Varones

El quiebre del proyecto laboral y su repercución en la vida del varón

Antes de introducirnos plenamente en el tema del quiebre del proyecto laboral, les propongo reflexionar acerca de dos preguntas.
La primera de ellas es: ¿En que reside la potencia masculina?
El sentirse varón, como el sentirse potente, no es innato.
Es el producto de una construcción cultural internalizada. La prueba de ello son los diferentes modelos de masculinidad y potencia que se dan a través de la historia y las culturas.
El estado de situación actual aparece a primera vista como natural cuando, en realidad, no lo es.En la actualidad surgen nuevos espacios y funciones que deben ocuparse para identificarse y ser identificado como varón.
De esta forma, cada hombre construye su subjetividad a partir de los modelos que el entorno le provee favoreciendo el desarrollo de ciertos aspectos y la inhibición de otros.
Cabe destacar que hasta épocas no muy lejanas imperaba el lema “los hombres no lloran” y se cultivaba la imagen del varón recio e imperturbable ante cualquier acontecimiento de la vida, afortunadamente el contexto actual comienza a validar la expresión de los sentimientos y las emociones del varón.
De manera similar la crisis del concepto de trabajo como ocupación para toda la vida, (confundido, incluso, como comentaremos luego, con la noción de identidad) lleva a que se relativice la perspectiva de proveedor económico de la familia y permite habilitar otras funciones históricamente excluidas del repertorio de roles masculinos.
El hecho, por ejemplo, de atender aspectos de la crianza de los hijos generó la posibilidad de establecer vínculos más próximos con los mismos. Con este nuevo compromiso, la paternidad deja de ser tan distante y de caracterizarse por una autoridad del tipo “vas a ver cuando llegue tu padre”.La imagen del varón de antes estaba íntimamente ligada a las nociones de saber, poder y tener, así como a ser importante, sentirse orgulloso y confiado de sí mismo.
Todas estas cualidades tienen un denominador común: la potencia.Ahora bien, éste héroe que debía realizar conquistas exitosas, dominar sus pasiones y cuyo cuerpo debía resistir todo, se encontraba en algún momento de su vida con la discordancia entre el modelo internalizado y sus propias posibilidades de concretarlo.
Esta contradicción aparece como fuente permanente de conflicto, en el marco de una sociedad que le permite cada vez menos el éxito pero, al mismo tiempo, se lo sigue exigiendo. A modo de ejemplo, basta recordar la problemática de la incertidumbre laboral.
Surge ahora la segunda pregunta a la que hacía mención en el inicio: ¿Podríamos pensar a los varones como una población “en riesgo”?
Es frecuente escuchar hablar de la sensación de que nunca se es suficientemente varón, siempre se podría serlo un poco más. El riesgo a la desvalorización es permanente.
La debilidad y el fracaso siempre acechan: sentirse poco varón, fallar como macho.Esta inseguridad suele resolverse a través de la prepotencia y es entonces cuando se manifiesta la tendencia del varón a la impulsividad, la desconfianza, la disminución de la capacidad de comunicarse, el silencio, la sexualización de los vínculos, la pobreza en la empatía, la anestesia y el bloqueo emocional y corporal.
De allí lo peligroso de algunas propuestas que se caracterizan por postular el imperativo de la actitud positiva. Bajo la conocida consigna “tu puedes”, estas nociones entran en sintonía con el mandato masculino del héroe todopoderoso – Superman – pero no contribuyen al reconocimiento, procesamiento ni elaboración de los conflictos en juego.
El modelo se constituye en un mandato difícil de cumplir y también de desobedecer: ser un héroe sin dar cabida a la fragilidad, la cual es vivida con extrañeza cuando aparece. Muchas veces las emociones son interpretadas como el signo de que “algo no anda bien” o decodificadas como un problema clínico, por lo que solemos encontrarnos con el uso de psicofármacos como anestésicos emocionales y corporales.
Los viejos modelos no han muerto y los nuevos no han terminado de nacer.Al poseer los privilegios de haber pertenecido al grupo dominante, el varón se encuentra también con los déficit y patologías derivados de intentar mantener esa posición: muerte súbita, accidentes, ejercicio impulsivo de la violencia, aislamiento, dificultades intolerables con la potencia sexual.
