de las personas, les hubiera llevado varias vidas obtener. Los últimos chasquidos hacen aparecer a una dama rubia, lindísima, que se desviste (obviamente con chasquido mediante) frente al joven superpoderoso. Nobleza obliga: para no pecar de machista, el guionista del aviso en el que todo esto se muestra suma a la chica a la fiesta de manera activa. Con sólo el guiño de sus ojos, la muchacha demuestra autonomía consiguiendo anillos, autos y demás maravillas, propias del catálogo del más exclusivo de los shoppings.
¡Y después nos quejamos de los adolescentes! Mientras la palabra «límites» aparece sin chasquidos de dedos en boca de padres y psicólogos como un elemento de ayuda a la hora de educar a los chicos, los publicistas nos complican la vida con esa magia?
Aunque todos sabemos que es una expresión de deseo consumista, no deja de marcar el norte en cuanto a valores se refiere, con una didáctica que peca no sólo de mentirosa, sino que apunta a una escala de valores que excluye uno de los mayores gustazos que uno se puede dar en vida: ganarse las cosas a partir del propio esfuerzo y lograr afectos desde lo que uno es, y no desde lo que uno tiene.
Hay otros ejemplos de seducciones que confunden al inculcar la idea de que lo ideal es lo que viene mágicamente y no a través de la acción perseverante. También estas imágenes promueven el pensamiento que dice que lo que carece de contorno y límite es mucho mejor que aquello que lo tiene, como si la piel, por ejemplo, fuera un estorbo ya que nos «limita» a un territorio llamado «cuerpo», sin ver que ese contorno nos permite acceder, caricia mediante, al prójimo.
Es lo que nos permite dejar de lado la soledad de los dioses que, de tanta falta de límites, se hace insoportable.
Hablar ilimitadamente por teléfono, por ejemplo, y tal como propone la publicidad, no es igual a hablar diciendo algo que sea más que un parloteo. A su vez, textos largos e ilimitados no son necesariamente buena literatura y pueden ser bodrios fenomenales si no tienen algo que les dé vida y espesor.
Los niños pequeños se angustian ante la falta de referencias y contornos. Se los ve llorando, en conflicto con la enormidad del mundo que se les viene encima. De repente, el límite, en forma de abrazo de una madre o padre amorosos, los rescata, los sujeta, y el ilimitado universo cobra sentido en ese territorio acotado, cálido, generoso y ajeno al vértigo aterrador de lo ilimitado.
Algo parecido sucede con los adolescentes. Por eso, en plena búsqueda del «ser uno mismo» que ocurre en esa etapa de la vida, el «verso» de lo ilimitado, el mito del chasquido de dedos que consigue todo lo que, se supone, se debe conseguir es, como mínimo, una trampa cruel.
Advertir este tipo de confusiones sirve para no pecar de distraídos y no ser incongruentes a la hora de educar. Nunca viene mal recordar lo que realmente es valioso en la vida y, en lo posible, contárselo con palabras y actos a los hijos. Ellos, notificados del asunto gracias a una sabia mirada parental, luego verán qué hacer con los desafíos que les toquen. Los padres, como siempre pasa, no les ofrecemos siempre soluciones, pero sí les dejamos algunos instrumentos que, a veces como advertencia, les servirán para vérselas con su destino, ese que, sin duda, forjarán con su esfuerzo, sus gozos y sus tribulaciones, sin chasquidos de dedos que vengan mágicamente a su auxilio.
Escrito por Miguel Espeche – Publicado en L A N A C I O N