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Sabina Speilrein y C.G.Jung. El Amor y la Etica. (A propósito de la película A Dangereous Method)

Hace ya algún tiempo que la figura de Sabina Spielrein y su relación con C. G. Jung me interesa. Hay obras de teatro como «Blue Room» en Broadway, y «The Talking Cure» en Londres sobre ella, así como libros, ensayos (ver bibliografía) y películas que ilustran, a su manera, la relación entre ambos; entre ellos, los filmes «The Soul’s keeper» (Prendi la mia anima), del director italiano Roberto Faenza, y «Yo fui Sabine Spielrein» de Elizabeth Márton. Por último, como próximo y cercano estreno, se avecina el film de David Cronenberg “The talking cure” en el que trabajan entre otros, Vigo Mortensen, de El Señor de los Anillos y Keira Knightley, de Piratas del Caribe. La figura de Sabina es importante, no ya por lo circunstancialmente anecdótico, sino por haber sido una precursora de la divulgación de la Psicología Profunda, a la par que una mente tan brillante como olvidada. Este texto es mi manera de rendir homenaje a la mujer y al ánima, al mismo tiempo que plantear algunas problemáticas derivadas de la práctica psicoterapéutica en función de la propedéutica del psicoanalista y del psicólogo. 
Sabine Spielrein -Sabina Nicolaievna Spielrein- nace el 25 de octubre de 1885, bajo el signo de Escorpio con probable ascendente Sagitario, en la ciudad de Rostov, Rusia, la llamada puerta al Cáucaso, a orillas del río Don, dentro del el seno de una familia judía de clase media alta. Es hija de un comerciante y una odontóloga que, sin embargo, no ejercía su profesión, dedicándose a las labores del hogar.
Sabina, la mayor de los cinco hijos del matrimonio, era una niña, inquieta y curiosa a la que le preocupaban muchos temas, entre ellos, los americanos. Así lo escribió en uno de sus primeros diarios:»Como la tierra es una bola, debían caminar por debajo de nosotros con la cabeza hacia abajo y las piernas hacia arriba». No fue extraño entonces que durante mucho tiempo Sabina estuviera cavando laboriosamente un hoyo en la tierra y preguntándole a su madre si faltaba mucho para atravesarla y sacar a un americano por las piernas.
Algunos informes de sus primeros años la describen como una niña difícil, que con frecuencia debía ser castigada, con un interés sexual precoz y para nada reprimido al que se le agregaban desbordantes dosis de imaginación e inteligencia. A los cuatro años ya presentaba algunos síntomas traumáticos; por aquella época, acostumbraba a retener –a veces durante casi dos semanas- sus deposiciones, clausurando en ocasiones el ano con su talón.
Mientras estos episodios se repetían, por orden expresa del padre se hablaba en determinados días de la semana, solamente francés, alemán o alguna otra lengua extranjera; quien no cumplía con la consigna era castigado con rigor. Los golpes eran moneda corriente en casa de los Spielrein, a veces los daba el padre y otras obligaba a sus hijos a que se castigaran entre ellos.
Las nalgas desnudas recibían golpes aleccionadores ante la mirada de todos. Años después y durante una sesión con Jung, Sabina recordará las suyas, exhibidas y afiebradas, cuando tenía once años. Fue otra paliza la que dejó también una huella indeleble; esta vez uno de sus hermanos estaba desnudo y mientras recibía la paliza paterna, Sabina lo miraba y no dejaba de pensar en que había defecado en la mano de su padre. Con el tiempo, la defecación le cedió el paso a la masturbación compulsiva, manifestando además ideas obsesivas de índole sexual asociadas con la violencia, los castigos corporales y la comida –en algunos momentos dejó de comer en público. Para Sabina, un elemento central del castigo era que su padre era un hombre y cuando ese hombre pegaba, ella no podía dejar de masturbarse. En la adolescencia su estado desmejoró notoriamente y comenzó a experimentar constantes cambios de humor, pasaba de la risa al llanto, planeaba auto castigos, como aquella vez en la que se encerró en el sótano después de haberse regado con agua fría en pleno invierno, quería morir y lograr que esa muerte sea una verdadera tortura para sus padres. En otoño de 1901, luego de un viaje curativo en el verano, su hermana Emilia contrae tifus y muere: «Más tarde me alejé de todo el mundo; fue aproximadamente en el sexto curso, después de la muerte de mi hermana pequeña; ahí comenzó mi enfermedad. Escapé a la soledad». La patología más seria que presentaba, era sentir excitación sexual al ser castigada.
El 17 de Agosto de 1904, la situación se precipita y la joven de diez y nueve años es internada en Burghölzi. El informe -parcial- del ingreso de Sabine al hospital Burghölzi dice lo siguiente:
“17 de agosto de 1904.
Anoche a las 10.30 ingresa paciente, acompañada por un tío. La paciente, llora, ríe de manera convulsiva y extraña. Presenta tic, gira la cabeza con movimientos rotatorios, saca la lengua, estira las piernas, dice no estar loca, sólo molesta ya que en el hotel no soportaba el ruido ni a la gente. Diagnóstico, histeria.”
A un joven médico de guardia de 29 años, que se desempeñaba en el Hospital desde el 1º de Diciembre de 1900, le tocó hacerse cargo del caso de Sabine; su nombre era Carl Gustav Jung.
