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Ser Padre alrededor de los 50 años

La primera cuestión que se plantean todos los padres de alrededor de 50 es la ecuación matemática: ¿Qué edad voy a tener cuando mi hijo cumpla 15?, ¿Durante cuánto tiempo podré ser un padre activo?.
A los 50, se notan diferencias en el rendimiento pero ssi los hombres asimen sus limitaciones, pueden ser más potentes; en cambio, si son irreverentes y quieren tener las mismas posibilidades que a los 20, se les complica.
Si a los 50 tenés un hijo y asumís que tus músculos funcionan distinto, te hacés cargo que para alzarlo tenés que subir y bajar las todillas y no con la cintura, y podés llegar a ser un padre feliz. Pero si no aprendés eso y querés hacer lo mismo que un joven, posiblemente te agarre un lumbago y la pases mal.
Artículo publicado el domingo 20/06/10 en la Revista Rumbos, escrito por Romina Ruffato.
Ser padre abarca mucho más que tener hijos e hijas. Es asumir un rol permanente, para cuidar, orientas, establecer límites y caminar al lado de los locos bajitos que se incorporan a la vida familiar. En ese momento, a los hombres les aparecen miedos, incertidumbre, inquietudes. El fantasma de «¿Seré un buen padre?» los atravieza, a veces los paraliza y siempre los hace equivocarse. Porque son seres humanos y no Superman, como se suele creer en la infancia. Cuando la paternidad no encaja en los parámetros habituales del contexto social de la época (hoy entre los 30 y los 40 años aproximadamente), el desafío es doble. A la difícil tarea, se agregan el almanaque y los prejuicios. Aquí, las historias de cuatro varones que se animaron de nuevo, alrededore de los 50 años, a volver a ser lo que nunca dejaron de ser: padres.
Del dolor a la esperanza
Mario Muñoz tiene 57 años y cinco hijos: Andrés, de 30, Gabriela, de 28, Horacio de 24, María Agustina, de 15 y Milagros, de 2. La última es la que decidieron tener con su actual esposa, Silvia, después de un accidente de Mario con una máquina en la pequeña fábrica de inyección en plástico con la que mantiene a la familia, y que lo dejó lastimado en el cuerpo y en el alma. «Cuando salí del hospital, me pareció que tener un hijo era algo lindo que podíamos hacer», cuenta. Su esposa tiene también otros hijos de veintipico de años.
«Es hermoso ser papá a esta edad; a veces no salgo de mi asombro -insiste, mientras Milagros le habla en su media lengua-. Es un momento maravilloso de mi vida.» Mario nació en Uruguay, pero hace casi treinta años se vino a la Argentina. Sonríe al comentar que su mamá, del otro lado del Río de la Plata, aún no es bisabuela, y volvió a ser abuela con más de 80 años. «Somos cinco hermanos y nunca tuvimos diferencias ni problemas graves, sería un disgusto muy grande que eso pasara», dice Mario, resumiendo la filosofía que le transmite a su prole. Por eso, su salida preferida es compartir una buena mesa con todos.
«Cuando estás con un hijo, aunque estés saturado del trabajo, no dejás que te pase por arriba el cansancio físico», define Mario, al responder sobre si ser papá después de los 50 encuentra limitaciones importantes en el cuerpo, Mario trabaja muchas horas, y para aprovechar el tiempo se lleva a Silvia y a Milagros cuando tiene que entregar mercadería.
Cuando mira hacia atrás, se reprocha no haber podido ir a las fiestas escolares de sus hijos mayores. «Los llevaba y traía del colegio cuando podía por mi situación laboral, pero no estoy en ninguna de las fotos que a los chicos les importan», reconoce. Y sabe que esa actitud se relaciona con el mandato de que el padre es quien trae el dinero a casa, y la madre quien se ocupa de la vida cotidiana.
Su mayor orgullo es haberles dado la posibilidad de estudiar lo que quisieran, de formrse como personas. «Eso me gratifica, y lo voy a hacer igual con Mili porque ahora, si los chicos no estudian, no tienen un futuro en este mundo», piensa.
