Terapia familiar, una modalidad en franco desarrollo
El aumento de los divorcios y las nuevas uniones impulsan las consultas. El desacuerdo en la crianza de los hijos y los problemas con la autoridad son algunos de los temas más frecuentes.
Como en un juego de dominó, la gente va sucumbiendo a la terapia. Hasta los más escépticos terminan rendidos al diván que en ciertas situaciones se muestra como la única herramienta capaz de desarmar nudos imposibles. Y si los tratamientos individuales –al menos entre porteños– ya son moneda corriente, y de a poco también lo van siendo las terapias de pareja y las grupales, ahora es el turno de las familias enteras. Todos juntos al diván en consultorios extra-large parece ser lo último en la neurosis citadina. Los psicólogos dicen que la causa radica en que ya no hay “familias tipo” sino todo tipo de familias, y que haber roto el molde genera incertidumbre y precisa un refuerzo externo.
“El auge de los divorcios, separaciones y nuevas uniones, ya sean legales o por consenso, generó un aumento de consultas de orientación y asistencia para enfrentar del mejor modo posible situaciones poco conocidas y conflictivas. Las personas involucradas en los conflictos familiares propios de la Post Modernidad están desorientadas. En la Modernidad el control social de las conductas fue opresivo, pero pautaba y contenía el sufrimiento psíquico. El incremento del proceso de individuación y el respeto por la diversidad con que cada sujeto decide organizar su vida amorosa y familiar genera desorientación y angustia”, sostiene la psicoanalista Irene Meler, autora del libro “Recomenzar: amor y poder después del divorcio”.
Claudia Messing, terapeuta familiar, asegura que “los tratamientos y enfoques vinculares son más necesarios y frecuentes a diferencia de épocas anteriores, centrados en el tratamiento individual. El cambio a lo vincular se corresponde con el pasaje del modelo autoritario de crianza que generaba mayor represión y distancia emocional, al modelo actual de demostración afectiva donde hay más libertad y cercanía emocional, pero también mayor dificultad de separación e individuación. Por eso los enfoques vinculares que incluyen al otro posibilitan y favorecen el proceso de discriminación”.
¿Cuáles son los desencadenantes que llevan a la familia a terapia?
“Rutina, desamor, desacuerdo en la crianza de los hijos, problemas con la autoridad, separaciones, dificultades de aprendizaje, duelos, embarazos, adopciones, nacimientos, bodas, situaciones traumáticas, peleas donde se sobrepasan las palabras …”, enumera María Cristina Castillo, de la Institución Fernando Ulloa.
Es decir: todo es susceptible de consulta si quienes arman una familia no logran ponerse de acuerdo. Castillo profundiza en el último punto: “Ocurre cada vez más que las familias o las parejas viven como un tope la agresión verbal o física. No naturalizan la violencia y si hubo un desborde lo ven como un problema a enfrentar”. Su colega Stella Maris Rivadero asegura que “la violencia familiar no necesariamente pasa por la agresión física sino por la dificultad de reconocer las diferencias de cada sujeto y respetar la alteridad del otro”. Psicoanalista, da una explicación freudiana del asunto: “El encuentro familiar o de pareja se sitúa en el terreno del desencuentro. El problema es cuando el desencuentro es causa de la miseria neurótica. El analista interviene para trocar esa miseria en infortunio corriente”.
“Dos líneas de tensión atraviesan las actuales familias: el género y la generación –agrega Meler–. La lucha generacional se intensificó cuando surgió la adolescencia como período evolutivo. La disparidad en el desarrollo de los jóvenes, deseosos de poder e independencia, pero con un largo camino por recorrer para obtenerlos, genera poderosos conflictos entre padre s e hijos. Y las mujeres, antes subordinadas y hoy en proceso hacia la paridad, entran en conflictos conyugales ahora que pueden hacerlo: ellas inician la mayoría de los divorcios. En cuanto disponen de autonomía económica, no vacilan en denunciar un contrato opresivo e insatisfactorio y buscar nuevos horizontes para sus vidas”.
Dora Davison responde desde la Terapia Familiar Sistémica, que se ocupa de las personas en su contexto. “Desde esta perspectiva, el individuo aislado no existe como tal, es una abstracción teórica. Los conflictos emergen en la relación con el otro o con los otros, y el foco de la terapia es precisamente la relación y no el individuo. El contexto primario de una persona es su familia y sus miembros se influencian recíprocamente: la conducta de uno modifica la del resto”.
La Terapia Familiar Sistémica es de los 60. ¿Qué pasa hoy? “Las diversas configuraciones familiares tienen una estructura y una dinámica diferente a la familia tradicional –dice Davison–. Cada conformación funciona de acuerdo a su estructura, pero la mayoría de las personas lo ignoran, razón por la que tratan de funcionar como si fueran una familia tradicional sin serlo, fracasando en el intento”.
Escrito por Mariana Iglesias
Publicado en C L A R I N el 28/04/13
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