El curioso incidente del paraguas
Jung inició con Sabine un tratamiento psicoanalítico que fue, por lo demás sumamente exitoso, pero siempre omitió el hecho que Sabine, se había enamorado de él. Sin embargo, en su autobiografía «Recuerdo Sueños, Pensamientos» (Seix Barral), Págs. 149-150 Jung escribe lo siguiente:
«Recuerdo muy bien el caso de una joven judía que había perdido la fe. Comenzó con un sueño que tuve donde se me presentaba una muchacha desconocida. Me expuso su caso y mientras hablaba pensé: no comprendo nada de lo que ella me dice ¡No comprendo de que se trata! Pero, de repente comprendí que ella tenía un extraño complejo paterno. Tal fue el sueño.
Al día siguiente en mi agenda constaba: consulta, a las cuatro. Apareció una muchacha.
Una judía, hija de un rico banquero, elegante bonita y muy inteligente. Se había sometido ya a un análisis, pero el médico se sintió atraído por ella y le rogó finalmente que no le visitara más, de lo contrario, peligraba su matrimonio.»
Jung, prosigue con estos recuerdos:
«La noche siguiente tuve otro sueño. En mi casa se daba una fiesta y he aquí que la muchacha estaba también presente. Vino hacia mí y me preguntó: ¿Tiene usted paraguas? ¡Llueve tanto!
Encontré efectivamente un paraguas, lo hice girar para abrirlo y quise dárselo. ¿Pero qué sucedió en lugar de esto? Se lo entregué de rodillas como si fuera una divinidad».
Volviendo a la noche de la internación, Sabina ingresó como paciente con 47 kilos de peso. La decisión inicial de Jung fue darle de comer, lo cual presumiblemente, hizo él mismo. Esa noche bautizó el encuentro entre C. G. Jung y Sabina Spielrein.
En las primeras notas de la historia clínica, Jung describió así a la familia de su nueva paciente: «su padre: nervioso, agotado, neurasténico, irascible a más no poder. La madre es ¡histérica!, nerviosa (al igual que la paciente), el primer hermano tiene llantos histéricos, el segundo padece tics y es iracundo y el más joven sufre, es histérico y comete injusticias para sufrir». La relación de los padres con sus hijos aparece en la historia clínica como «tumultuosa» y «sadomasoquista».
Durante los nueve meses en los que estuvo internada, la evolución de Sabina tuvo altibajos; era agresiva, dejaba de hablar, solía cambiar bruscamente de humor y empeoraba cuando recibía noticias familiares, pero también empeoraba cuando, por algún motivo personal, Jung se ausentaba. El diagnóstico siempre fue el mismo: histeria. Jung ubicó los síntomas desde la primera infancia y señaló incluso que en la primera entrevista y en plena crisis de convulsiones, se destacaban «miradas seductoras».
Voy a detenerme en este punto para tratar de recapitular y organizar mis propias ideas. Es un hecho, del cual es muy fácil hablar a la distancia, que Sabina padecía, sin duda, de un cuadro histérico. Son fuertes y suficientes razones de peso, el núcleo familiar rígido y estricto, casi bizarro, en el cual vivía. Asimismo, es sabido que la Histeria posee, debido básicamente a lo que Jung posteriormente llamará “Hipertrofia del Yo”, rasgos seductores sumamente importantes, dado que trata de captar mediante ellos la atencionabilidad del medio ambiente, o, como diría J. Lacan de ejercer una “demanda de amor”, tal como el propio Jung consignara en la primera entrevista de su historia clínica. Su patología, la lleva incluso a un fuerte sentimiento de baja autoestima, traducido en pulsiones de tipo masoquista, que, posteriormente plasmará en sus escritos, pues es sabido que uno escribe siempre acerca de sus propias necesidades.
Sin embargo, estos son hechos parciales y hacen falta dos para un tango. Jung, relata esta seriada de sueños, que culminan en la entrega del bastón-mando-falo, en una actitud reverente que semeja al cuadro L’Acollade de Burton. En estos sueños sincronísticos, sin lugar a dudas, se preanuncia el inminente surgimiento de la relación pasional.
Es sabido el grado de importancia que el propio Jung adjudicaba a los sueños y como también podrían reconstruirse los hitos fundamentales de su vida, mediante los mismos. Efectivamente, fue un sueño el que le indicó la prosecución de sus estudios como médico y, también fue un sueño, el que le indicó la existencia del Inconsciente Colectivo. Es inadmisible, conociendo un tanto la psicología del personaje, que este no se hubiera dado cuenta o, que pasara esta seriada de sueños que culmina en el del paraguas, desapercibida.
Muy por el contrario, creo que el haberlos consignado en su autobiografía, escrita hacia el final de su vida, es un indicio revelador, porque a los 84 años, no se está ya en condiciones de ocultar nada, ni tampoco se tienen ganas.
Hay otro sueño que considero importante. Aldo Carotenutto menciona el siguiente sueño de Jung, que fue el primero que le envió a Freud, pues es sabido el intercambio onírico que ambos sostuvieron. Jung hace una muy buena interpretación del mismo. El sueño en cuestión es el siguiente:
Veía que unos caballos eran izados a una grandísima altura mediante cables, me llamó especialmente la atención que uno de ellos, un vigoroso caballo obscuro, estaba atado con correas de cuero y lo izaban como un paquete. En cierto momento la cuerda se rompe y el caballo se precipita sobre la calle. Debía de estar muerto pero repentinamente se puso de pie y se alejó galopando. Observé que el caballo arrastraba un pesado tronco y me maraville, de que, a pesar de ello se alejara a tanta velocidad. Era evidente que iba desbocado y que podría provocar alguna desgracia…
El propio Jung interpreta este sueño como un deseo sexual, pasionalmente desbocado, fuera de su situación matrimonial. Jung sabía o, al menos intuía lo que habría de pasar con Sabina, aún antes de conocerla. El ya estaba enamorado y fascinado por su propia ánima, la cual se encarnaría en Sabina.