Los varones de hoy tenemos menos poder que los de antaño, pero muchas veces somos compelidos a comportarnos como si lo conserváramos intacto.Es este cuadro de situación el que me hace pensar en los varones como “población de riesgo”.
Esta sensación de estar en peligro suele desencadenar actitudes defensivas. Las mismas aparecen, muchas veces, como reivindicación de los privilegios que plantea el modelo patriarcal, pero son principalmente intentos de sostener la identidad viril.Jaqueados por las circunstancias, confusos, poco autoreflexivos, los varones tienden a atrincherarse.
El quiebre de la potencia se asocia al quiebre de la identidad. Por eso, la autoimagen de “el que puede” le impide acercarse a la consulta y decir: “No puedo…”.
El varón no sólo experimenta la dificultad específica sino que, además, se siente menospreciado y avergonzado por no poder. Así, y volveremos más tarde sobre este tema, muchos hombres llegan al consultorio o a los talleres de reflexión mandados por médicos, abogados, amigos o familiares; es poco frecuente que consulten con una clara decisión propia, sintiendo que es legítimo pedir ayuda.Considero que así como existen hoy estudios desde la “Crítica de la vida cotidiana” que han demostrado la invalidez del denominado “Instinto maternal” en las mujeres, convendría ahondar en los análisis que, por ese mismo camino, nos permitan desterrar la idea arraigada de “instinto poderoso” o “mito del héroe” en los varones.
A la luz de estas reflexiones pienso que la concepción de potencia que más perspectivas nos abre hoy a los varones es la de: “capacidad para devenir”.
¿Cómo repercute en la vida del varón el quiebre de su proyecto laboral?
Como varón, psicólogo devenido especialista en la clínica con hombres, intrigado por la perspectiva de género y la investigación acción en reinserción laboral/profesional, me he encontrado en repetidas oportunidades con varones que expresan diversos niveles de malestar físico y/o emocional sin que establezcan necesariamente el nexo con su crisis laboral ni tengan noción de las circunstancias desencadenantes de dicho estado; en algunos casos, incluso, sin percibir el cambio en su carácter, que sí es notado por personas de su entorno vincular.
La reacción de éstas suele ser, en el mejor de los casos, sugerir la consulta con un especialista; o bien apelar a diversos estilos de rechazo, descalificación y/o exclusión.
Este cuadro de situación se plantea de manera muy interesante en el cuento “El ladrón”, de Shady Hill, que integra la compilación La geometría del amor de John Cheever.
A modo de viñeta clínico/literaria, elegí armar un collage con fragmentos de este texto que ilustran el tema que nos ocupa.
“El miércoles fue mi cumpleaños. Lo recordé en mitad de la tarde, cuando estaba en la oficina, y el pensamiento de que quizá Christina planeaba una fiesta sorpresa hizo que en un instante abandonase el asiento y me pusiese de pie, sin aliento. Después, llegué a la conclusión de que ella no haría tal cosa. Pero aun los preparativos que harían los niños representaban para mí un problema sentimental; no sabía cómo afrontar la situación. Abandoné temprano la oficina y bebí dos tragos antes de abordar el tren. Christina parecía satisfecha y complacida cuando me recibió en la estación, y yo puse buena cara para disimular mi ansiedad. Los niños se habían puesto ropa limpia y me desearon feliz cumpleaños con tanto fervor que tuve una sensación horrible; sobre la mesa apareció una pila de regalitos, la mayoría, cosas confeccionadas por los niños: gemelos de botones, y un anotador, y así por el estilo. Y encendí los cohetes, me puse ese tonto sombrero, apagué las velas de la torta y agradecí a todos, pero después pareció que había otro regalo – mi gran regalo – y después de la cena me obligaron permanecer en la casa mientras Christina y los niños salían, y después vino Juney y me llevó afuera, rodeando la casa, hasta el fondo, donde estaban todos. Apoyada contra la casa vi una escalera plegadiza de aluminio, con una tarjeta atada con una cinta, y yo dije, como si hubiese recibido un mazazo:
-¿Que mierda significa esto?
