La carta al padre
En 1919, cuando tenía 36 años, Franz Kafka el genial escritor checo, escribió: “La carta al padre” (1) que traducida a muchos idiomas ha recorrido el mundo. Leída y releída, admirada y rechazada, refleja todo un amplio espectro del pensar de un hijo con relación al padre. Acusador y culposo, lúcido, crítico y doliente, Kafka disecó en su carta todos sus recuerdos del pasado. Su lectura despierta variadas emociones y plantea el interrogante sobre cómo hubieran podido ser las reacciones del padre ante el relato de su hijo.-
En 1983 la escritora sudafricana, Nadine Gordimer publicó “La Carta del padre” (2).
Escrita sesenta y cuatro años después de “La Carta al padre”, la supuesta carta del padre coloca a Hermann Kafka escribiendo desde la tumba a su hijo que yace junto a él.
Ejemplo de ficción literaria capta el desgarramiento hipotético del padre que desmenuza las páginas de su hijo y desde su vertiente, analiza los hechos que llevaron a Franz Kafka a escribirlos e interpretarlos.-
Ambas cartas contienen elementos que hacen pensar y sentir. La primera es la de un hijo real y la segunda la de un padre imaginado. Pero ambas expresan una penosa relación en un clima familiar opresivo. Allí están la vida y la muerte, la incomprensión, el temor y la angustia. Y también la fuerza de las cosas y el peso del tiempo.-
Una y otra vez Franz Kafka analiza los hechos cotidianos y los devuelve tamizados a través de su razón. Una y otra vez afirma y se contradice. Todo lo que el padre hizo es vivido como un absoluto. Se siente resultado de una formación autoritaria e imagina conductas alternativas que no existieron. Conjetura con las posibilidades de un pasado que o fue y oscila entre su culpa y la de su padre. Aparece desdibujada la figura de la madre, antípoda de la del padre, débil y sumisa, pero unida estrechamente a su marido. Y Nadine Gordimer, encarnada en Kafka padre refuta los reproches de uno a uno.-
Franz el hijo, con su genio y Hermann el padre, con su fuerza, aparecen enfrentados y la carta del padre, es como una tardía respuesta al cúmulo de quejas que el hijo desgrana en esas páginas cargadas de profundo resentimiento. El dolor de Kafka, que centra e su sentimiento ambivalente de amor y odio, es traducido por su genio de escritor de manera excepcional. Pero deja un resabio de amargura en el lector. Se percibe que queda latente algo así como un sentido de justicia que la escritora actual, con un tono menor, coloca en la boca del padre muerto. Sabemos lo que el hijo pensó y Gordimer nos ayuda a recibir la posible respuesta del padre.
La lectura de esas dos cartas me trae a reflexionar acerca de las relaciones entre padres e hijos, y dentro de ellas a los continuos reproches de los hijos a los padres y de los padres a los hijos.-
Se permanente volver al pasado, escudriñar la conducta anterior, busca culpas, imaginar motivaciones en actitudes personales y por sobre todo criticar sin piedad lo que fue, me parece inútil en la mayoría de los casos. Se es hijo de un hombre y una mujer y generalmente se nace en una familia. Esa familia tiene reglas educativas que suelen estar en consonancia con la estructura de la sociedad en un momento determinado y los hijos reciben el influjo de los caracteres paternos y de los conocimientos y creencias que ellos poseen Cuando se crece lejos de la familia influyen los conceptos del núcleo humano que vive ese “hábitat”.-
El hombre es al nacer el más desprotegido de los seres biológicos y se desarrolla con la herencia que posee y las condiciones en las que le toca vivir. El carácter individual se va forjando en medio de sus circunstancias.-
Pero hay un hecho innegable, se nace y el don de la vida se debe a la poderosa fuerza de haber sido gestado y salir a la luz. Los que aman la vida agradecen haberla recibido y la aprovechan com el mejor regalo que hubieran podido haber tenido.
Creo que es absurdo insistir en forma machacona en lo que no fue y pudo haber sido.