Jung coronó la expectativa del caso con un exitoso tratamiento; el propio Bleuler, su jefe en Burghölzi, le comenta al padre de Sabina en una carta que: «En la próxima primavera la señorita Spielrein ha decidido comenzar la carrera de Medicina en Zurich». Estaba formalmente curada.
Así fue; cuando Sabina recibió el alta y abandonó el hospital, comenzó a estudiar medicina en la Universidad de Zurich y continuó siendo paciente ambulatoria de Jung, La relación era cada vez más intensa. Jung se arrogó un papel paternal en la relación en varias ocasiones. Él, sin duda, fue el factor determinante del hecho de que Sabina se recibiera como médica y posteriormente ingresara como psicoterapeuta en el círculo freudiano. Como contracara, Sabina quería estudiar música y tenía una pasión por el piano, a la cual Jung se opuso, prohibiéndoselo, tal vez como un turbio recuerdo de una supuesta violación que el recibió por parte de su profesor de violín cuando era niño.
A esta altura del relato, seria ridículo pretender negar las implicancias sexuales de la relación.
Es más que evidente que fueron amantes.
Sabina esconde su dolor en la intimidad de su diario: «Mi amor (…) me acarreó exclusivamente dolor; existieron tan sólo unos instantes en que descansé en tu pecho, en que podía olvidarlo todo».
Por su parte Jung escribe: «¡Mi querida! Me arrepiento de muchas cosas, me arrepiento de mi debilidad y maldigo el destino que me amenaza».
Algunas consideraciones acerca de la Ética del Psicólogo
Como dice Bruno Bettelheim, quien no alberga simpatía manifiesta por la figura de Jung: …“Sea cual fuere la opinión que uno pueda tener de la actitud de Jung hacia Spielrein, no se debe dejar de lado su consecuencia más importante: La curó del trastorno por el cual se la había dejado en sus manos”… De algún modo cumplió con la principal obligación que tiene un terapeuta hacia su paciente; curarlo.
La relación de Sabina con Jung, plantea el tema de la Ética profesional, la malapraxis, la iatrogénia y, en última instancia, el uso o abuso del transfert (la transferencia y la contra transferencia) entendidos dentro del ámbito específicamente psicoanalítico.
En un principio, suena bastante injusto pretender hacer de Jung un único culpable de haber tenido relaciones con una paciente, al margen de la consideración ética, que consideraré más adelante, sobre esta acción. Existen numerosos casos, entre figuras de renombre universal dentro del área de la Psicología Profunda, que eventualmente, también caerían dentro de la misma bolsa. Como ejemplo y sin pretender ser exhaustivo, Sandor Ferenczi con Gizella y Elma Palos; Georg Groddeck y Emmy von Voigt; Wilheim Stekel con Lou Andreas Salome y varias pacientes; Victor Tausk; Wilheim Reich; Otto Rank; Fritz Perls; Jacques Lacan y Catherine Millot o el propio Sigmund Freud y su cuñada Minna… Este último caso, el del propio Freud, fue en su momento, un motivo de rispidez en la relación Freud- Jung.
Constituye un episodio poco sabido que, durante la travesía marítima que ambos realizaron para ir a Estados Unidos, con el fin de dictar algunas conferencias y recibir sendos doctorados Honoris Causaepor la Clark University, tanto Jung como Freud estuvieron asiduamente analizándose el uno al otro. Este análisis, en el caso de Freud, llegó abruptamente a su fin, al negarse este a contar un sueño, en el cual estaba involucrada su cuñada, a Jung. La argumentación que Freud le dio a su colega fue textualmente que “temía perder su autoridad”. Posteriormente, Jung, ya anciano, recuerda en su autobiografía “Sueños, Recuerdos y Pensamientos este episodio y concluye con la frase siguiente “…Y, en ese momento la perdió”…”.
Durante el año de 1914, paralelamente a la Gran Guerra, Freud publica un texto sumamente interesante, como la gran mayoría de sus escritos. Me refiero al denominado “El Amor de Transferencia”. El intento de puesta en orden de esta problemática fue el tema principal de este trabajo freudiano, del cual citaré algunos párrafos:
“… Resumiendo: no tenemos derecho alguno a negar al enamoramiento que surge en el tratamiento analítico el carácter del auténtico.
Si nos parece tan poco normal, ello se debe principalmente a que también el enamoramiento corriente, ajeno a la cura analítica, recuerda más bien los fenómenos anímicos anormales que los normales.”
“De todos modos, aparece caracterizado por algunos rasgos que le aseguran una posición especial: 1º) Es provocado por la situación analítica. 2º) Queda intensificado por la resistencia dominante en tal situación; y 3º) Es menos prudente, más indiferente a sus consecuencias y más ciego en la estimación de la persona amada que otro cualquier enamoramiento normal. Pero no debemos tampoco olvidar que precisamente estos caracteres divergentes de lo normal constituyen el nódulo esencial de todo enamoramiento”
“… Para la conducta del médico resulta decisivo el primero de los tres caracteres indicados. Sabiendo que el enamoramiento de la paciente ha sido provocado por la iniciación del tratamiento analítico de la neurosis, tiene que considerarlo como el resultado inevitable de una situación médica, análogo a la desnudez del enfermo durante un reconocimiento o a su confesión de un secreto importante.