– Papá, pensamos que puede servirte – dijo Juney.
-¿Para qué necesito una escalera? ¿Qué se creen que soy, un limpiador de ventanas?-
Para alcanzar las claraboyas – dijo Juney -.
Las persianas.
Me volví hacia Christina. I
-¿Estuve hablando dormido?
-No – dijo Christina -. No estuviste hablando dormido.
Juney se echó a llorar.
– Así podrás limpiar las hojas de los desagües -dijo Ronnie-.
Los dos varones me miraban con cara larga.
-Bien, tendrás que reconocer que es un regalo muy extraño -dije a Christina.
-¡Dios mío! -exclamó Christina-.
Vamos, niños. Vamos.
-Los llevó hacia la puerta de la terraza.
Estuve en el jardín hasta después de oscurecer. Se encendieron las luces del primer piso. Juney continuaba llorando, y Christina le cantaba. Después, la niña se tranquilizó. Esperé hasta que se encendieron las luces de nuestro dormitorio, y después de un rato subí la escalera. Christina tenía puesta una bata, estaba sentada frente a la mesa del tocador, y tenía los ojos llenos de lágrimas.
-Tienes que comprender -dije.
-Creo que no puedo. Los niños estuvieron ahorrando meses enteros para comprar ese mal
dito artefacto.
-No sabes todo lo que tuve que soportar -dije.
-Aunque hubieras estado en el infierno, no te lo perdonaría -dijo-.
No soportaste nada que justifique tu conducta. Hace una semana que la tienen escondida en el garaje. Son tan cariñosos.-
Últimamente no me siento bien -dije.-
No me digas que no te sientes bien -replicó-.
Ahora he llegado a desear que te vayas por la mañana, y temo la hora de tu regreso, por la noche.-
No puede ser tanto como dices -afirmé.
-Ha sido un infierno -insistió Christina-. Brusco con los niños, antipático conmigo, grosero con tus amigos y perverso cuando hablas de ellos. Horrible.-¿Quieres que me vaya?-¡Oh, Dios mío, vaya si lo quiero! Así podría respirar.-¿Y los niños?-Pregúntaselo a mi abogado. -En ese caso, me iré.Atravesé el vestíbulo y me acerqué al armario donde guardaba las maletas.
-Mira -dije–.
Mira esto, Christina. El perro arrancó el refuerzo de mi maleta.
-Ni siquiera levantó la cabeza.
-Durante diez años invertí veinte mil dólares anuales en esta casa -grité-,
y cuando tengo que marcharme, ¡ni siquiera poseo una maleta decente!
Todos tienen su maleta. Incluso el gato tiene equipaje decente. Abrí bruscamente el cajón de las camisas, y había sólo cuatro camisas limpias.
-¡No tengo camisas limpias ni siquiera para esta semana! – grité.
Después, reuní unas pocas cosas, me encasqueté el sombrero y salí. Durante un instante incluso pensé llevarme el automóvil, y entré en el garaje y miré todo. Después, vi el anuncio que decía: EN VENTA, el mismo que colgaba del frente de la casa cuando la compramos hacía muchos años.
Desempolvé el anuncio, tomé un clavo y una piedra, y me acerqué al frente de la casa y clavé el anuncio en venta sobre un arce.
Después, caminé hasta la estación. Es aproximadamente un kilómetro y medio. Cuando llegué a la estación, descubrí que no había tren hasta las cuatro de la mañana. Decidí esperar. Me senté sobre la maleta y esperé cinco minutos. Después volví caminando a casa. Cuando había recorrido la mitad de la distancia vi venir a Christina vestida con un suéter y una falda, y calzada con zapatillas -lo primero que encontró a mano, pero en todo caso prendas estivales- y volvimos juntos y nos acostamos…
Al contrario de lo que alguien escribió cierta vez, no es el olor del pan de maíz lo que nos aparta de la muerte; son las luces y los signos del amor y la amistad. Al día siguiente Gil Bucknam me llamó y dijo que el viejo se moría, ¿yo estaba dispuesto a volver a la empresa?
