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Estrés: el legado de la crisis

Pagar la crisis con la salud
La debacle de 2001 golpeó el cuerpo de los argentinos. Se triplicaron las consultas por males psicosomáticos. y crecen los infartos en menores de 40 años y en la clase media empobrecida.

Una enfermedad social

Desde 2001, los argentinos están pagando con su cuerpo la debacle del país. Aumentaron los infartos, las fobias y se dispararon las consultas
psicosomáticas.
Recesión. Desempleo. Crisis política. Fuga de capitales. Corralito. Cacerolazos. Saqueos. Una treintena de muertos en pleno Centro. Un presidente, otro, otro más. Medio país bajo la línea de pobreza. Inseguridad. Incertidumbre… La lista podría seguir, pero ¿hace falta agregar otro eslabón? Basta este apretado puñado de «tragedias» para encontrar respuesta a un diagnóstico que alarma: los argentinos están pagando con el cuerpo el costo de la crisis.
El estrés disparó las consultas médicas, multiplicó los infartos en menores de 40 años y les arrancó a los ejecutivos el patrimonio casi exclusivo de las enfermedades coronarias: hoy, según los médicos, su principal víctima es la clase media empobrecida.
«La Argentina está pagando muy cara la degradación social que disparó la crisis de 2001. Y la está pagando con el cuerpo. El estrés, la angustia, han
enfermado a muchísima gente», sentencia el doctor Jorge Tartaglione, vicepresidente de la Fundación Cardiológica Argentina, y advierte: «Existe una relación directa entre el estrés y la enfermedad coronaria. Desde el 2001, las cardiopatías crecieron notablemente y ya se está hablando de los
infartos de la pobreza y el corralito, porque la mayoría de los infartados tiene historias dramáticas recientes. Y otro dato muy preocupante es que el número de infartos en menores de 40 creció un 25% en la última década».
El doctor Roberto Peidro, jefe de Prevención y Rehabilitación de la Fundación Favaloro, coincide con el diagnóstico. «La caída de la autoestima y la pérdida de reconocimiento genera estrés, algo que se expresa a través de la ansiedad, la angustia, la hostilidad, la ira y la depresión. Eso se vio mucho en los últimos años. La consulta por cuestiones psicosomáticas casi se triplicó y también creció el síndrome coronario agudo. Antes, las
enfermedades cardíacas eran típicas de ejecutivos, pero eso se revirtió: hay un incremento importante en desocupados y en personas de menor nivel
educativo».
Bastan un par de datos: en el segundo semestre de 2001, el 36% de los internados en la Fundación sufría síndrome coronario agudo; en los primeros
seis meses de 2002, ese porcentaje subió a 56% y no volvió a bajar. Lo mismo ocurrió con las ergometrías (estudios de fuerza que se hacen a un paciente que siente una molestia en el pecho): crecieron de 280 por mes a más de 400.
Algo similar ocurrió en el Instituto Cardiovascular de Buenos Aires, donde las consultas crecieron en 2003 un 10%. «También aumentaron los casos
severos. Estamos aplicando mucho más la alta tecnología», apuntaron.
Infartos y cardiopatías graves. Asma de adulto. Cefaleas. Trastornos del sueño. Enfermedades de la piel. Dolores cervicales. Mareos. Temblores.
Colesterol por el techo. Accidentes cerebrovasculares. Fobias. Una larga lista de patologías y un mismo gatillo: el estrés crónico. «Es un mal que está hipotecando la salud de mucha gente. Para una persona no es gratis perder los ahorros, pasar de la prepaga al hospital, del hotel al camping, de la heladera llena a una compra por semana, de 8 horas de trabajo a 14. Ese sujeto tiene una carga de angustia y desesperanza que resiente el cuerpo», dice Tartaglione.
Hernando Val, reconocido cardiólogo del Hospital Italiano, acuerda: «Quienes tienen problemas de ingresos y educación tienen hasta tres veces más riesgo de morir por enfermedades cardiovasculares. ¿O hay algo más estresante que la falta de comida y de trabajo? Acá no hay cifras y los  certificados de defunción no son confiables, pero en países del Primer Mundo, donde hay incluso mayor contención, está probado que la morbilidad por razones cardíacas se duplica cuando la gente pierde su trabajo».
El estrés no es un fenómeno argentino y, mucho menos, una novedad del tercer milenio. «El estrés existe desde que el hombre es hombre -explica el doctor Daniel López Rosetti, presidente de la Sociedad Argentina de Medicina del Estrés-. Es una reacción mental y física que surge cuando una situación supera la capacidad del sujeto de sobrellevarla. Son mecanismos fisiológicos y psíquicos que se encienden cuando perdemos el control sobre el entorno, cuando no podemos o no sabemos cómo afrontar un problema o una necesidad».