En consecuencia, le estará totalmente vedado extraer de él provecho personal alguno. La buena disposición de la paciente no invalida en absoluto este impedimento y echa sobre el médico toda la responsabilidad, pues éste sabe perfectamente que para la enferma no existía otro camino de llegar a la curación. Una vez vencidas todas las dificultades, suelen confesar las pacientes que al emprender la cura abrigaban ya la siguiente fantasía: «Si me porto bien, acabaré por obtener, como recompensa, el cariño del médico. Así, pues, los motivos éticos y los técnicos coinciden aquí para apartar al médico de corresponder al amor de la paciente. No cabe perder de vista que su fin es devolver a la enferma la libre disposición de su facultad de amar, coartada ahora por fijaciones infantiles, pero devolvérsela no para que la emplee en la cura, sino para que haga uso de ella más tarde, en la vida real, una vez terminado el tratamiento» ”
“Por otra parte, es harto penoso para el hombre rechazar un amor que se le ofrece, y de una mujer interesante que nos confiesa noblemente su amor, emana siempre, a pesar de la neurosis y la resistencia, un atractivo incomparable. La tentación no reside en el requerimiento puramente sensual de la paciente, que por sí solo quizá produjera un efecto negativo, haciendo preciso un esfuerzo de tolerante comprensión para ser disculpado como un fenómeno natural. Las otras tendencias femeninas, más delicadas, son quizá las que entrañan el peligro de hacer olvidar al médico la técnica y su labor profesional en favor de una bella aventura.”
De la lectura de este artículo de Freud, se desprende un hito normativo para el Psicoanálisis, que es acerca de la necesidad y la conveniencia de la derivación terapéutica, cuando el Transfert es tan grande que no puede ser subsanado.
Sin embargo, habría que plantear, a fin de precisar aún más el tema, que Freud se está refiriendo exclusivamente a su escuela, es decir el Psicoanálisis y que no todos los psicoterapeutas son psicoanalistas. Existen otras escuelas, en general más relacionadas con lo físico, la bioenergética, y la propia psicología analítica, que constituye la metodología de abordaje terapéutico jungiano, por ejemplo, que, por una cuestión de su propio encuadre, distinto al Psicoanálisis, pueden hacer tender a aflorar más los procesos transferenciales y contratransferenciales. En este punto, sería deseable que, las distintas orientaciones psicoterapéuticas, mediante sus organismos y asociaciones reconocidas, se pusieran de acuerdo acerca de si seguir los lineamientos trazados por Freud para el Psicoanálisis o no.
Otra cuestión a plantear es que, no solamente no todo profesional es psicoanalista sino, más aún, no es médico. Recordemos, que la Carrera y el Título de Psicólogo, no se encontraba incluidos dentro de ninguna currícula universitaria para los primeros tiempos del psicoanálisis, lo cual, llevó a Freud a escribir otro artículo, sumamente interesante acerca del denominado “Análisis silvestre”. Para esa época, grandes pioneros del movimiento psicoanalítico, de los cuales mencionaré a Otto Rank, se vieron, a pesar de sus profundos estudios y conocimientos en Filosofía, Historia, Antropología y Sociología, obligados a abrazar la carrera médica, para poder ingresar y/o continuar dentro de la escuela psicoanalítica. Así pues, se daban ciertas paradojas interesantes. Alfred Adler, uno de los tres padres de la Psicología Profunda, no tuvo mayores inconvenientes en participar del Psicoanálisis hasta la estrepitosa ruptura que se produjo entre el y Freud, dado su título de médico. Claro está que se trataba de una especialidad muy poco psicológica; la Oftalmología. Por el contrario, al ya mencionado caso de Rank, cuyo libro “ El mito del nacimiento del Héroe”, es imprescindible de ser leído para todo aquel que pretenda adentrarse en el conocimiento del Inconsciente, habría que sumarle el de la gran mayoría de mujeres psicoanalistas, desde Lou Andreas Salome, pasando por Helen Deutsch y la propia Sabina Speilrein, que eran literalmente marginadas, a juzgar por las actas de las denominadas “reuniones de los Miércoles”, en las épocas incipientes del Psicoanálisis.
Personalmente, considero que la posición freudiana al respecto resulta la más conveniente a adoptar, pero si consideramos que, como dice J. Lacan, “En última instancia el proceso terapéutico es una demanda de amor” en el caso de establecerse el denominado amor de transferencia o transferencial, y de resultar éste poco menos que inmanejable en la terapia, lo más conveniente, resulta, se trate de un profesional médico, psicólogo o no, una saludable derivación. Con posterioridad a ésta, sucederá lo que el destino indique que deba suceder y si se estableciese entonces una relación amorosa, deberá ésta correr por todas las vicisitudes buenas y malas que le estén deparadas, dejando ya de lado el tema de la antigua relación terapéutica tenida en algún momento. Como dice Nicolle Kress-Rosen en su libro” Tres Figuras de la Pasión”
“Nadie ignora lo que una pasión. No hay necesidad de acudir al diccionario para saber que se trata de una fuerza irresistible que puede arrastrar más allá de las semi tonalidades y de los términos medio de la cotidianeidad, pero también sumergir y destruir a quien está poseído por ella. El Amor- pasión; la locura celosa, la pasión del poder, son temas que siempre fascinaron porque atestiguan el hecho de que el hombre puede elevarse por encima de la mediocridad de su condición, a riesgo de pagar el precio de su sufrimiento o incluso, de su vida. Por ende es lícito sorprenderse de que el psicoanálisis no haya dicho nada sobre un tema tan universal y tan evidentemente alejado de la normalidad”.
