La figura del padre, no ha sido objeto de gran atención, quedando éste como un acompañante colaborador y espectador del trabajo de la mujer
El parto del padre
La aparición cada día más numerosa de trabajos y prácticas psicoprofilácticas con respecto al embarazo y parto así como una mayor comprensión psicoanalítica de la pareja, junto con una inclusión mayor de los aspectos de femineidad en la psicología, han dado lugar a una veloz evolución de la comprensión del embarazo de la pareja y el parto.
Dentro de esta amplia temática, la significación de estos ítems en la figura del padre, no ha sido objeto de gran atención, quedando éste como un acompañante colaborador y espectador del trabajo de la mujer, funcionando además como soporte afectivo de las elaboraciones tanto concientes como inconcientes de ella. La sola presencia y colaboración permite que el padre se vea obligado a soportar sus propias modificaciones psicológicas sin ningún tipo de continente y ayuda específica de los profesionales que intervienen en el proceso, en la mayoría de los casos.
El hecho de que en los métodos de atención psicoprofiláctica no hayan atendido manifiestamente las vicisitudes de la paternidad ha obedecido a que no siempre esas técnicas fueran acompañadas por una concepción teórica que les brindara un marco referencial adecuado. El punto confusional mayor ha sido expresado en técnicas de preparación para el parto en las cuales se comete la aberración de poner al bebé en el pecho del padre. Esto obedece a la influencia de una serie de conceptos psicoanalíticos trabajados indiscriminadamente en cuanto a las diferencias entre lo masculino y lo femenino y por tanto de lo que es paternidad y maternidad. Los vacíos teóricos del Psicoanálisis en lo que hace a la comprensión de lo femenino, y cuando no al forzamiento que se ha hecho de extender lo masculino a la problemática de la mujer, el Complejo de Edipo, ´por ejemplo han sido tratados de completar con una actitud reivindicatoria de la mujer, incluso a veces apoyados por las ideas de movimientos de liberación femenina, que más de una vez adujeron argumentos que llevaron a la comprensión de una mujer a la que se le atribuyeron caracteres masculinos en vez de resaltar y reivindicar las cualidades intrínsecas a su sexo.
El estado actual de las cosas exige una discriminación que permita resolver el punto de confusión. La psicología y las teorías que la componen siempre se han tenido que cuidar del idealismo, es más, para poder constituirse en una ciencia han tenido que renunciar a sus orígenes filosóficos, y no ha sido laborioso el camino, ni lo es el de entender que el sustrato natural del psiquismo es un aparato nervioso con cualidades específicas de funcionamiento y que la interrelación entre lo psicológico y lo neurológico todavía tiene puntos oscuros, pero ya nadie niega el hecho de que el psiquismo humano tiene que ver con un correlato neuronal.
De la misma manera, es necesario aceptar que la identidad del ser humano es una integración de sus características biológicas, psicológicas y sociales. En la comprensión del embarazo y parto hay un hecho inconfundible e incontrastable, la diferencia anatómica, que habla tanto de conformaciones, funcionamientos y psicologías diferentes. No es lo mismo tener un hijo adentro que esperar un hijo de afuera.
Objetivamente no se producen cambios orgánicos en el hombre durante el embarazo, es decir que su cuerpo se mantiene estable, tampoco debe soportar manipulaciones médicas, no parece dolores, ni heridas. Todas sus manifestaciones son emocionales y simbólicas al igual que los cambios con los que se enfrenta, modificándose su posición en la pareja, frente a la mujer y frente al mundo. El hecho de convertirse en padre lo coloca también en una posición distinta frente a su propio padre ya que frente a la llegada del primer hijo su identidad masculina sufre todo un proceso de reacomodación, dependiente del grado de salud previa a la que se había accedido, quedando como nexo entre su padre y su hijo.