¿Por qué la alarma, entonces? «Porque el estrés, al volverse crónico y actuar por períodos prolongados, deriva en distintas enfermedades -agrega
López Rosetti-. Una cosa es que el cuerpo reaccione, cada tanto, para adaptarse y poder superar una situación. Y otra muy distinta es que esa alarma esté encendida las 24 horas, todos los días. Esa tensión -y sus consecuencias hormonales, circulatorias, metabólicas, etc.- queda en el cuerpo y enferma, porque, para colmo, la vida sedentaria hace que uno descargue cada vez menos. Este es un problema que atraviesa a todas las clases sociales».
Como -según el INDEC- hay 18 millones de personas sin obra social, en los últimos años el problema rebotó en los hospitales públicos. «No tenemos
cifras, pero creció mucho la consulta por cuestiones psicosomáticas, que en general son consecuencia del estrés porque baja las defensas y deja a la
persona muy vulnerable», comentó Arturo Faiad, director general de Hospitales de la Ciudad.
En el Instituto Fleni se vivió una situación similar. «En un consultorio de neurología uno puede medir si hay más estrés por la cantidad de consultas por cuestiones médicas no relevantes -explica Marcelo Merello, director del departamento de Neurociencia-. La gente está ansiosa, deprimida, y exagera la percepción del propio cuerpo». En 2003, en el Servicio de Demanda Espontánea -un sistema por el cual uno puede ser atendido directamente por
un neurólogo- se quintuplicó el número de consultas y la cantidad de urgencias, desde 1999, casi se duplicó.
¿Por qué el estrés está tan asociado a los problemas psicosomáticos? «Porque es un trastorno de ansiedad -responde el psiquiatra José Bonet, de la
Fundación Favaloro-. Cuando uno está mal, ansioso, transforma cualquier situación banal en un evento catastrófico. Si le duele el pecho cree que tiene un infarto; si le duele el estómago fantasea con el cáncer. Esto ocurre porque el miedo hace que uno ponga la lupa en el propio cuerpo, cuando en realidad el motivo de la angustia está en otro lado».
El problema también se siente en el sistema de Salud Mental del Gobierno de la Ciudad, que recibió el año pasado 1,5 millón de consultas, unas  60.000 más que en 2002. «Hay mucha depresión ligada a la situación de crisis», comentó su director, Daniel Soriano. Y Daniel Mosca, jefe del Servicio de Estrés del Alvear, precisó: «Comparando los primeros bimestres de 2003 y 2004, tuvimos un incremento del 21%».
Según la licenciada Elena Weintraub, presidenta de la Asociación Argentina para el Estudio y la Prevención del Estrés, «el estresor más fuerte actualmente es la incertidumbre, sobre todo en el campo laboral. El que no tiene trabajo sufre la angustia de caerse del sistema, y el que tiene padece
lo que llamamos el Síndrome del Sobreviviente: tiene que llevar el costo de trabajar el doble (más horas, más responsabilidad, más tareas) y, además,
sobrellevar la culpa de ser el que se quedó. Esa situación genera niveles de estrés peligrosísimos».
Las compañías saben de lo que habla. Según el consultor Héctor Helman, de la firma Aon Consulting, «en los últimos dos años, las empresas de  servicios aumentaron entre un 30 y 40% la demanda de encuestas destinadas a evaluar el clima que se respira en sus plantas de personal».
Y Hugo Mayer, experto en recursos humanos, estima que, desde 2001, se duplicó el consumo de ansiolíticos entre empleados que atienden al público.
Además, aumentaron mucho las consultas a los servicios médicos de las empresas y las llamadas a los sistemas de emergencia.
Para López Rosetti, lo peor del estrés es el malestar, su obstinada agresión a la calidad de vida. «El estresado la pasa mal, no es feliz, no puede
disfrutar. Uno debiera tener en cuenta que el estrés deprime el sistema inmunológico y abre la puerta a enfermedades que muy probablemente no
tendrían cabida si las emociones fueran positivas».
El alerta está planteado. Aunque ignoremos su presencia, piel adentro el estrés trabaja, silenciosamente. Y hacernos los distraídos puede resultar
peligroso. Bien lo sabe el presidente Néstor Kirchner, que la semana pasada sufrió en la propia piel las consecuencias de un estresazo.
«Creo que la crisis se enfrenta mejor cuando se tienen redes sociales de contención. Resistir en colectivo es una forma de luchar contra las enfermedades psíquicas. La solidaridad, los vínculos, son buenos protectores contra el estrés», apuntó la socióloga Graciela Di Marco. «La gente ahora se siente un poco mejor. No cambiaron mucho las cosas pero hay un ánimo distinto, hay más expectativa. Y eso es muy saludable», agrega López
Rosetti.
Menos incertidumbre, otro ánimo, algo de alivio. La palabra sanadora, dicen, es esperanza.
Una batalla personal por la calidad de vida