“Sería inútil buscar en Freud una definición del término “pasión”, aún menos un desarrollo teórico sobre la cuestión, es un tema que no encuentra su lugar en cuanto a tal en el transcurso de su elaboración y la palabra Leidenschaft (pasión), es utilizada en el muy infrecuentemente por otra parte en su sentido más común y jamás como un concepto analítico. Este desinterés puede compararse con el que manifiesta evidentemente respecto de las psicosis”…
Otro punto que me resulta particularmente curioso, está dado por la relación existente entre la carrera de Psicología, al menos en la Argentina, y su vinculación con el Psicoanálisis. En nuestro país, y esta es una situación que persiste en nuestros días, la propia formación universitaria tiende a equiparar los términos; es decir, psicólogo como equivalente a psicoanalista, esto deriva a la fecha en un casi exclusivo ámbito cultural de formación, que está dado por la escuela freudiana y su complemento, superador si se quiere ver así, la escuela lacaniana. La realidad es que resulta difícil, sino imposible, para otras orientaciones psicológicas y, por supuesto otras áreas de la Psicología, que no sean la Clínica psicoanalítica, poder ser enseñadas en la Universidad de Buenos Aires y se produce de esta manera, una monolateralización de la educación, al mismo tiempo que una minusvalorización en el campo de acción del Psicólogo como profesional. Si tenemos en cuenta que la enseñanza de la Universidad de Buenos Aires es rectora y modelo de la enseñanza privada en Argentina, el panorama se agrava más; la licenciatura y el doctorado en Psicología, equivaldrían al concepto de Psicoanalista (obviamente con orientación freudiana o lacaniana). La pregunta que surge sería la siguiente ¿Hasta qué punto el Psicólogo no freudiano, debería aceptar la regulación propedéutica propuesta por la APA –Asociación Psicoanalítica Internacional-? Asimismo, históricamente, desde la conformación de la carrera y los estudios de Psicología, tanto por su posición ideológica como por los componentes mayoritarios de su alumnado y profesorado, podríamos decir, sin equivocarnos, que se trata de un cuerpo social apreciablemente combativo y, a nivel ideológico, un agente de cambio. Si bien esto último es sumamente discutible, constituye una realidad que, durante periodos aciagos que sufrió nuestro país, la propia carrera de Psicología fue sumamente cuestionada y, al margen de los intentos por suprimirla, cuenta en su haber, un número más que respetable de víctimas de las sucesivas dictaduras que hemos padecido. La combatividad expuesta en su momento, la cual recuerdo perfectamente de mis tiempos de alumno, fue expuesta en sucesivas ocasiones y, en especial con respecto a la reglamentación del estatuto profesional del Psicólogo.
Me llama particularmente la atención que, a pesar del perfil del estudiante de Psicología, sus centros y vehículos de expresión, indudablemente como siempre se declamó, contrarios a la dependencia cultural, el Código Ético de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA), esté basado prácticamente en la versión de la American Psychological Association de U.S.A. Así pues, una carrera que debería estar al servicio de la no dependencia cultural, se maneja precisamente con los parámetros del país del cual precisamente, se pretende no depender ni económica ni culturalmente. Esto constituye para mí, la misma falacia que cuando se pretende hacer una psicología nacional, utilizando las evaluaciones psicométricas con baremos (escalas poblacionales) estandarizadas en EE.UU.
Sin embargo, en una toma de conciencia que responde más a la Sociología que a la Psicología, la APBA comprendió que la realidad norteamericana, tiene menos que ver con la libertad que preconizaba Walt Whitman en su “Canto a mí mismo” y mucho más con la pacata moralina puritana, que, a pesar de los años, descendió y se instituyó en el Inconsciente Colectivo norteamericano, desde que Jacobo I, exilió en el Nuevo Mundo a los sectarios puritanos. Esta realidad estadounidense, visible para todo aquel que conozca realmente el país y no se deje llevar por los espejismos cinematográficos producidos en Hollywood, le dan al país del Norte, un matiz extremadamente conservador, que contrasta con la conquista y colonización sufrida en el cono sur. Como simple ejemplo, baste mencionar la mediática “felatio” surgida de la relación entre el ex presidente estadounidense Bill Clinton y Mónica Lewinsky, que, en su momento ocasionó un tremendo cortocircuito a nivel internacional y fue ampliamente censurado por el consenso de la población de Estados Unidos. Mientras tanto, en nuestro país existen sobradas pruebas, que no me interesa personalizar aquí, y que ocupan a figuras del quehacer intelectual, deportivo y político acerca de que ese tipo de conducta, y que no sólo no significan un hecho punible, sino también, en algunos casos, pasa a ser hasta favorable.
Afortunadamente y sin duda para adecuar esta normativa importada del norte, la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, suprimió el artículo que hace mención a la intimidad sexual con ex pacientes y lo aproxima al proyecto de código de conducta ética y profesional de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APDEBA), de octubre de 1994 que plantea que (…) le está vedado al psicoanalista mantener relaciones sexuales o simplemente sentimentales con sus pacientes mientras esté vigente la relación profesional. Con esto, volvemos a la primera observación, ya realizada, acerca de la limitación del papel del Psicólogo, la tendencia a que este salga de la Facultad convertido en un psicoanalista y, por ende, plantea el problema de aquellos profesionales que adhieren a otras escuelas de psicología, que se ven compelidos a aceptar códigos éticos y normativos no propios.