Fui a verlo, y explicó que el viejo era quien me perseguía; y naturalmente, me alegré de retornar a la parablenda.Lo que yo no entendía, mientras caminaba esa tarde por la Quinta Avenida, era cómo un mundo que había parecido tan sombrío, pocos minutos después podía llegar a ser tan amable. Las veredas parecían relucir.
Desde esta perspectiva es claro y notorio como en el texto aparecen reflejadas la dificultad para el contacto con los sentimientos y las emociones, la irrupción de la violencia ante las manifestaciones afectivas y la identidad laboral puesta en duda.
La tendencia a la autoexclusión y la sensación de inadecuación, el quiebre del proyecto de vida así como la sorpresa ante el cambio de perspectiva que implica volver a tener empleo.
Ahora bien, ¿porqué elegí hablar de quiebre y no de pérdida del trabajo o de despido, que son las formas más evidentes de crisis laboral?Justamente, porque los síntomas mencionados pueden aparecer también frente a la frustración del proyecto que cada hombre se pueda haber trazado con mayor o menor conciencia del mismo.Por lo tanto, no ser ascendido – como en el caso de Bob Esponja, el protagonista de la popular serie para niños – ser cambiado de área, la falta de reconocimiento tanto material como humano por la tarea realizada, y todo lo que puede considerarse como maltrato dentro del ámbito laboral (que se encuadra dentro del fenómeno denominado: moobing) son desencadenantes de procesos muchas veces no reconocidos pero que afectan la auto percepción, el desempeño y las posibilidades de realización personal, generando un estado de gran malestar, con consecuencias en todas las áreas de la conducta.
En este punto, es importante deslindar también un aspecto que la mayoría de las veces aparece indisolublemente unido a lo laboral: el dinero.
Si bien lo económico está asociado al tema del trabajo y al rol de proveedor, mi experiencia me llevó a acompañar varios procesos donde las circunstancias de crisis laboral no pusieron en tela de juicio la posibilidad de sostenerse como proveedores.
Sin embargo, la sintomatología no dejó de aflorar.¿En quiénes se dan de todos modos los signos emocionales que refleja Cheever en su cuento? Por ejemplo, en los comerciantes que venden su local a un emprendimiento inmobiliario o en aquellos que lo alquilan, generando así una entrada equivalente a la que obtenían cotidianamente pero que les hace perder aquella cotidianeidad que los estructuraba.
El fenómeno se da también de manera muy clara en los varones que se jubilan (anticipadamente o no) pero que siguen sintiéndose en condiciones de ejercer el rol que les daba sentido a su existencia. O en los obreros que imaginaban jubilarse como tales en lugar de volver a ser campesinos como sus padres; pero ante el cierre de las fábricas o las racionalizaciones  y/o tecnificaciones de la producción quedan sin posibilidad de la inserción que soñaron.
En muchos casos, la perdida de este trabajo implica que son contratados en mejores condiciones para otras tareas, pero no cumplen con su proyecto y entran en profundas crisis.
De más está decir cuánto más difícil es la situación de aquellos que no consiguen reinsertarse y tienen que asumir nuevos roles en la familia y aceptar el ser mantenidos por la esposa, los hijos, etcétera.
También nos encontramos con el caso de los profesionales que, durante años, pertenecieron a una institución, de salud por ejemplo, en la que, de pronto, caducaron los valores que definieron su inserción y por ende, su proyecto desaparece.Una cuestión igualmente fundamental en este análisis es el tema planteado por Göethe en su Fausto: “vender el alma al diablo”, como metáfora de la renuncia a los propios valores e ideales. Un maestro que en lugar de enseñar pasa a desempeñarse como vendedor porque con la docencia no alcanza a mantener a su familia, es un claro ejemplo en el que se evidencia como cualquier renuncia a la vocación por cuestiones económicas convalida, de alguna manera, que “el dinero maneja el mundo”.
