Reflexiones

La cuenta corriente del corazón

 
Desde que somos niños sabemos hacer balances contables.
“Si tenía 4 soldaditos de plomo y los tíos me regalaron dos , ahora tengo 6. ¡Qué lindo, cuantos tengo!”.
“Si mi hermanito me perdió 4, me quedan 2. ¡Qué lástima, son poquitos!”.
Algunos hechos suman y otros restan y el saldo restante nos puede gustar o no.
En las relaciones adultas de mucha proximidad e intimidad afectivas, también hacemos permanentemente balances de nuestras interacciones con el otro.
Algunas de estas interacciones no están referidas al intercambio de objetos sino al de mensajes afectivos.
Esto se da en las relaciones de pareja, en las de padres e hijos, en las de amigos, compañeros de trabajo.
Especialmente en las relaciones de pareja, existe la posibilidad de hacer consciente este intercambio, dados la intimidad del vínculo y la intensidad del afecto que origina la unión amorosa.
Muchas corrientes psicológicas reconocen la utilidad, para la permanencia de un vínculo sano de pareja, de hacer trabajos conscientes y responsables acerca de los ingredientes hacen a la felicidad del vínculo.
La base de estos razonamientos está en reconocer que en los basamentos de la pareja amorosa humana, hay pilares de atracción sexual, de espacios compartidos, de objetivos compatibles y una razonable interacción satisfactoria en las pequeñas cosas de la vida en común.
Estos 4 pilares son condiciones necesarias pero no suficientes, algunos funcionan como “condición sine qua non” y además son vasos comunicantes que intercambian su quantum con los otros.
La atracción física y sexual puede ser el ingrediente inicial de algunas parejas, pero sin el apoyo de los otros 3 pilares, no estará asegurada la continuidad de vínculo.
Un pilar puede equilibrar su valor con otro y asegurar un promedio satisfactorio de la  relación amorosa.
Después de compartir un concierto que sea preferencia de sólo uno de los integrantes de la pareja, habrá más disposición luego, para tener intimidad, por parte de ambos.
El pilar de los valores compartidos puede aumentar la atracción física y la tolerancia ante las diferencias diarias.
Y así sucesivamente, el cuidado de estos pilares es “un trabajo”, para “hacer el amor”.
Para lograr esta armonía amorosa creo que es muy útil la comunicación de las “cosas que suman y las cosas que restan” en la interacción de la pareja.
Como en la contabilidad comercial, siempre habrá un saldo de este balance, que en el caso de la pareja será un quantum de satisfacción afectiva.
En muchas parejas estas comunicaciones generan sorpresa, descubrimientos y al saber el efecto que causan sus acciones en el otro, tienen la posibilidad de hacerse responsables de las consecuencias de sus actos.
“Me encantó que me preguntaras como me fue en mi trabajo”.
“No sabía que te molestaba tanto que hiciera chistes sobre…”
Son innumerables los mensajes mal interpretados, no escuchados o confundidos.
La comunicación humana tiene muchas interferencias y por eso es recomendable establecer códigos de aclaraciones.
“¿Cómo entendiste de lo que te dije?”
“¿Me podes aclarar eso, no estoy seguro de haberte entendido bien?”
Si valoramos la utilidad de la buena comunicación, entenderemos como imprescindibles estos y otros mecanismos de esclarecimiento.
Muchas de las conflictivas humanas, aún las aparentemente graves, están motivada por malentendidos.
El balance de los ingredientes que suman o que restan es parte de estas comunicaciones esclarecedoras para el amor.
Los saldos resultantes a veces nos sorprenden, pues, si no lo hablamos, no sabemos que fue lo que aumentó o disminuyo la felicidad en el vínculo.
Además, las parejas amorosas de cierta estabilidad e intensidad, “tienen un crédito otorgado” que permite compensar algunas “pérdidas”.
Esto no es posible en los encuentros esporádicos, muy recientes o de poca profundidad.
Podemos ser muy buenos “contadores” de nuestras cuentas amorosas y de esa manera evitar “quiebras” innecesarias.
El surgimiento del amor puede ser espontáneo, pero el mantenimiento es una tarea de la que somos responsables.
 
Escrito y enviado por el Lic. Jorge Miguel Brusca
Psicólogo
 
 
 

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