Dónde encontrar gratas sorpresas en la Ciudad
Mauricio Kartun: “Donde sea que vayas, en la Ciudad hay sorpresas”…Cuenta que se baja en distintas estaciones de subte y explora los Rincones porteños. Y que le fascina la “cosa vieja” que hay en las calles.
Hace varios años acunó la idea de “ciruja cultural” para autodefinirse y, aunque la elite de la escena teatral se enoje, vamos directo a ese punto. Al frente Mauricio Kartun –dramaturgo de oficio dirá él, gran maestro apuntarán los demás–, y alrededor todos esos objetos que confirman su pasión por el rejunte. “Tengo fascinación por la cosa vieja. Y la Ciudad también es cosa vieja. Está cargada de pátina, que no es más que el depósito de tiempo sobre un objeto, justamente donde radica lo bello: la suciedad, el roce, el desgaste. Para los que tenemos esa fascinación es como un poema. Uno la lee como si fuera un texto”, define como punto de partida.
-¿La recorrés? ¿La caminás? -Vivo a una cuadra del subte B, entonces puedo tomarme el subte, bajar en cualquier estación y volver por un circuito nuevo en el que descubro edificios, comercios o la casa de comida armenia en la que venden el mejor yogur natural que probé en mi vida. Tengo la sensación de que para donde sea que uno agarre, en Buenos Aires hay sorpresas. Es apasionante. La cabeza funciona muy distinto en el circuito conocido y en el desconocido. Al salir de la propia red conceptual aparecen otros disparadores.
Kartun creció en San Andrés, partido de San Martín. “El popular, no el residencial”, aclara. ¿Cómo llegó a la Ciudad? “Como todos los suburbanos, detrás de esa utopía que decía que en el Centro estaba ‘lo otro’. Cuando tenía 20 años acá estaban las minas más bonitas y si no lo eran, por ser del Centro sumaban un 25%. También las librerías, las tiendas, los teatros, los cines, la gente…”, enumera.
Escribía narrativa y como le decían que sus diálogos eran “flojos” se anotó en un curso de dramaturgia. “Apenas empecé descubrí la extraordinaria virtud del teatro en relación a cualquier otra forma literaria: su condición social. En teatro estás siempre rodeado, cosa que a los 20 años tanto en términos ideológicos como hormonales era lo mejor que a uno le podía pasar”, sigue. El mismo teatro se encargó del resto. “Es una máquina deliciosa y perversa. Entrás, creés que hacés dos metros y volvés a salir. Pero cuando diste vuelta a la primera esquina ya te perdiste en el laberinto”, describe. Si escribís, a dirigir. Si dirigís, a actuar. Y si sabés hacer todo eso, ¿por qué no enseñar? “Aprendés más enseñando que haciendo y hay un día en el que ya no sabés. Ese día uno se puede pasar a llamar teatrista, porque hace una cosa curiosa y singular que no se puede entender como la suma de pequeñas acciones sino como una acción total”, define.
-Esta ciudad tiene un circuito teatral muy amplio… -Buenos Aires se ha transformado en una especie de parque temático del teatro. Siempre fue una ciudad muy teatrera pero, para darse una idea, en este momento estamos en la misma cantidad de espectadores que en los años ’50.
-Con un espectador formado… -Es como el pescador. El placer del pescador no está en sacar pescados, sino en salir a descubrir un buen lugar de pesca. Los espectadores de teatro porteño salen a pescar teatro. Saben que un día pueden ver una cosa que no les gusta y les sirve para no volver a ese recodo del río. Y cuando encuentran un autor o un lugar que les gusta, lo siguen. Eso es lo que nos permite a nosotros hacer esto que, jactanciosamente, llamamos una carrera.
Habla de una ambición artística que se apoya en tradiciones teatrales como la española, la italiana y la judía. Y de la presencia histórica de grandes maestros. “Acá los artistas profesionales también dan clases y cualquiera puede estudiar con Agustín Alezzo, Ricardo Bartis o Claudio Tolcachir”, repasa.
Sus obras más recientes ( Salomé de Chacra sigue en cartel en el Teatro San Martín) transcurren en entornos gauchescos, y en su recorrido ha pasado por los diferentes referentes del ser nacional (con un ejercicio casi periodístico durante los años ’70, algo que llamaban “dramaturgia de urgencia”). Pero Kartun prefiere evitar la carga de una lectura social. “Lejos de cualquier vocación sociológica, los artistas tenemos una inquietud poética que luego alguien puede transformar en significado sociológico. A la hora de escribir me sirve ser víctima de todo ese material que leo, estudio y acopio. La gran energía creadora es la imaginación, y la proyección que el espectador hace sobre esa imaginación luego se constituye en pensamiento”, expone. El resto corre por cuenta de sus críticos (y de sus discípulos, que por suerte son muchos).
Publicado en C L A R I N