La batalla de los sexos: el mito de las diferencias entre los cerebros
Sin duda, la historia de la ciencia es pródiga en ejemplos de cómo hechos que parecen «obvios» pueden estar totalmente errados. Alguna vez se pensó que la Tierra era el centro del universo y se postuló que había razas inferiores, para mencionar apenas dos de una larga lista de enunciados falsos que, sin embargo, tuvieron fanáticos defensores.
Las afirmaciones formuladas hace un par de días por una ex legisladora sobre presuntas «inclinaciones» del cerebro femenino que pondrían a la mujer en inferioridad de condiciones para el ejercicio de la política bien podrían incluirse entre estos malentendidos. Según las últimas investigaciones, si bien hay diferencias innatas, la biología no es un destino. Tampoco es verdad que los hemisferios cerebrales funcionen aisladamente o tengan una predominancia excluyente.
«Nuestro cerebro funciona como una red donde las distintas estructuras se interconectan ampliamente -explica el doctor Facundo Manes, director del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco) y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, además de profesor de Psicología Experimental de la Universidad de Carolina del Sur, en Estados Unidos-. Que cada hemisferio se haya especializado en procesar la información de manera diferente es un beneficio que nos dio la evolución para estar a la altura del mundo complejo en que vivimos, que muchas veces demanda un procesamiento más lineal y secuencial, a cargo del hemisferio izquierdo, y otras, un procesamiento más holístico y global, a cargo del hemisferio derecho. Pero la gran mayoría de los estímulos demandan ambos tipos de procesos y activan nuestros dos hemisferios de manera conjunta.»
«No hay nada en la biología que muestre que la razón esté en un lugar [del cerebro] y las emociones, en otro -dice Mariano Sigman, investigador del Conicet-. Que las mujeres tengan alguna dominancia por uno de los hemisferios está poco fundado, y que eso implique que tienen que ocupar ciertos roles y no otros, mucho menos.» Y enseguida agrega: «La diferencia entre el hemisferio derecho y el izquierdo es un «neuromito»».
La idea de que las distancias entre el cerebro femenino y el masculino se traducen en distintas aptitudes viene de lejos. Incluso no hace tanto, en el siglo XIX, la Universidad de Heidelberg, por ejemplo, no admitía mujeres. Sofía Kovalevskaya, la primera mujer en obtener un doctorado en Matemáticas en Europa, no pudo conseguir nunca un puesto de trabajo en la universidad, a pesar de que su tesis doctoral es conocida hoy como teorema de Cauchy-Kovalevskaya. «La mejor oferta que le hicieron fue dar clases de aritmética en una escuela elemental para niñas, y observó con amargura: «Por desgracia, no se me dan nada bien las tablas de multiplicar»», cuentan Reuben Hersh y Vera John-Steiner en Matemáticas, una historia de amor y odio (Editorial Crítica, 2012).
Ya en este siglo hubo quienes creyeron ver en sutiles diferencias biológicas el sustrato de procesos cognitivos dispares. Por ejemplo, el cerebro masculino es en promedio alrededor de un 9% más grande que el femenino.
«Hay una pequeña diferencia en el peso -destaca Marcelo Cetkovich-Bakmas, jefe del Departamento de Psiquiatría de Ineco-, pero se da a expensas de la mayor masa muscular del hombre.»
En los centros para el lenguaje y el oído, las mujeres tienen un 11% más de neuronas que los hombres. El principal centro de la formación de emociones y recuerdos -el hipocampo- es también más grande en ellas, del mismo modo que los circuitos para el lenguaje y para percibir emociones.
«Se ha hablado mucho con respecto a que el pensamiento femenino es más holístico (derecho) y el masculino, más matemático -dice Cetkovich-Bakmas-. Sin embargo, en los datos experimentales no hay indicadores precisos de que un género sea más inteligente que el otro. Las diferencias son culturales, y fueron desapareciendo con la igualación de los géneros. Lo otro es una profecía autocumplida.»