De cualquier manera, esta resolución constituye un tremendo adelanto, si tenemos en cuenta que, acorde a la American Psychological Association, en un abuso de conservadurismo puritano, considera que la relación profesional, en el caso del Transfert, no solo debe interrumpir el tratamiento, sino también que este tipo de relaciones no deberían darse antes de un plazo que fija en…dos años (!), como dice M. Fariña en su artículo “(Hacer) el amor de transferencia. La involucración sexual entre terapeutas y pacientes, un siglo después.”
“Tal divergencia entre la normativa americana y local ha sido explicada por las peculiaridades de la práctica terapéutica en Estados Unidos, donde de acuerdo a distintas investigaciones, la intimidad sexual con pacientes y ex pacientes constituye un problema mayor que en nuestro medio. Sin embargo no es seguro que esta será la verdadera razón”.
Vuelvo a Jung y Sabina con una alquímica frase de este que se me ocurre sumamente afortunada;
“El encuentro entre dos personalidades es como el contacto entre dos substancias químicas. Si hay alguna reacción, ambas serán transformadas…”
Creo, en última instancia, que tanto Jung como Sabina, se vieron envueltos en una trama sincronística, de la cual ambos, salieron transformados. Él, como terapeuta, pero más primariamente, como hombre, en tanto y en cuanto se entrega al amor con todo el riesgo que entraña, no sólo la carga del estatus social, sino y, en especial, con todo lo numinoso que significa vivenciar al arquetipo del ánima, ser literalmente poseído por ella. Sabina, por su parte, viviendo escindida, un amor a destiempo, imposible pero real, del cual nunca habría de apartarse y que, teleológicamente marcó su destino. Como sea, juntos Sabina y Jung, han dejado una de las mas bellas historias de amor jamás contada y eso es mas que suficiente.
En Zurich y Viena circulan rumores acerca de la vida amorosa de Jung, que aseguraban que iba a abandonar a su mujer para casarse con una paciente. En 1909 cuando la relación se hizo pública, ella dejó de ser su paciente y él presentó su renuncia en el hospital Burghölzi. Sin embargo, aunque epistolarmente, la relación se prolongaría una vez más. A pesar de todas sus dificultades, Sabina recuperó la salud emocional, e ingresó a la Universidad de Zurich a estudiar medicina, recibiendo posteriormente su titulo de médico. Un tiempo después, se especializó en psicoanálisis y trabajó con el mismo Freud. Su tesis, «Sobre el contenido psicológico de un caso de esquizofrenia» (1911), supervisada por el propio Jung, fue la primera en la que esta enfermedad se designa de acuerdo a los términos acuñados por Bleuler, y su artículo: «La destrucción en tanto que factor del devenir» (1912) que es su continuación, demuestran cómo en Zurich ya se utilizaba la teoría psicoanalítica, tal como era entonces formulada, y trata sobre el estudio de la Dementia Praecox, de Kraepelin.
Estos estudios sobre la esquizofrenia son, además, el origen de la teoría de la dualidad de los instintos de vida y de muerte retomada por Freud diez años más tarde. Sabina Spielrein en el mismo año 1911, también publicó un artículo sobre la teoría de Eros y Tanatos. El instinto de la vida y de la muerte. Por aquel entonces, Freud leyó el ensayo de la joven médica e indulgentemente opinó que estaba «bien estructurado». Años después, Freud, presentaría su teoría sobre la dualidad en las atracciones, pero jamás mencionó el trabajo dado a conocer en 1911 de autoría de Sabine Spielrein. Sabina se anticipó casi una década a la hipótesis de Freud sobre Eros y Tanatos.
Sabina fue la primera musa inspiradora de Jung, posteriormente lo seria Antonia Wolff. De ella, y de la relación íntima entre ellos, deviene no solo la teoría junguiana del ánima y el ánimus, sino también el substrato de lo que conformaria posteriormente el concepto de “Sombra”. En 1923, Freud, después de 23 años de que ella estuviera radicada en Alemania, aconseja a Sabina abandonar el país, consejo que ella acató, regresando a Rusia. Ya en su país de origen, se casa con un médico veterinario de su misma nacionalidad, Pavel Scheftel. Spielrein tuvo con él dos hijas; Renata y Eva.
La joven psiquiatra vivió un año y medio en Moscú, luego retornó a Rostov, donde ejerció su profesión de médico y fue docente en la universidad. Sabina Spielrein llegó a ser una importante psiquiatra, la primera psicoanalista dedicada a tratar neurosis infanto-juveniles y la fundadora del psicoanálisis en Rusia. Pavel, eventualmente, regresa a Rusia, mientras que Spielrein se traslada a Ginebra como psicoanalista. Allí, trabajó estrechamente al mismo tiempo que analizó a Jean Piaget.
Posteriormente Sabina regresa a Rusia y se convierte en la mentora de Vygotski y Luria. De acuerdo con Kerr (1993), «El listado de los diez mayores psicólogos de este siglo es una cuestión de moda y gusto, pero en cualquier lista cinco nombres inevitablemente aparecerían: Freud, Jung, Piaget, Luria y Vygotsky. Sabina conoció a todos y cada uno de ellos. Tanto Jung, como Freud, Piaget, y Vygotski se beneficiaron de las ideas de Sabina Spielrein.
