Claves para entender la ansiedad
Nos habrá pasado escuchar que desde la calle comienza a sonar la alarma de un auto. Nos asomamos y vemos que el auto fue violentado y la alarma logró el efecto disuasivo deseado; o nos damos cuenta de que el auto está sin ningún problema y que la alarma sonó por sonar. En este último caso, quizás tengamos la desgracia de que ese sonido aturdidor vuelva intermitentemente frente a cada mínimo estímulo o que no pare hasta que su dueño la desactive.
Esta situación cotidiana nos permite realizar una analogía con los sistemas de “alarma” que también tenemos los seres animados . Como otros animales, los humanos poseemos un sistema rápido y automático de respuesta ante el peligro: la reacción de miedo . Cuando observamos en nuestro entorno un estímulo amenazante, se activa en nuestro cerebro una central de alarma: la amígdala.
A partir de ella se dispara una respuesta que compromete a nuestro organismo en su conjunto para la huida o la defensa. Este mecanismo primario, pero útil, gobierna muchas de nuestras reacciones frente al peligro.
Sin embargo, los seres humanos disponemos de un equipo más sofisticado para defendernos: la ansiedad . El desarrollo del cerebro humano, y en particular de sus áreas prefrontales, expandió, entre otras, las capacidades de nuestra especie para revisar el pasado y escrutar el futuro. Nuestro cerebro puede imaginar escenarios posibles en el futuro. Puede también imaginar cosas que podrían haber sucedido en el pasado, aunque no sucedieron. Puede simular mentalmente situaciones en detalle, sin necesidad de llevarlas a cabo. Puede evaluar probabilidades y riesgos. En resumen, puede crear realidades virtuales, con mayor facilidad que cualquier computadora .
Esta capacidad ha brindado a los seres humanos un arma para su defensa: anticipar y resolver antes de que ya sea tarde , prepararse antes de que el peligro esté presente. Esa es la misión de la ansiedad.
Para entender la ansiedad, podemos compararla con un radar , o sea, un dispositivo que rastrea nuestro ambiente y nos avisa que una amenaza se aproxima. Con el tiempo suficiente, podemos tomar nuestros recaudos para defendernos o escapar. Pero es mucho más que un radar, es también un diario de bitácora, donde registramos las experiencias peligrosas vividas, y un mapa que nos guía , como un GPS hacia territorios seguros.
¿Pero qué puede pasar si este sistema funciona mal? ¿Qué ocurriría si esta alarma empieza a detectar peligros donde no los hay y evaluar los riesgos en exceso? ¿Qué consecuencias tendría el tomar recaudos por las dudas? ¿Y anticipar todo lo que puede salir mal sin poder parar? Esto es lo que ocurre en los trastornos de ansiedad, los desórdenes psicopatológicos más comunes en nuestras sociedades.
Cuando experimentamos un ataque de pánico , nuestro radar nos indica que algo catastrófico está ocurriendo y nuestro cerebro reacciona con vehemencia. En la ansiedad generalizada, no podemos parar de imaginar cosas malas que pueden suceder y las preocupaciones nos desbordan .
En el trastorno obsesivo-compulsivo, sentimos que un picaporte puede albergar un virus mortal o que nuestros actos o pensamientos pueden tener consecuencias terribles para los demás. En el estrés postraumático los efectos de hechos traumáticos vividos irrumpen en nuestra mente una y otra vez y nos hacen sentir que pueden repetirse en cualquier momento. En las fobias, objetos u animales aparentemente inofensivos se vuelven intimidantes. En la fobia social , los otros seres humanos se vuelven amenazantes.
El factor común es la evaluación exagerada y paralizante de los peligros del ambiente.
Otro rasgo común de estos desórdenes es la adopción de medidas de seguridad excesivas , como evitar ciertos lugares o situaciones, o revisar y repetir muchas veces actos o pensamientos. Lejos de lograr reducir la ansiedad, estos recaudos desmedidos aumentan la vulnerabilidad de la persona, y nos trasforman en víctimas de nosotros mismos .
Como lo narró una y otra vez la popular historia de “Pedro y el lobo”, que luego de tantas falsas alarmas, cuando el peligro real arremete, ni los otros ni nosotros las creemos ciertas y ni siquiera nos asomamos para ver qué pasa.
