Machos eran los de antes
No a los machos alfa, sí a gozar junto a los ‘nuevos hombres’
Amo a los nuevos hombres. Yo supe de su existencia haciendo mi tesis doctoral: primero los descubrí en los libros, después los encontré en blogs y webs, en foros y redes sociales, y los sigo hoy cual fan enamorada.
No sé si esta nueva pasión es, en realidad, una extensión de mi complejo de Edipo, porque mi padre es un nuevo hombre. Mi madre se iba a la fábrica y mi padre, como era escritor, nos cuidaba a mi hermana y a mí. Él es un hombre de esos que cocina y lava platos, que cambia pañales y baña a los nietos, que va a la compra y hace lavadoras. Disfrutó mucho de la crianza de sus hijas, y nos educó para que fuésemos mujeres independientes y trabajadoras. De ahí mi amor hacia este padre tan hermoso, a la par que feminista. Los demás padres me parecieron siempre muy patriarcales comparados con el mío.
Creo que por este complejo de Edipo, el día que conocí a mi compañero me puso tan cachonda darme cuenta de que era un hombre nuevo también. Y al conocerle mejor me enamoré perdidamente. Mi chico es de esos hombres que no tienen problemas con su masculinidad, así que no tiene que estar todo el tiempo demostrando lo macho que es. Para mí es un lujo compartir la vida con este tipo de hombres porque se puede hablar estupendamente, ya que no tienen complejos de inferioridad que les empujen a machacarte para que no brilles, no se creen que eres de su propiedad, no te celan mientras cortejan a otras, no te mienten sin necesidad, no dependen de ti porque estén contigo, y lo están hasta que dejen de estarlo. Es decir, no se sienten «condenados» a estar contigo: son libres para quedarse a tu lado.
Los nuevos hombres tienen muchas otras ventajas, porque son más autónomos, se trabajan las emociones, se comunican mejor. No necesitan criadas y por eso no «ayudan» en casa, sino que asumen su responsabilidad total sobre las tareas domésticas y disfrutan de su paternidad. Para mí son tan atractivos porque no sufren tanto como los hombres tradicionales, son más creativos en la construcción de su identidad, y viven su masculinidad con más libertad y alegría. Supongo que es porque no se sienten tan presionados para mostrar su virilidad continuamente, como les sucede a los varones patriarcales.
Yo lo recomiendo mucho a mis amigas y amigos que se busquen hombres nuevos y se alejen de los machos alfa o de los romántico-atormentados, pero creen que los mitifico y que son tan pocos que ni existen. El día que me llamaron para participar en el Congreso de Masculinidades en Barcelona, el año pasado, me sentí muy afortunada por poder conocer a algunos en persona. Llamé a mis amigos y amigas solteras para contarles que iba a conocer a cientos de nuevos hombres, pero pensaron que iba a un congreso lleno de frikis queer. Así que fui sola al paraíso.
Salí de la burbuja barcelonesa de mujeres y hombres igualitarios creyendo que otras formas de ser, de estar y de relacionarse son posibles. Pude conocer de cerca todo el inmenso trabajo que están haciendo para desmontar la virilidad patriarcal, para transformar y mejorar sus relaciones con las compañeras, para reivindicar su derecho a disfrutar la paternidad, para luchar por los derechos de las mujeres y las niñas…
Son pocos aún, a menudo trabajan aislados, sin el apoyo de otros grupos feministas, pero están abriéndose camino. Estoy convencida, desde que viví aquel romance académico-festivo con los hombres igualitarios, de que no se puede empoderar a las mujeres sin trabajar con los hombres, y de que tenemos que hacerlo juntos, para poder acabar con la eterna batalla de género que divide a la humanidad en dos grupos.
La noche que nos despedimos, estuvimos hablando de estas y otras utopías románticas. Muchos me hablaron de su deseo de enamorarse de mujeres como ellos, despatriarcalizadas: «Yo sé que hay muchas nuevas mujeres, esas que no se frustran porque no somos el príncipe azul, que no huyen cuando lloramos, que nos aman tal y como somos, que no nos sienten enemigos, que saben disfrutar de la vida y del amor. ¡Brindemos para que se multipliquen y pueblen toda la faz de la Tierra, y brindemos por el amor igualitario!».
Alzamos nuestras copas esperanzados, mientras me reía pensando en las utopías que se crean en los congresos a la hora de los tragos: por la mañana, deconstruyendo unos mitos y, por la noche, creando otros. Hay ratos en que pienso que estamos en el buen camino para despatriarcalizarnos todos juntos, para transformar los patrones sobre los que construimos nuestra identidad y nuestras relaciones, para poder querernos mejor. Otros días pienso que nos quedan siglos para poder liberarnos de las opresiones (ellos y nosotras) y reinventar las estructuras afectivas, sexuales y emocionales sobre las que tejemos nuestras relaciones.
Aunque queda mucho trabajo por hacer, creo que tiene sentido ir hablando de esta utopía romántica igualitaria porque supone una alegre reivindicación de la diversidad en la construcción de nuestras identidades y de nuestros afectos, y porque supone también honrar el derecho universal a querernos como nos plazca. Se me ocurre, además, que podemos aprovechar esto de ponernos a pensar en construir relaciones sanas y bonitas para aprender a disfrutar más de la vida y del amor.
¿Ustedes qué piensan?, ¿puede haber feeling entre un nuevo hombre y una nueva mujer, o sería demasiada la armonía?, ¿creen que estamos realmente preparadas para renunciar al tratamiento de reinas poderosas (y ellos, a ocupar el lugar de reyes absolutos) en las relaciones amorosas?, ¿tiene sentido pensar en esta utopía cuando tenemos aún inserto el patriarcado en vena, atravesando nuestro deseo y recorriendo nuestras emociones?
Escrito por Coral Herrera Gómez – Escritora y comunicadora española residente en Costa Rica. Doctora en Humanidades y Comunicación Audiovisual, con énfasis en Teoría de Género. Bloguera ‘queer’, su sitio es El rincón de Haika.