Algunas contribuciones de Sabina al Psicoanálisis
Los primeros tiempos del psicoanálisis se nutrieron de una gran cantidad de ideas aportadas por los primeros miembros, tanto de la Asociación Psicoanalítica como de las Reuniones de los Miércoles. El propio Jung aportó su conceptualización acerca de los complejos, tan importante como desvirtuada, al Psicoanálisis. Sabina Spielrein fue la primera analista mujer en ingresar al círculo de honor freudiano; lo hizo de la mano de su terapeuta, C. G. Jung y a despecho de algunos que, víctimas de un machismo exacerbado de la época, manifestaban una especie de ginecofobia intelectual. Así le sucedió, por ejemplo al posteriormente malogrado Víctor Tausk, que planteó las reticencias del caso, aludiendo que, la mayoría de las médicas, según el había podido comprobar eran lesbianas (…) Cabe acotar que mas adelante, el propio Tausk, según relata Roazen en su libro “Hermano animal”, se suicida, disparándose un balazo en la sien y, simultáneamente ahorcándose con una soga al caer de una silla.
¿Cuáles fueron entonces los aportes que Sabina Spielrein realizó al psicoanálisis?
Afortunadamente, se está realizando una impresión de la totalidad de su fragmentada obra y, seguramente, esto arrojará mayor luz, sobre su ponderación como psicoanalista, sin embargo, por lo que pude apreciar hasta ahora, no cabe duda de que su teoria acerca de la destructividad y la sexualidad a nivel genital, antecedieron las posteriores teorizaciones al respecto del propio S. Freud, quien la menciona en su trabajo Mas allá del principio del placer (1920). La pulsión fanática o de muerte, es preanunciada por Sabina. La idea principal es que la destructividad en sus diversas formas constituye una parte intrínseca del proceso creativo. Sabina Spielrein desarrolló este concepto en 1912, en un artículo fundamental titulado: «La destrucción como causa del devenir del ser». Su escrito aparecía ocho años antes de que Freud formulara, como mencioné, el concepto de pulsión de muerte (Thanatos), partiendo de ejemplos tomados a su vez de la biología y la mitología. El artículo de Spielrein ubica la destructividad en el centro, no sólo de la psicopatología, sino del desarrollo de la personalidad. Según Spielrein, la destructividad no se alimenta del odio al buen objeto y del deseo de atacarlo y de destruirlo, tal como lo describió M. Klein (1935), sino más bien del deseo de destruir algo que no satisface, a fin de dar vida a algo que sí satisface (Kerr, 1993). La destructividad, de acuerdo a Spielrein, está muy cerca de la crueldad de la cual ha hablado Winnicott (1969), una destructividad necesaria que permite el surgimiento de algo nuevo, esto se asemeja en mucho a dos arquetipos post junguianos ideados por Carrol Pearson (el Constructor y el Destructor) en El héroe interior y despertando los heroes interiores.
La violencia aludida por Spielrein está motivada por el amor al objeto, por el deseo de que tenga una vida mejor, una vida verdadera e independiente. Por lo tanto, si bien el centro de este escrito es la destructividad, no debemos olvidarnos del amor que aparece como sustrato; es amor lo que se expresa a través de aquello que llamamos belleza Podríamos recordar nuevamente el importante artículo de Sabina Spielrein «La destrucción como causa generativa del ser» (1912) donde paradójicamente, la destructividad es considerada como una parte intrínseca de toda creación. Sería fundamental aquí marcar la diferencia entre aquella destructividad cuyo objetivo es dañar y aniquilar y esa destructividad cuyo objetivo es crear la posibilidad de una nueva vida. El primer tipo de destructividad, está más relacionado a ataques de envidia. En cuanto al segundo tipo de destructividad, quizá el término que mejor exprese la noción de Spielrein de destructividad, sea «crueldad». Esta crueldad tiene lugar en el centro del proceso creativo; en él la destrucción se lleva a cabo al servicio del desarrollo. Esta sería la destructividad aludida por Speilrein, ella señala el hecho de que muchas formas inferiores de vida, por ejemplo la mosca de mayo, pierden su vida para dar paso a una vida nueva. Spielrein intenta proyectar sus propios objetos restaurados, tanto como su capacidad de soportar el dolor depresivo.
Jean Piaget
De acuerdo a Santiago-Delefoss y Delefoss (2002), «Spielrein fue una de los primeros psicoanalistas que mostraban interés en lenguaje infantil. Ella fue psicoanalista de Piaget en 1920. En 1923, ella presentó una ponencia en el Congreso de psicoanálisis en Berlín, donde también asistió Piaget «(p. 723). Fue durante este tiempo que Piaget investigó también el lenguaje del niño relacionado con el pensamiento (Piaget, 1923). Es interesante observar que Spielrein regresó a Rusia en 1923, alrededor de la época que la investigación y los escritos de Piaget se trasladaron del lenguaje al desarrollo moral. Hay pocas dudas de que Spielrein ayudó a formar el punto de vista de Piaget sobre el lenguaje del niño y el pensamiento (Santiago-Delefoss & Delefoss, 2002).