Los nuevos tratamientos para atacar el estrés no están basados en la medicación. Los médicos apuran otras propuestas: recomiendan psicoterapias y
técnicas de relajación, fomentan los hobbies y aconsejan reforzar el tiempo de los afectos.
Desde la sociología, la licenciada Graciela Di Marco, de la Universidad de San Martín, hace notar la importancia de las redes sociales en la afirmación
de la autoestima y en «la vuelta a la certidumbre». Di Marco ha hecho varios estudios entre piqueteros y sectores medios, y el resultado es parecido: «Se abandona la medicación cuando uno se ‘siente’ vivo, se ‘siente’ necesario», explica.
En lo que hace al cuerpo, los médicos hacen hincapié en las medidas higiénico-dietéticas, un puñado de buenos hábitos que, en general, resulta mucho más eficaz y saludable que las pastillas. «El estrés aumenta los niveles de cortisol en sangre. Y una buena manera de consumir esta hormona es haciendo ejercicio, sobre todo de mañana. El sedentarismo es un enemigo porque todo ese exceso de energía queda en el cuerpo. También es  fundamental dormir bien», recomienda el neurólogo Marcelo Merello. La buena conducta incluye desterrar el cigarrillo y el sobrepeso.
Según los especialistas, el estrés es un fenómeno subjetivo. «Lo importante no es el evento estresante en sí, sino cómo lo interpreta cada uno, porque
la respuesta física va a depender de esa interpretación», explica el psiquiatra José Bonet.
Un enemigo del cuerpo
La principal víctima del estrés es el corazón. «El estrés crónico hace que las arterias funcionen mal. Acelera la arterioesclerosis, actúa sobre el metabolismo del colesterol, aumenta la glucemia, y hasta puede terminar en infarto o muerte súbita. A su vez, el exceso brusco de adrenalina puede
romper las fibras del músculo cardíaco», explica el cardiólogo Roberto Peidro.
También el cerebro se ve afectado. «El estrés crónico tiene consecuencias muy dañinas sobre las neuronas, porque estimula la producción de glucocorticoides, que favorecen el envejecimiento neuronal precoz», señala Marcelo Merello, del Instituto Fleni.
Otra asociación recurrente es estrés y cáncer. «Como el estrés aumenta los corticoides y los corticoides deprimen el sistema inmunológico, muchos
repiten que el estrés facilita la aparición del cáncer. Pero, hasta ahora, esto sólo está comprobado para algunos tipos de tumores: los vinculados al
cigarrillo», precisó el oncólogo Lucas Colombo, investigador del Instituto Roffo.
«En general, uno puede observar que cuando la gente está más estresada hay más tumores. Se puede ver en las familias donde hay muertes en  cadena, pero faltan estudios sobre el tema. Lo que está confirmado es que la mayoría de las personas tiene células tumorales en su cuerpo y que en muy pocos hay aparición clínica del tumor, lo cual indica que el cuerpo lo controla. Lo que se está analizando es si el estrés disminuye ese control», agregó.
Los docentes, angustiados

«La mayoría de los maestros sufren de astenia, es decir que no tienen ganas de hacer nada», define la psicoanalista Mabel Ojea, que trabaja en el
Servicio de Salud de Suteba, el sindicato que nuclea a 52.000 docentes estatales de la provincia de Buenos Aires. «Nosotros no estamos preparados
para esto», es una respuesta casi unánime de los educadores que acuden a los consultorios psicológicos del gremio. «Esto», claro, es la gran crisis
desatada en 2001, pero que ya se empezó a percibir en 1995, cuando el «efecto tequila» hizo flaquear al modelo menemista. «No puedo hacer nada»,
confiesa el maestro. Ante este panorama, más astenia, más enfermedades psicosomáticas.
De los normalistas de ayer, profesionales muy respetados, con sueldos dignos, se ha pasado a un número grande de educadores que viven en la
indigencia o que están por debajo de la línea de la pobreza, lo cual les crea un grado de incertidumbre que los sume en la depresión y en la angustia. «Un síntoma que preocupa es la respuesta impulsiva que tienen algunos docentes ante hechos cotidianos que ocurren en las aulas y que no pueden controlar», dice la psicoanalista Ojea.

Psicólogos a full

En Capital Federal, en 2003, la demanda de psicoterapias aumentó hasta un 50%. Cada vez más gente consulta a través de prepagas y obras sociales
El impacto sobre el deseo

Según cifras aportadas por la Sociedad Argentina de Medicina del Estrés, el 80% de las personas afectadas por estrés crónico sufre trastornos sexuales.
El número
3 veces creció la cantidad de llamados a los servicios de ambulancias privados de la Capital Federal, por casos de estrés, desde el 2001, según médicos y consultores laborales.
Por Georgina Elustondo, informe especial de C l a r í n

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