Estas particularidades respecto del vínculo de los varones con el trabajo podrían resultar importantes a la hora de diseñar planes de reinserción laboral, ya que -en la mayoría de los casos- apuntan a rever la trayectoria definiendo fortalezas, debilidades, aptitudes desarrolladas durante el desempeño de la carrera, proyectos postergados y posibilidades en el mercado laboral presente pero se desentienden del efecto “frustración”.Generalmente, los talleres de reinserción laboral/profesional son eficaces y promueven oportunidades.
Aún así, observamos varones que han quedado “heridos” por aquello que motivó la pérdida de su proyecto.
Esta frustración los mueve más a expresar su enojo o su dolor que a vislumbrar y aprovechar las posibilidades que hubiere en el presente.
En estos casos, considero prioritario darle tiempo y espacio a la elaboración de ese duelo, pues de lo contrario el presente se tiñe de gris y el futuro se inhabilita.
Dado el imperativo de mostrarse potente y exitoso propio de la masculinidad en nuestra cultura y la dificultad para conectarse con las emociones que surgen al procesar un duelo y reconocer las pérdidas, he encontrado la necesidad de recurrir a diversas herramientas y enfoques que por sus características holísticas, focalizadoras, de abordaje breve y centradas en la peculiaridad de cada sujeto favorecen el abordaje y la elaboración de este tipo de conflictos.
Me gustaría compartir algunos conceptos que me ayudaron a encarar las situaciones de crisis en el diálogo con los varones y a encontrar la manera de que éstos asuman la necesidad de un acompañamiento, apoyo o aporte profesional.
Me refiero, por un lado, al concepto de “convalecencia” – importado de la medicina- que ofrece la posibilidad de reconocer una etapa de vulnerabilidad, surgida a partir de un golpe importante. Aunque el paciente se haya “ levantado” y haya seguido caminando con “las botas puestas” hay que considerar niveles especiales de fragilidad, aunque ésta no sea ostensible o evidente.Por otro lado, la idea de “service”, importada del modelo automovilístico, autoriza a “curarse en salud” y a recurrir puntualmente, en este caso, a la consulta. Para muchos varones asumir una posición de dependencia con quien los confronta al hecho de no poder solos es incómodo. Por eso, el lugar de la consulta debe transformarse en un espacio al que puedan recurrir sin tener que instalarse de manera permanente. Esto es sumamente tranquilizador para ellos.
El caso de un paciente de 60 años sirve como ilustración. En su primera entrevista G. mencionó la frustración que había experimentado en sus anteriores intentos de iniciar un tratamiento debido a que cuando se aproximaba la tercera sesión comenzaba a pesar en él la “obligación” de la cita pactada, y finalmente faltaba.
El primer encuentro fue fructífero y G. dijo sentirse comprendido, al terminar lo despedí sin hacer referencia a un próximo encuentro. Sorprendido, preguntó cuando debía volver, a lo que respondí que me llamara cuando lo sintiera necesario y le expliqué que no convenía generar la misma situación que había tenido en sus experiencias anteriores. Así, estipulando las citas a partir de sus llamados, fue posible trabajar en profundidad su manera de reposicionarse en la vida.
Hoy llevamos 18 meses en esta tarea y por su propia iniciativa, fijamos cada vez un nuevo día de encuentro. La idea es evitar que los varones perciban el ámbito de la consulta como un castillo amurallado, con un puente levadizo, en el que la entrada y la salida están muy pautadas; y lograr que lo conciban como un puerto donde reaprovisionarse para volver a partir.Para un varón saber que puede tener una entrevista puntual con alguien que ya lo conoce, y a quien “no tiene que volver a explicarle todo”, es algo que facilita los encuentros, aunque de todos modos por lo situacional del problema de todas maneras vuelva a contar todo lo que amerite ser relatado.Sin duda, la inclusión de una dosis de humor en el diálogo también es fundamental. Muchos chistes son relatos metafóricos del acerbo popular que plantean situaciones conflictivas pero que por su desenlace permiten pasar de la tragedia a la comedia.
Por esta vía accedemos a la risa y un cierto nivel de catarsis que permite contactar con la levedad de la vida que es, a su vez, importante para encontrar alternativas y salidas a los momentos difíciles.