Lev Vygotski
En 1923, después de su regreso a Rusia, Spielrein se unió a la sociedad psicoanalítica rusa, «que había sido creada recientemente por Luria y de la que Vygotsky también fue un miembro» (Santiago-Delfoss & Delefoss, 2002, p. 723). Vygotski y Luria fueron influenciados por la investigación de Spielrein sobre el lenguaje del niño, y muchos de sus escritos en relación con el lenguaje infantil coinciden con el regreso de Spielrein a Rusia. Parece ser que ambos, Piaget y Vygotsky, fueron influenciados por su trabajo pionero, cada uno de ellos en formas únicas. Su trabajo, por tanto, puede ser el «eslabón perdido» entre Piaget y Vygotsky, contribuyendo así a una mejor comprensión de esas cuestiones epistemológicas participantes en los debates de los autores sobre el lenguaje infantil, el pensamiento y la socialización. Ninguno de los dos autores reconoció su deuda a Spielrein. (p.723)
A pesar de que muchos educadores y psicólogos están íntimamente familiarizados con las obras de Jung, Freud, Piaget, y Vygotsky, este no es el caso en lo que concierne a las contribuciones de Sabina Speilrein. Con escasa duda, con base en la evidencia presentada, Spielrein tuvo influencia en los trabajos profesionales de Jung y Freud, particularmente con sus conclusiones relacionadas con la histeria. Más aún, en otra área de investigación, las teorías de Spielrein acerca del lenguaje y pensamiento fueron previas a los Piaget y Vygotsky. Y nuevamente…ninguno le dio crédito a su influencia.
Aún quedaba para ella lo peor; una sucesión de fusilamientos familiares, la persecución y la muerte. Entre el 11 y el 14 de agosto de 1942, Sabina y sus dos hijas fueron perseguidas, delatadas por unos vecinos y capturadas. Allí, junto a otros ciudadanos judíos, fueron asesinadas por el comando 10º de las SS en el interior de una sinagoga. El maltrato paterno, las correspondencias cruzadas que involucraron a colegas y familiares (la madre de Sabina conocía los pormenores de la relación clandestina de su hija) y el holocausto, delimitaron el marco por el que apenas pudo moverse Sabina Spielrein. Sin embargo, nunca dejó de escribir y nunca se quedó quieta.
Cada uno de los trabajos que publicó son textos colonizadores; en «La hembra débil» (1920) analiza el gusto de las niñas por ser niños, mientras que los varones persisten en su prioridad masculina. En «El origen de las palabras ‘papá’ y ‘mamá’. Algunas consideraciones sobre diferentes estadios del desarrollo lingüístico» (1922) señalaba, en contra de la idea de Freud de defender el autismo primario del lactante, una «necesidad primaria de contacto y comunicación con el niño».
Conclusiones finales
Como Psicólogo Clínico y, en especial por mi orientación jungiana, le haría un magro favor a C. G. Jung precisamente, adoptando una actitud hipócrita o negadora.
Creo que, la reconstrucción de los hechos y lo expuesto en este trabajo, si bien parcial, es lo suficientemente esclarecedora per se y constituye una realidad que Jung mantuvo con Sabina una relación amorosa y más aún…apasionada.
Mi difunto colega, Aldo Carotenutto, en su libro” Sabina Spieilrein, una perfecta simetría entre Freud y Jung” se esforzó en negar esta posibilidad que yo, con toda sinceridad no comparto. Es correcto que, desde el código ético psicoanalitico esta es una situación no extrema, agravada o inusual pero de cualquier manera punible.
No obstante, también he tratado de exponer las situaciones especiales que rodearon el caso, que, convengamos, de no haberse tratado de la figura de C .G. Jung, hubiera caído en el más absoluto olvido. Esta pasión, surgida de la Sombra, nos muestra una dimensión humana, demasiado humana en él.
Así como Orfeo produce una catábasis (descenso al infierno) para rescatar a Eurídice, su amada de la muerte, Jung se contactó con aspectos de su propia sombra en su afán de curar a su paciente y sacarla de su propio infierno personal, cosa que ningún otro profesional había o hubiera logrado. Pero es cierto que, cuando uno se contacta con lo numinoso, con los demonios que también pueblan esa sombra, es inevitable que quede marcado por ellos… Se cumple inexorablemente la vieja sentenciaTen cuidado cuando miras al fondo de un pozo, pues también te pueden estar mirando…
Es cierto. La curó ¿Pero a qué precio? ¿Existe un precio? De esta relación, sin duda alguna, los dos, salieron transformados y para bien. Y eso considero es lo más importante, siguiendo el Primum non gnoscere.
Jung abandonó de una vez por todas, la mentalidad cerrada y conservadora del campesino suizo, preconizada por el puritanismo de Bleuler y se contactó con todas las potencialidades de su Sombra entendiendo al ánima y su encarnación en la Pistis Sofia. Sabina llegó a ser, como se demostró, una excelente y original profesional, con la cual la psicología, en general, y la Psicología Profunda, en particular, tiene una deuda que deberá comenzar a reconocer. Asesinada por una furia irracional, absurda y perteneciente a la Sombra colectiva de la Humanidad, como fue el Nazismo. Nuestra tarea debería incluir también redescubrir sus logros y sus propuestas renovadoras.
En relación a la ética con la cual se manejaron ambos, concluyo que en última instancia, como genialmente refiere Friedrich Wilhelm Nietzsche:
…Lo que se hace por amor siempre acontece más allá del bien y del mal…
Horacio Ejilevich Grimaldi. 2011
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Escrito por Horacio Ejilevich Grimaldi
Enviado por Aldo Fernandez 

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