*Director del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Presidente del Grupo de Investigación en Neurología Cognitiva de la Federación Mundial de Neurología.
Escrito por Facundo Manes @ManesF y publicado en C L A R I N el 11/09/2011
Imagen: «Ansiedad» de Edvard Munch
Esta situación cotidiana nos permite realizar una analogía con los sistemas de “alarma” que también tenemos los seres animados . Como otros animales, los humanos poseemos un sistema rápido y automático de respuesta ante el peligro: la reacción de miedo . Cuando observamos en nuestro entorno un estímulo amenazante, se activa en nuestro cerebro una central de alarma: la amígdala.
A partir de ella se dispara una respuesta que compromete a nuestro organismo en su conjunto para la huida o la defensa. Este mecanismo primario, pero útil, gobierna muchas de nuestras reacciones frente al peligro.
Sin embargo, los seres humanos disponemos de un equipo más sofisticado para defendernos: la ansiedad . El desarrollo del cerebro humano, y en particular de sus áreas prefrontales, expandió, entre otras, las capacidades de nuestra especie para revisar el pasado y escrutar el futuro. Nuestro cerebro puede imaginar escenarios posibles en el futuro. Puede también imaginar cosas que podrían haber sucedido en el pasado, aunque no sucedieron. Puede simular mentalmente situaciones en detalle, sin necesidad de llevarlas a cabo. Puede evaluar probabilidades y riesgos. En resumen, puede crear realidades virtuales, con mayor facilidad que cualquier computadora .
Esta capacidad ha brindado a los seres humanos un arma para su defensa: anticipar y resolver antes de que ya sea tarde , prepararse antes de que el peligro esté presente. Esa es la misión de la ansiedad.
Para entender la ansiedad, podemos compararla con un radar , o sea, un dispositivo que rastrea nuestro ambiente y nos avisa que una amenaza se aproxima. Con el tiempo suficiente, podemos tomar nuestros recaudos para defendernos o escapar. Pero es mucho más que un radar, es también un diario de bitácora, donde registramos las experiencias peligrosas vividas, y un mapa que nos guía , como un GPS hacia territorios seguros.
¿Pero qué puede pasar si este sistema funciona mal? ¿Qué ocurriría si esta alarma empieza a detectar peligros donde no los hay y evaluar los riesgos en exceso? ¿Qué consecuencias tendría el tomar recaudos por las dudas? ¿Y anticipar todo lo que puede salir mal sin poder parar? Esto es lo que ocurre en los trastornos de ansiedad, los desórdenes psicopatológicos más comunes en nuestras sociedades.
Cuando experimentamos un ataque de pánico , nuestro radar nos indica que algo catastrófico está ocurriendo y nuestro cerebro reacciona con vehemencia. En la ansiedad generalizada, no podemos parar de imaginar cosas malas que pueden suceder y las preocupaciones nos desbordan .
En el trastorno obsesivo-compulsivo, sentimos que un picaporte puede albergar un virus mortal o que nuestros actos o pensamientos pueden tener consecuencias terribles para los demás. En el estrés postraumático los efectos de hechos traumáticos vividos irrumpen en nuestra mente una y otra vez y nos hacen sentir que pueden repetirse en cualquier momento. En las fobias, objetos u animales aparentemente inofensivos se vuelven intimidantes. En la fobia social , los otros seres humanos se vuelven amenazantes.
El factor común es la evaluación exagerada y paralizante de los peligros del ambiente.
Otro rasgo común de estos desórdenes es la adopción de medidas de seguridad excesivas , como evitar ciertos lugares o situaciones, o revisar y repetir muchas veces actos o pensamientos. Lejos de lograr reducir la ansiedad, estos recaudos desmedidos aumentan la vulnerabilidad de la persona, y nos trasforman en víctimas de nosotros mismos .
Como lo narró una y otra vez la popular historia de “Pedro y el lobo”, que luego de tantas falsas alarmas, cuando el peligro real arremete, ni los otros ni nosotros las creemos ciertas y ni siquiera nos asomamos para ver qué pasa.
*Director del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Presidente del Grupo de Investigación en Neurología Cognitiva de la Federación Mundial de Neurología.
Escrito por Facundo Manes @ManesF y publicado en C L A R I N el 11/09/2011
Imagen: «Ansiedad» de Edvard Munch