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Imponerse, discutir y rebelarse

bn1Entrevista realizada a Paula Puebla, por Leticia Martin

Nació en marzo de 1984. Es especialista en Gestión Estratégica de Diseño, egresada de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires y trabajó en la industria de la moda y el diseño durante varios años. Tras un breve paso por los vestuarios del cine y la televisión, casi por accidente, tal vez por insistencia, aterrizó en el territorio de las letras y el periodismo digital. Escribió una obra de teatro, todavía inédita, creó un blog de relatos ficcionales y comenzó a publicar en Revista Paco. Se interesa y estudia las cuestiones del género y asegura que, pese a los piropos que recibe, no deja de fracasar en el amor. Paula Puebla sobre feminismos.

¿Sos feminista?

No, no soy feminista, y mucho menos bajo los términos en los que hoy se divulga el feminismo.

¿Por qué creés que te ganaste el apodo de “mujer misógina”?

Justamente por declararme no feminista. Como si una cosa tuviera relación directa con la otra.

¿Y por qué no sos feminista?

Porque considero que definirse como feminista es abrir el paraguas. Al parecer, la simple enunciación avala que digas y reclames cualquier estupidez, que pierdas el eje, que te hagas la víctima, que abras la boca como una bataclana para repetir la palabra “patriarcado” o para demonizar al hombre. Lo más gracioso es que, decir que estás a favor del aborto no es ser feminista. Feminismo, para mí, es sinónimo de “femnismo falopa”. Es tener que estar a favor del elegante acoso callejero, o tener que quejarte de por qué el muñequito del semáforo es hombre y no mujer, o de que el hombre ocupe más espacio cuando se sienta en el transporte público. Todas cuestiones que me parecen menores. Pienso que en estas latitudes la vara de las mal llamadas feministas está muy, muy abajo, y que ciertos reclamos estupidizan a la mujer y la ponen en la bolsa de un feminismo facilongo, que es el que se bancan los medios, las columnitas en los diarios y la radio, no el que realmente necesitamos. Las mujeres -en general- no leen sobre estas cuestiones. No estudian, no se interesan por sostener un argumento con contenidos. Y lo peor es que se creen que militan porque van al choque pasándole la aspiradora al sentido. Seré muchas otras cosas, pero feminista no.

¿Qué debería implicar el hecho de ser feminista?

En primer lugar, se debería entender que lo personal es político y que estamos atravesados por la radiación del cambio o, al menos, por cierto cuestionamiento de la idea más cristalizada del la sociedad históricamente heteropatriarcal. Ser feministas debería llevarnos a tener una conciencia de género -de amor y respeto- que no sea reactiva sino enfocada en términos de evolución, de proyecto. Debería permitirnos aceptar los siglos de historia tal como fueron. Debería llevarnos a ser menos retentivas y aprender a deconstruir y desarticular, para rearmar el rompecabezas de una manera menos nociva.

¿Qué hace falta para que se logren esos desafíos?

Yo creo que hay que dar un salto madurativo, poner el foco sobre el futuro, y no seguir llorando sobre la leche derramada. ¿Qué logra una feminista hablando del sometimiento de las mujeres a la maternidad y los trabajos hogareños forzados? Hoy, absolutamente nada. La discusiones de nuestro presente deberían ser otras. Ya no es un deber ser madre, ya no es un deber ser ama de casa, ya podemos votar y casarnos con otra mujer. Ninguno de estos avances se dieron haciendo mierda al patriarcado, sino que hubo necesidades, fuerzas orgánicas, movimientos y políticas que abonaron el terreno para esta transformación social. Gracias a ello hoy se puede elegir y tener ese derecho es tener poder. Y no es una epopeya femenina; lo considero más bien una conquista colectiva impulsada por mujeres. Otras mujeres, en el pasado. ¿Tendrán los feminismos contemporáneos la fuerza y la solidez que tuvieron Simone De Beauvoir o les suffragettes? A veces me pregunto si dentro de lo que tenemos en nuestra carta feminista existirá algo digno de legar a las futuras generaciones, las hijas, las nietas. Pienso, dudo y me apeno, porque todavía hay mucho por hacer.

¿Tenemos que tender a la igualdad o a la diversidad?

Me es imposible hablar de igualdad cuando no somos iguales ni siquiera entre congéneres. ¿O acaso todas tenemos las mismas posibilidades, la misma cultura, el mismo credo, las mismas convicciones u orientación sexual? Es hora de asumir que la igualdad no existe, de la misma forma que no hay tal cosa como la neutralidad. Esa pretensión utópica y de inercia social abre la herida de lo que debería ser, nunca fue y nunca será, le da la papilla en la boca a las víctimas de la historia. Si se abandona esa postura y se sigue el camino de la lógica y la empiria, tal vez los feminismos tengan chance de llegar a buen puerto. Si atendemos que la contrahegemonía se encuentra en la diversidad por consecuencia entenderemos que en las diferencias están las libertades, los recovecos constitutivos y divergentes de los sexos, desde una biología -la cual, gracias a la ciencia, ya no es un grillete natural condenatorio- hasta la psicología y los tantos otros engranajes sociales que existen. Apuntar a ser diverso es entender una convivencia y una coexistencia de pujas de poder lógicas de cualquier orden, lo que debería celebrarse. Es necesario celebrar el cambio y no infantilizar el presente para postergar las políticas de género del futuro.

¿Qué pensás de las categorías de varón y mujer?

