Apoyarnos en los vínculos con los otros, identificando el camino propio, para cada uno,  habilita gestar y sostener proyectos, planificar la esperanza y apropiarnos de la plenitud vital comprometidos con la espontaneidad y la creatividad.

Desarrollo

Consideramos que el grupo es un espacio/tiempo que anuda el conjunto de las historias de sus integrantes, tanto coordinador como participantes.
En este contexto, el rol jugado por los integrantes en cada situación grupal es sólo un estar que nunca podría agotar el sentido de un existir. Como la parte visible de un iceberg, es mínima respecto de la totalidad.
Cuando escuchamos las historias que cada uno va contando, necesitamos tener presente que son versiones que va construyendo de sus momentos vitales presentes, pasados y futuros en consonancia con cierto sesgo que define su manera de estar en el mundo.
Para el coordinador es importante focalizar la atención en cómo cada uno se posiciona en relación con los otros a partir de la particular manera de vincularse compartiendo “algo” de su vida.
Así podrá considerar las posiciones relativas en que cada uno “tiende” a quedar ubicado para guiar las intervenciones. Las mismas apuntarán a generar acontecimientos reveladores de caminos que permitan modificar las conductas repetidas que, a cada uno, le producen dolor, padecimiento, estancamiento y empobrecimiento tanto consigo mismo como en las relaciones con los otros.
El devenir de la tensión grupal se transforma en fructífero para sus integrantes sólo si se accede a una experiencia donde poder experimentar, como decían Los Tres  Mosqueteros: “todos para uno y uno para todos”.
Para ello, desde el rol coordinador nos ocupamos de viabilizar un encuadre que contemple las condiciones de “seguridad psicológica” de manera que en el diálogo pueda surgir la resonancia; o sea que cada situación planteada por uno pueda ser una oportunidad para explorar la vida de cada otro con sus peculiaridades y originalidades. Desalentamos tanto la homogeneización como el pasteurizar las conductas, ya sea que vengan del lado de los consejos que dan cátedra,  pontifican, denigran como de la burla  o cualquier otro tipo de comentario que inhabilite la empatía. Apuntamos a generar un clima que legitime las diferencias abriendo espacio a la diversidad como a la inclusividad.
Privilegiamos el “compartir” que para el Psicodrama es la instancia donde “yo dialogo con vos y te cuento lo que genera en mí  lo que vos me contás” y viceversa.
A partir de allí es que podemos acceder al “encuentro” con los otros como momento de contacto con lo extraño en mí, que nos arranca de la soledad, nos permite la producción colectiva y desde allí nos facilita experimentar la solidaridad, el amor y la creación.
El grupo se constituye en un laboratorio de relaciones humanas para investigar el posicionamiento subjetivo de cada integrante en pos de encontrar líneas de fuga a los ciclos de repetición del padecimiento personal.
En esa circunstancia lo importante no es la “verdad” de cada relato sino el sentido que cobra en el grupo la historia que el sujeto decide contar y la posición en que lo coloca en el aquí y ahora del encuentro.
El grupo es eficaz en la medida que habilita catalizar cambios en las conductas estereotipadas si logran ser interpeladas y pierden cierta vigencia.
Quienes se incorporan a un grupo entran en contacto con otros en función de un objetivo o tarea, en ese tránsito pueden generar aprendizajes que  contribuyan al cambio de conductas.
Entendemos que es fundamental subrayar en este sentido un aspecto: juntar gente en un espacio / tiempo no es en sí mismo garantía de estar gestando un dispositivo efectivo y eficaz para que se genere una producción colectiva que conlleve una reflexión de cada uno de los integrantes a partir de la cual se gesten aprendizajes y modificaciones operativas en sus conductas.
Sólo si como coordinadores sostenemos ciertas pautas de funcionamiento -dispositivo–, el devenir grupal podrá contribuir a generar un espacio donde el despliegue de la diversidad en un contexto inclusivo permita que aflore el diálogo empático que fomente  la creación colectiva de alternativas.
En una época como la actual, donde predomina el “sálvese quien pueda”, recuperar las prácticas grupales fructíferas se constituye en una vía privilegiada para reapropiarnos del sentido de la solidaridad y en ese tránsito aportar a cuidar la trama del tejido social.
Por Guillermo Augusto Vilaseca  – Licenciado en Psicología (UBA). Psicodramatista.
Publicado en Página 12