Así se logra sortear la sensación de captura e impotencia que inhibe la posibilidad de observar los caminos a construir, los cambio de posición personal y las transformaciones. Es en este proceso que simultáneamente se generan las condiciones para asumir las frustraciones y recuperar la esperanza.
¿Qué hacer con el padecimiento de los varones?
Pensar en el padecimiento de los varones implica poder reconocer su sufrimiento, ver su dolor, sensibilizarse con sus males, sin por ello confundirse y considerar que es preciso salvarlos.
Ni víctimas ni victimarios, ni culpables ni inocentes, los varones son actores sociales, personas, sujetos.
El proceso de adjudicación de roles es paralelo al de la asunción de los mismos.
Es este hecho el que contribuye a la construcción del posicionamiento particular que cada varón logra en su vida cotidiana.
Entre tanto, gran parte del malestar de las masculinidades no está convalidado a nivel sociocultural por las pautas de normalidad estipuladas, tácita y explícitamente, para los varones.
Como planteara en el inicio, podemos rastrear estos criterios, por ejemplo, en refranes o dichos populares tales como “A golpes se hacen los hombres”, “Morir con las botas puestas”, o “Los hombres no lloran”, y también en los ideales de Superman, John Wayne, etcétera.
Estas pinceladas de las expectativas puestas en los varones llevan a imaginar a un ser que busca manejar sus sentimientos -y su vida en general- a través del poderío de la razón; alguien a quien le cuesta aceptar su dificultad para vincularse afectivamente y para destinar tiempo a reconocer sus propias emociones.
Vale reiterar que convencido de que “querer es poder” y “el tiempo es oro”, difícilmente pueda percibir sus crisis, admitirlas y pedir ayuda, ya sea a un profesional como a familiares y/o amigos.
La investigación sobre las masculinidades y a partir de ella la creación de una especialidad dedicada al estudio de las conductas de los varones ha legitimado el pedido de ayuda, y desde allí la posibilidad de consultar.
En mi experiencia profesional, tanto en los grupos terapéuticos como en las consultas individuales, trabajo con una población predominantemente masculina.
Esta tendencia, que en principio me producía asombro y curiosidad, cobró un sentido posible al entrevistar por primera vez a un contador de 35 años, padre de dos chicos.
Comenzó el encuentro diciendo: “Dudé mucho en pedir la entrevista. Pero, después pensé que en caso de necesitar un médico para mi hijo recurriría a un pediatra, por lo tanto, puedo plantearme que para mí necesito un especialista en varones”.
Si bien la existencia de esta especialización resulta facilitadora, por ahora, la mayoría de los varones no llega al consultorio por iniciativa propia sino por sugerencia de un tercero.
Lo más frecuente es que médicos sensibilizados con este tipo de problemáticas suelan ser quienes indiquen la necesidad de psicoterapia, en lugar de someterlos exclusivamente a la maquinaria del sistema actual de salud que en muchos casos -si bien escucha al dolor- los aleja del origen de su padecimiento.
Es frecuente escuchar que “los varones cuando están enfermos son terribles”. El “plus” de demanda que se pone en evidencia en este dicho es atribuible a la necesidad de una atención que va más allá del problema orgánico.
La otra cara del conflicto surge ante la dificultad de aceptar los cuidados. Sin duda, el sentirse dependiente es rechazado por quienes han encontrado su posicionamiento vital desde alguna versión del “proveedor”.
Crecieron en una cultura que valorizó, y aún lo hace, su rol de “dadores”, de manera tal que ellos mismos acostumbran a su entorno a complementar esta posición, padeciendo dificultades a la hora de ponerse en el lugar de receptor.Para hacer una lectura de los discursos de hombres y mujeres que no nos deje atrapados en modelos de conducta disfuncionales es imprescindible echar una mirada crítica sobre sus roles en la vida cotidiana.
Todos nosotros, varones y mujeres contemporáneos, sólo podremos cambiar de mirada en tanto trabajemos estos temas en nosotros mismos y nos permitamos ampliar nuestros criterios.