Pienso que son conceptos que se están desdibujado casi por completo. Entiendo que si hablamos de varón y mujer de manera categórica es porque estamos, a su vez, hablando de sexualidad y de su ligazón a cierto orden social/biológico o biológico/social. ¿Por qué una mujer es mujer: por su biología o por su orientación sexual? ¿Un hombre es hombre en tanto fecundador o porque tiene pija? Tal vez siga siendo una discusión y un ejercicio entender dónde yacen estas respuestas, averiguar qué nos define debería ser una pregunta clave. Desde hace ya varias décadas hay una deconstrucción no silenciosa y no clandestina del sistema de género y por supuesto, viene de la mano de los intereses, orientaciones o intereses sexuales. No me animaría a hablar de la idea exacta de contrasexualidad que introdujo Beatriz Preciado, pero sí puedo identificar en esta teoría algunos puntos totalmente razonables e identificables en el siglo en el que estamos: el desafío a las normas sociales y el cuestionamiento hétero y la metamorfósis de una naturaleza bipartita a otra pluralista. No lo digo yo, lo dice la empiria. Lesbianas, homosexuales, transgéneros, pansexuales, bisexuales. Esta sexualización ha roto las barreras convencionales de las categorías varón y mujer y ha desafiado no solo los monolitos sociales sino también a la ciencia como industria: mujeres que se inyectan testosterona, hombres que se practican una vaginoplastía, hormonas, implantes, inseminaciones artificiales, anabólicos, Viagra, etc. Hay un trinomio entre biología, sexualidad y ciencia que puede que constituya uno de los temas fundamentales del siglo XXI.

¿Qué es lo más dificultoso de ser mina?

Es una pregunta muy difícil de contestar. No lo sé. Supongo que tiene que ver con desligarse de la cantidad de mandatos sociales y familiares, como la maternidad o el matrimonio. Librarse de ese cromosoma puede llegar a ser muy jodido, pero es totalmente alcanzable. Y esto ya no tiene que ver con la igualdad de derechos o un condicionante de género, creo que pasa por los deseos individuales. Una vez un hombre me dijo que hasta que no sea madre no iba a ser mujer, todo esto después de haber garchado. Me enojé bastante pero con el tiempo lo pensé y me di cuenta de que tengo mil argumentos para invalidar esa afirmación. ¿Por qué una mujer tiene que ser madre? ¿Por qué un hombre tiene que ser padre? Parecen ideas del feudo. Creo que hay que sacarse de la cabeza la idea de la impotencia y el sometimiento, dejar de lado esa victimización y salir de ese viejo ecosistema. Patear el tablero. Imponerse, discutir y rebelarse. Preguntar por qué y forjar un corazón a prueba de balas y una ideología que nos vuelva libres y activas. Y es un trabajo, es usar la cabeza todos los días, desde que te levantás, hasta que te entregás a la almohada.

¿Cuál es a tu juicio la forma de violencia hacia el género que habría que atender con más premura?

Creo que violencia de género es una expresión bastardeada. Hoy no sabemos qué cantidad de géneros existen, y vaya uno a saber cuántos existirán mañana. De todas formas, para empezar a hablar del tema, hay que retroceder un casillero y hablar de violencia, ese sistema que funciona de cimiento a todos los otros tipos de violencia. Es la imposición de la fuerza del poder sobre un “otro” debilitado, maniatado en el sentido de inferioridad. Creo que desde la esclavitud hasta ahora lo peor ha sido y es la imposibilidad a elegir, la pérdida o el recorte del albedrío.De todas formas, entiendo que, en general, usamos sin acierto la expresión violencia de género para hablar sobre violencia contra la mujer. Creo que lo que más nos urge -a todos, no solo a las mujeres- es conceder el derecho a interrumpir un embarazo, tener la posibilidad de intervenir sobre nuestro cuerpo de manera digna, legal y segura. Si violentar es imponer una fuerza sobre otra, considero que es directamente criminal un Estado que objeta la conciencia de sus ciudadanos en temas de salud y no permite a las mujeres decidir sobre su cuerpo. Solo una Nación consciente y madura, no atravesada por el conservadurismo católico, puede llegar a entender que el aborto es uno de los actos de violencia de género más duros que una persona deba enfrentar. Abortar legalmente no es matar, sino proteger. Es un deber cívico y no de género descriminalizar la libertad.

¿En qué situaciones te sentís cosificada

Nunca. En términos duros tengo ideas, convicciones y creencias, un lenguaje del que me valgo y que me vale y me diferencia de una cosa. En términos sensibles, si hablar de cosificación es hablar del goce del cuerpo, la sexualidad y la exposición, tampoco me siento cosificada. Me tengo estima -a veces más, a veces menos- y me siento cómoda con mis limitaciones, mi neurosis, mis tatuajes y mi cuerpo. No porque responda a esos ‘cánones de belleza inalcanzables’ de los que tanto se reniega, sino porque me reconozco y me percibo como una unidad. ¿Cómo hace una persona para deshumanizarse, para convertirse en un cacho de carne? No se puede, e incluso, en las industrias más socialmente hostiles y repudiadas, las mujeres usan su cuerpo como herramienta y soporte de trabajo. Puede ser una modelo, una vedette, una prostituta, una escort o una actriz porno. ¿Se sentirán cosificadas o estarán haciendo su trabajo? Cuando se habla de cosificación no solamente se pone en riesgo la importancia de la biopolítica sino que se da un hachazo de reduccionismo distorsionador. Nadie habla del goce, del amor, de la amistad y el sexo, de la tristeza y del dolor. No somos cosas, no somos cyborgs. Somos una máquina compleja. Somos humanidades.

Publicada en Revista Tónica

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