Grupos de reflexión de varones
A principios de la década del 80 conformamos un grupo de hombres,amigos interesados en preguntarnos por nuestro lugar como varones en nuestra vida cotidiana.
Nos interesó la relación con el trabajo y los vínculos que implica, la pareja, nuestras familias, la sexualidad, el deporte, nuestro cuerpo, la violencia, la sensibilidad, el amor, la competencia, las rivalidades y todo aquello que nos animamos a examinar en un camino que nítidamente se inició sin norte preciso y con mucho entusiasmo.
A veces conversábamos partiendo de hechos de nuestra propia experiencia.
En otras oportunidades elegíamos tomar como disparador alguna película u obra de teatro.
También nos dimos cita en ámbitos típicamente masculinos que no pertenecían a nuestra cotidianeidad.
Esta experiencia duró dos años y la importancia que tuvieron estos encuentro para todos nosotros generó que nos propusimos ofrecerlo a otros
desde nuestro rol profesional.
Así fue que diseñamos el modelo: “Grupos de reflexión entre varones”. Integramos técnicas de grupo con enfoques que abordan las áreas emocional, cognitiva, relacional y corporal.
Estos instrumentos nos permitieron potenciar una mirada abierta sin quedar capturados por los prejuicios, los mitos que cada uno de nosotros lleva, la
mayoría de las veces sin siquiera saberlo.
A fines de los 80, medios de difusión diversos, especializados y masivos, se interesan por esta temática. La misma trasciende, conectamos con otros que se vienen preguntando también sobre esta temática en todo el mundo.
Cotejamos diferentes miradas abriendo la posibilidad a un mayor enriquecimiento y conceptualización.
¿Por qué son sólo de hombres?
Interrogarnos en la adolescencia sobre el lugar del hombre y la mujer nos llevaba a trenzarnos en apasionadas discusiones. Con amigos/as y compañeros/as de estudio escudriñábamos la vida tratando de determinar las conductas correspondientes a varones y mujeres. Podía ser un pic-nic, un médano al atardecer, la playa, un café, un baile o cualquier otro lugar.
Pero cuando nos sintonizábamos con este tema se encendía una pasión que nos atrapaba.
Interrogantes que nos conmovían hasta lo más íntimo circulaban sin detenerse. El clima era de estar perdidos juntos, buscando una salida.
Aquel clima está muchas veces ausente hoy cuando intentamos dialogar varones y mujeres sobre las cuestiones de género. La mayoría de las veces
nos involucramos en un enfrentamiento donde predomina la exasperación y el monólogo prevalece sobre el diálogo.
En el grupo de varones la ausencia de la mirada presente de una mujer facilita el proceso de autoconocimiento y desde allí el encuentro con los
otros.
Surge el lugar que ocupa la amistad. Los temores a los homosexualidad como obturadores del encuentro. Las confusiones entre sensibilidad y blandura, firmeza y dureza. Las posibilidades y los límite de la confianza.
Las exigencias. Los ideales heroicos que rigen cada una de las acciones de la vida cotidiana. La dificultad para reconocer las propias necesidades. Los imperativos de proveer a las necesidades de otros, tanto material, afectiva o sexualmente. Los resentimientos. Las restricciones de la capacidad de vivir, amar y alegrarse El imperativo de aguantar y sostenerse sin ni una lágrima. El dolor de aguantar solo. La peculiaridad de la relación con los padres, hijos, abuelos, tíos… Las posibilidades de nutrirse y sostenerse entre varones.
¿Son grupos machistas?
A esta altura, alguien podría replicar: ¿cuál es la peculiaridad de estos encuentros? En esta sociedad patriarcal los varones se encuentran en los lugares de trabajo, en la práctica de deportes, en el café y en un sinnúmero de espacios más. ¿Son entonces reuniones para remozar el machismo?
La cuestión es que, salvo excepciones que confirman la regla, los varones cuando nos reunimos en grupo no sabemos hablar de nuestros sentimientos, de nuestras emociones. Capturados por el mito del héroe, del duro, el triunfador, podemos discutir de política, de fútbol, filosofía, negocios, economía, literatura, cine, mujeres, pero difícilmente se abra un espacio de encuentro entre el pensar, el sentir y el actuar.
Se trata de facilitar el encuentro de cada uno consigo mismo y a partir de allí con los demás. Un espacio donde compartir angustias, miedos, placeres y proyectos.
En los talleres se improvisan escenas de la vida cotidiana. Al jugar se salta el abismo entre lo que cada uno pretende representar y lo que espontáneamente surge en la acción. Evidenciar este divorcio permite que cada uno pueda conectarse con sus propias contradicciones. El diálogo se torna más sincero, con más posibilidades autoreflexivas, sinceramiento no sólo con el otro sino fundamentalmente de cada uno consigo mismo.
Concebimos la reflexión precisamente como expresión del sujeto emocionalmente reencontrado, posibilitando un vínculo dialógico en que la interdependencia predomine sobre la dependencia.
A partir de un trabajo de esta naturaleza, cada uno puede comenzar a tomar contacto con las diferentes maneras de ser varón, que correponden también
a cada uno.