Este sería el eje tanto del trabajo individual como de los grupos terapéuticos mixtos. De esta manera, entiendo que la co-coordinación con parejas terapéuticas heterosexuales se constituye en una oportunidad, tanto en la optimización de la tarea como en el aprendizaje mutuo.
Los “grupos de reflexión de varones” son una propuesta con la que vengo trabajando hace más de treinta años.
En un principio trabajaba con un diseño de jornadas y ciclos que duraban de cuatro a ocho reuniones.
En los últimos seis años he coordinado grupos estables en forma sistemática y continua. El dispositivo, además del cambio de perspectiva, pone el acento en ciertas cuestiones observadas en los grupos espontáneos, en los que el consejo y/o la burla ponen distancia ante el padecimiento expresado por alguien, inhibiendo así la posibilidad de generar empatía.
El objetivo es construir condiciones de seguridad psicológica para facilitar un clima donde los temas que surjan puedan ser abordados desde el protagonismo de cada uno, desalentando las generalizaciones y teorizaciones.
Si bien los varones trabajan con otros varones, es infrecuente que establezcan lazos de amistad grupales en sus relaciones laborales.
Quien accede a una cierta relación de proximidad lo hace, a lo sumo, con una sola persona.
Raramente cuenta con un espacio grupal donde poder intercambiar ideas y sostener un vínculo dialógico.
Ante esta situación, considero central crear el marco propicio para que surja el dialogo de cada uno con los otros y también consigo mismo.
En mis primeras experiencias en este campo comprobé que para los varones suele ser difícil escuchar a quien manifiesta un problema, así como tolerar la angustia que provoca. Lo primero que vemos aparecer es la burla.
La reacción es la risa nerviosa e irónica para distanciarse y evitar sintonizarse con el conflicto. De este modo se resuelve el riesgo del contagio y quien se sincera queda en el lugar del excluido.
Esta modalidad evoca -nuevamente- aquello de que “los hombres se hacen a los golpes”.
Así es también como los varones tienden a no contar nada de lo que les pasa y a aguantar sin expresar verbalmente sus dolores o padecimientos.
La otra tendencia que observo es la de aconsejar, sin poder contener la ansiedad ni el impulso de dar la solución.
Esto, de alguna manera, pone al que tuvo el coraje de mostrarse en el lugar de un tonto al que no se le ocurrió la respuesta adecuada para su problema.
Por eso, cuando convoco a un grupo de varones propongo reglas de interacción que generen un clima en el que, a partir del relato de alguno de los integrantes, los demás se dispongan a resonar desde su propia historia.
Algo a tener en cuenta es que acceder al ámbito de la intimidad no aparece connotado positivamente, porque requiere conectarse con aspectos postergados que aparecen como desconocidos.
Surgen dificultades, contradicciones y angustias que adquieren un perfil particular en cada varón.La venta de una imagen exitosa y potente, y la urgencia que captura todos los proyectos son moneda corriente en la vida cotidiana de los varones.
Esto inhibe el contacto de cada uno consigo mismo y en el encuentro con el otro.
La riqueza e importancia de pensarse a sí mismo, la posibilidad de una relación empática hacia los otros y el placer de conectarse con la propia afectividad sólo es descubierta después de haber iniciado el camino.
Antes, el sentido de una reflexión de esta naturaleza no se presenta con claridad; sólo aparecen vivencias de crisis y/o sentimientos de curiosidad.En los grupos espontáneos, la competencia -ya sea a través de la ironía o de la broma- suele constituirse en obstáculo para el encuentro, y si no tenemos esto en cuenta en la coordinación de grupos de varones se hace difícil abrir una zona de sensibilidad que lleve a una experiencia de intimidad y sinceramiento tan gratificante como fecunda.
La apertura de esta zona, la sensación de sentirse sostenido y la confianza en el otro ofrecen la posibilidad de un espacio dialógico poco frecuente en la vida cotidiana, donde escuchar y ser escuchado deja de ser sinónimo de riesgo.
Entre varones asoman también las intensidades de la energía masculina.
El lugar que ocupa la amistad y la intimidad se hace visible. Para algunos varones el temor a la homosexualidad funciona como obturador de los encuentros.