Con respecto a la predominancia de uno u otro hemisferio cerebral, Manes explica que décadas de investigación permitieron explicar las diferencias (y similitudes) entre ambos hemisferios .
«Lo primero que debemos recordar es que los hemisferios no están aislados -dice-; están conectados por una ancha banda de axones (la porción de las neuronas por donde se envía la información a otras) que forman una estructura conocida como «cuerpo calloso». Además, existen otros puentes más pequeños, que también integran estructuras del lado izquierdo y el derecho, tales como la comisura anterior. Mike Gazzaniga, que durante años estudió pacientes que no tenían un cuerpo calloso, demostró que el hemisferio izquierdo posee mayor capacidad de procesar la información en forma secuencial, mientras que el hemisferio derecho aborda la información de manera más holística y en paralelo. Pero esta especialización hemisférica fue erróneamente interpretada y llevó a creer que tenemos dos cerebros separados que coexisten dentro del cráneo.»
Las diferencias sexuales anatómicas en el cerebro probablemente surgieron como resultado de presiones selectivas durante la evolución, sugiere. En tiempos remotos, los hombres cazaban y las mujeres juntaban alimentos y cuidaban a los niños.
También es plausible la hipótesis de que las mujeres seleccionan juguetes que les permiten afinar las habilidades que necesitan para criar a sus hijos, agrega, a propósito de un experimento que distribuyó muñecas, camiones y objetos neutros entre un grupo de monos vervet y descubrió que las hembras interactuaban más con los juguetes «femeninos» y los machos, con los «masculinos».
«Las diferencias en la anatomía cerebral de hombres y mujeres -explica- podrían ser causadas en gran parte por la actividad de las hormonas sexuales que bañan el cerebro del bebe en gestación. Entre las semanas 18 y 26 del embarazo, el cerebro comienza a transformarse de manera irreversible, a tal punto que las experiencias posnatales no logran cambiar, estructuralmente, un cerebro masculino en uno femenino ni viceversa. Esto sugiere que al menos algunas diferencias no son culturales.»
Sin embargo, hoy se sabe que, más allá de lo innato, la práctica y la interacción con otros modifican neuronas y circuitos cerebrales.
Para Sigman, muchos de los estudios que hay sobre este tema son discutibles: «Me generan una gran desconfianza, porque suelen hacerse sobre muestras pequeñas y muchas veces sesgadas. No sólo hay diferencias entre hombres y mujeres, sino también entre distintos hombres y distintas mujeres», dice.
Un estudio del Massachusetts Institute of Technology (MIT) reveló un dato singular al explorar la existencia de una inteligencia colectiva entre grupos de personas que colaboran bien entre sí. «Demostró que la inteligencia del conjunto se extiende más allá que la lograda a través de la suma de las capacidades cognitivas de los miembros individuales -cuenta Manes-. Y la tendencia a cooperar de manera eficaz estaría relacionada con el número de mujeres en un grupo.»
Cetkovich-Bakmas subraya que, si bien son más vulnerables en ciertos sentidos, las mujeres están igualmente dotadas que los hombres para ejercer todo tipo de profesiones: «En la medicina, ya ingresaron en especialidades que antes se consideraban exclusivas de los hombres, como la cirugía -dice-. Y también ocupan cada vez más puestos en áreas técnicas, como la aviación. Las diferencias tienen que ver con estilos conductivos y no con capacidades.»
Para Sigman, no hay duda de que ellos y ellas tienen características propias. «Las mujeres desarrollan el lenguaje y la teoría de la mente [la capacidad de atribuir pensamientos e intenciones a otros] antes que los varones -cuenta-. Pero no hay nada que muestre que esto tenga alguna pertinencia para los roles que pueden o no ocupar en la sociedad.»
«No hay nada en el cerebro de la mujer que le impida hacer lo que quiera», concluye Sigman.
Escrito por Nora Bär – Publicado en LA N A C I O N