Mario, a los 57, agradece a su esposa por ser una «excelente mamá» y una compañera dispuesta a entender los horarios y a acomodar las cosas para pasar el mayor tiempo posible juntos: «Estoy en una etapa muy feliz».
Pasito a paso
«Pa, ya la bañé», dice Sofía con su voz suave de 5 años, mientras muestra a su muñeca sirenita. «Bueno, ahora guardá el jabón en el baño, que en un rato vamos al supermercado», le contesta su papá.
Daniel Downey, médico de 53 años, tiene dos hijos de su matrimonio anterior: Tomás de 25, y Ana de 24. «Mis hermanos», aclara Sofía por si hiciera falta.
La aparición de esta niña en la vida de Daniel y su mujer, Valentina, «fue una sucesión de hechos»». LA separación, la nuieva pareja y la convivencia. «A medida que fue pasando el tiempo, empezó a madurar en Valentina la idea y la necesidad de tener hijos – relata- . Al principio, yo estaba cómodo así y no tenía la necesidad de otra paternidad, pero en un momento hubo que decidir y nos pusimos de acuerdo para un embarazo.»
Cuando nació, fue tan emocionante que mi sentimiento de paternidad surgió inmediatamente», recuerda Daniel. Los primeros seis meses fueron complicados. La beba lloraba, hasta que el diagnóstico de reflujo y el tratamiento mejoraron la situación: «Fue muy demandante desde lo físico, por todo ese tiempo de mal dormir».
Daniel cree que esta paternidad le enseñó a ser más paciente. «Con Tomás y Ana me enojaba y gritaba, les imponía penitencias; con Sofía tengo mucha más tolerancia», explica, consciente de que se modificó su propia situación. «Antes, yo prácticamente no estaba en casa, me la pasaba de sanatorio en sanatorio, mi presencia era mucho menor; en cantidad y calidad, me parece que es mucho mejor mi paternidad ahora».
¿Y qué pasa con el cuerpo? Baste una anécdota: Daniel, su mujer y su hijo mayor fueron a enseñarle a andar en bicicleta a Sofía. «El que más aguantó fui yo – se ríe -. No me siento limitado físicamente». ¿Y con el mito de que los padres grandes les dejan hacer lo que quieren a sus hijos? «Le pongo límites, más concretos; y si se digo que no, lo sostengo», asegura Daniel.
Daniel privilegia actividades con cada uno de sus hijos: «A Ana, que estudia Medicina, disfruto de acompañarla en esa experiencia; a Tomás, que se está por recibir de guinista de cine y es un tipo muy intelectual, me gusta verlo en sus partidos de fútbol, y con sofía, comparto juegos». En cuanto a los temores, con los más grandes surgían «cuando tenían fiebre y no sabía por qué». A la más chica le tocó otra época en la que «hay más amenazas externas», y eso es lo que más me preocupa.
Sin embargo, el miedo mayor se le fue enseguida: «Quería disfrutar de la vida y de mi pareja sin tener compromisos, pero me di cuenta de que eso puedo seguir haciendolo, no me cuesta nada».
Por partida doble
Javier Sanguinetti tiene 49 años y aspecto de artista. Aunque él se defina como docente, pasó por la experiencia de la pintura, y se nota. Sus primeros hijos son Joaquín, de 25, y Morena, de 14.
LA reincidencia se dio con Luka y Jano, mellizos de 4. «La diferencia es enorme, no en relación inmediata con el chico, sino con que uno tiene que hacerse hombre muy rápido; de un día para otro, tiene una responsabilidad para la que no está preparado», resume Javier. Entre el modelo que cada quien carga y las ambiciones personales, el cóctel de criar hijos de joven tiene también sus contras. «Una persona joven tiene muhcos sueños y los quiere cumplir a cualquier costo, y eso lo lleva a desmesurarse, por ejemplo, en lo laboral», y recuerda que se vino con su primera mujer de la localidad platense de City Bell a la ciudad de Buenos Aires, precisamente, para trabajar y empujar en la movida del arte plástico. Con Joaquón cree que estuvo «un poco ausente». Ahora me ocupo de estar un poco más con ellos, pero ademád de cumplir con mi función paterna», asegura, acordandose de Jacques Lacan.