La vida no es puro determinismo sino que se desarrolla no solo por el pasado sino por un presente que, como seres humanos, podemos transitar desde nuestra libertad para elegir No hablo de la libertad idealizada sino de la posible que todos poseemos. Pero si usamos nuestro tiempo para reproches es que estamos presos de un malentendido que se ha transformado en costumbre. Ese error conceptual es creer en cosa absolutas, en dogmas inamovibles, en consecuencias fatales. Gastamos nuestra vida buscando en el pasado razones que justifiquen nuestra conducta actual. Generalmente son los padres los que con más insistencia son reconocidos como culpables de nuestras amarguras y desaciertos y así abundan los vientos arrolladores de la mala fortuna de haber tenido padres “castradores” que impidieron nuestro correcto desenvolvimiento. A veces se los recuerda como gestores de nuestros triunfos pero por lo general se los analiza interminablemente para recrear los mitos en los que los hombres pusieron sus anhelos siempre insatisfechos.-
La carta del padre empieza así: “Mi querido hijo: Me escribiste una carta que nunca me enviaste”, y acaba: “yacemos juntos en la misma tumba, tú, tu madre y yo. Hemos terminado como siempre debimos estar, unidos. Descansa en paz, hijo mío. Desearía que me hubieses dejado.” La frase final encierra el dilema de la necesaria separación del hijo. Para ser adulto el hijo debe hacerse independiente. Pero ¿cómo puede hacerlo? Siempre digo que el cordón umbilical no se rompe nunca, se alarga, se estira per no se corta por decisión de los padres. Es el hijo el que debe truncarlo, ¿y cuándo ocurre esto? Cuando puede hacerlo. Se le achaca al progenitor la dependencia, pero la frase: “desearía que me hubieses dejado” expresa claramente el deseo paterno del crecimiento del hijo.-
Existen padres sobreprotectores pero también hijo que se escudan en estas y otra razones para no ser jamás independientes, aunque continuamente claman por la libertad. Es más fácil atribuir la culpa al otro; la culpa personal es por demás pesada y angustiante. Y tal vez lo que traba es la idea de culpa que se contrapone a la inocencia.
Una inocencia pristina que solo poseen los ángeles y que no resiste al examen valiente de la aceptación de la responsabilidad.-
La carta de Kafka es una hermosa pieza literaria pero es también el paradigma del eterno reproche a los padres. Esos padres que cargan con la culpa de haber engendrado un hijo y haber elegido que naciera. Con el control de natalidad los padres crean a sus hijos con el coraje de decidir cuándo traerlos al mundo. Y se cargan de culpas por hacerlo. A los hijos los traía Dios; al elegir su nacimiento el hombre se coloca en el lugar de aquel; pero a partir de esa decisión queda flotando una oscura culpa que tiñe la existencia y se revierte en una especie de servidumbre permanente hacia el hijo (quien a veces la rubrica con la remanida frase: “¡yo no elegí nacer!”). Los padres sin proponérselo transmiten al hijo ese sentimiento culposo que tratan constantemente de atemperar. Siempre se sienten en deuda, nada les parece suficiente para su prole y no viven la paternidad como algo natural y sencillo. No comprenden que si consideran a sus hijos como príncipes de no se sabe que reinado, ellos son los reyes. Es más esperan del hijo la absolución por algo que no saben explicitar. Equivocan el mensaje al no ser claros y así transforman el vínculo en algo ambiguo. El hijo tiene que devolver lo que recibió pero él pertenece a otra generación y no puede cargar con un delito que no comprende, con una culpa que para él no existe. Ubicado en la vida actual acepta la elección de la paternidad con más sencillez. La culpa paterna no le pertenece y no la entiende. Él ha recibido sin pedirlo el don de la vida y se siente merecedor de todo lo que le fue dado. El conflicto paterno pertenece a esa zona neblinosa que no sabe y no le interesa escudriñar.-
Todo se hace más complicado con la enojosa tarea de examinar constantemente el pasado para buscar las causas del presente. Y así se pierde la tranquilidad necesaria para estar juntos aquí y ahora. Intranquilos y desorientados ocupamos de esta forma nuestro precioso tiempo que desperdiciamos sin alegría. Los eternos reproches ocupan el lugar que le corresponde al cariño, la comprensión y el respeto.-
Mis padres me engendraron y yo a mis hijos. Y antes de que sea demasiado tarde, tenemos que admitir que ahora, cuando estamos vivos, tenemos el tiempo para amar, para ayudaros y para aceptarnos como somos. Sería muy lindo poder festejar el reencuentro de padres e hijos sin reproches y el final de una letanía: ¡Por tu culpa!, ¡Por tu culpa!, ¡Por tu culpa!…-
Escrito por Dra. Luisa R. Goldenberg
1- “La carta al Padre” – Quatro Editores – 1974
2- “Letter from his father”, en “Something out there” – Penguin Books – 1985
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