En definitiva, ¿Qué es un padre? «Es una persona que el niño ve que tiene un saber, si no es así, es un problema», asegura Javier. Y ensaya un balance: «Tomé conciencia de algunas cuestiones por las críticas del mayor; ahora puedo hacer más cosas, antes era discutible hasta dónde podía; estoy más tiempo con los chicos, jugando, si hay que imponer una ley o llegar a un consenso, aprendí que también puede ser así».
Con ese hijo grande adora conversar porque tiene «un registro» ideológico parecido al suyo. «Con Morena disfruto de ir a pasear. Habla ella; yo mecjo algunas cosas», sonríe Javier, orgulloso de la adolescente que ya escribió una novela. «Con las mujeres, hay que ser absolutamente estratégico, porque no es fácil entenderlas, sea tu hija, tu esposa, o tu madre – plantea-. Lo primero es comprender desde dónde están hablando, cuáles son sus verdaderas demandas.» Con Jano y Luka, por otra parte, comparte una herencia del tiempo en que Joaquín era un nene. «Luchamos y hacemos pruebas, como las de Hércules», explica desde la pasión por el campismo. Lo fundamental que les transmite a los cuatro: el valor del esfuerzo y la creatividad. «Es una época difícil para ser padres. No estamos solamente para disfrutar de los hijos, sino también para cumplir una función social. Veo cierta resistencia a ese rol, que a veces significa sufrir o que en determinados momentos del crecimiento no te quieran sintetiza.
Sólo dame tu amor
Cuando lo vio a Rodrigo, de 11 años, salir con la jueza del hogar en que se alojaba, Edgardo Schapachnik experimento una sensación conocida. «Fue tan emocionante como ver el parto de mis hijos mayores», afirma. Edgardo ahora tiene 64 años y cuatro varones: Fernando, de 33, Alejo, de 29, Walter, de 18 y Rodrigo, de 15. Los doa últimos, como le gusta decir, «llegaron caminando, por la vía de la adopción».
Antes, Edgardo había formado pareja con Susana luego de la separación de la madre de los dos primeros. «Hace veinte años que estamos juntos, pero tuvimos una primer etapa con otros objetivos, consolidarnos y construir nuestro futuro, no estaba en nuestros planes la idea de la paternidad y maternidad», cuenta. Cuando ese deseo surgió, pudo más que la biología, y con el asesoramiento de una ONG prepraron la carpeta para la adopción. Cuando aquella jueza llamó para avisar que había un nene en condiciones de ser adoptado, Edgardo estaba solo en su casa. «Es como cuando comienza el trabajo de parto: le avisé a Susana y después no podíamos esperar a que se hicieran las seis de la tarde para decirle a la jueza que sí, que por supuesto que viajábamos», relata.
TRas ese primer encuentro con Rodrigo, pasaron el fin de semana juntos, y dos días después les otorgaron la guarda para viajar a Buenos Aires. «Hubo un período de construcción del vínculo; al principio Rodri llamaba al hogar todos los días y hablaba con un amigo más grande; después, las llamadas se fueron espaciando, y una vez volvió a comunicarse y su amigo ya no estaba ahí, había sido trasladado», dice. Edgardo averiguó y lo ubicó, y así Rodri pudo establecer el vínculo. Tiempo después, el preadolescente se animó a expresar – vía terapia – su intención de tener un hermano. Lo hablaron en familia, y así apareció Walter, aquel amigo que había dejado en el hogar y con el que construiría desde allí en más otro tipo de lazo.
«Desde el punto de vista de cómo se juega la paternidad, no hay distinciones, pero sí hay un aprendizaje anterior que me fue muy útil – aclara-. Además, esta segunda paternidad tiene sus aristas, porque adoptamos dos chicos en em umbral y en plena adolescencia».
En este capítulo que le llegó a los 60 años, con Rodrigo y luego Walter, Edgardo reiteró su «fórmula mágica». «Amor, confianza y respeto, estos tres ingredientes, mezclados armónicamente, dosificados, van haciendo que las cosas fluyan – indica-. Ser padre es una responsabilidad muy grande. No soy perfecto, pero no me arrepiento de nada, siento que construí un vínculo muy profundo con mis hijos. No es fácil, pero es hermoso».

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