En las reuniones se accede al reconocimiento de la propia sensibilidad; pudiendo diferenciar entre sensibilidad y blandura, firmeza y dureza. Se abordan las posibilidades y los límites de la confianza; los ideales heroicos que rigen las acciones de la vida; la dificultad para reconocer las propias necesidades y el imperativo de proveer a las de otros; los resentimientos; las restricciones en la capacidad de vivir, amar y alegrarse; el vínculo con los varones significativos de su vida -padre, abuelos, hijos, maestros, etcétera-; el trabajo; el amor y la familia; el dinero y la salud; las posibilidades de nutrirse y sostenerse entre varones.
Así como entre los múltiples abordajes individuales me ha resultado particularmente provechoso con varones el abordaje con EMDR – Movimientos oculares de Desensibilización y Reprocesamiento – ; en el trabajo con grupos el psicodrama ofrece un instrumento y una perspectiva de suma utilidad.
Partiendo de la improvisación de escenas de la vida cotidiana e investigando las maneras en que cada uno se sitúa en las circunstancias particulares de su vida, nos abrimos a la multiplicidad de roles que cada uno puede desempeñar.
En este marco dialógico, las lecturas, el análisis de películas, novelas y obras artísticas, aportan materiales muy ricos para pensar desde un razonamiento que no esté divorciado de la emoción.
El juego de roles también es útil en el proceso que implica tomar contacto con la vida emocional, aprender a reconocer y “sostener sin tener que aguantar” las propias sensaciones.
En este sentido quiero subrayar el alto nivel de medicación con que muchos varones llegan a la consulta. En la mayoría de los casos el uso de psicofármacos está al servicio de anestesiar la eclosión de emociones cuya percepción genera impresiones de caos. Esta negación al reconocimiento de las propias problemáticas también lleva a resolver los conflictos afectivos a través de conductas compulsivas llegando en muchos casos a “accidentes”. El caso de un paciente de 25 años sirve de ejemplo a este fenómeno.
P llegó derivado por un colega que ya me había comentado que esta persona estaba atravesando un momento de crisis y tenía una gran desconfianza tanto en la psicología como en los psicólogos, además de expresar un profundo rechazo hacia quien le propusiera un diálogo desde códigos diferentes a los que él manejaba.
En su primera entrevista, P se muestra como un varón asimilado al modelo de proveedor (de su madre, novia, amigos, compañeros, etcétera.) Ha logrado triunfar “desde la nada” con empeño, voluntad, esfuerzo y tesón. Ha conseguido mucho de lo que se propuso. Pero no llega a comprender la ruptura con su novia después de siete años de relación y dos de convivencia; ni la muerte de uno de sus amigos íntimos.
P dice: -” Éramos seis, fue el primero en ganar mucho dinero, entró en la diversión fuerte, embarazó a la novia de hacía unos meses, se iba a casar aunque no quería y dos días antes se estrelló a 160 con la moto.
Me quedó la sensación de no haberle dicho lo que me parecía. No lo pude ayudar, nos cuesta hablar de eso en el grupo.”Para finalizar, quisiera rescatar varios de los aspectos que han guiado mis reflexiones:
La importancia de captar la fragilidad –oculta muchas veces detrás de una fachada de autosuficiencia- e investigar el balance entre los recursos y las demandas percibidas.Tener en cuenta que el trabajo esta íntimamente ligado a la identidad de casi todos los varones y que, en muchos casos, puede llegar a ser independiente del rol proveedor.Considerar la dificultad para pedir y recibir ayuda, ya sea en forma de asistencia profesional, amistosa o de cualquier otro orden.Reconocer y trabajar desde el particular nivel de dificultad de los varones para el contacto con las emociones, principalmente a la hora de procesar y elaborar las pérdidas y frustraciones.
Los “grupos de reflexión de varones” son mi propuesta de trabajo desde 1981. El dispositivo, además del cambio de mirada, pone el acento en modificar lo observado en los grupos espontáneos. El objetivo de los mismos es generar condiciones de seguridad psicológicas para facilitar un clima donde pueda legitimarse todo tipo de diálogos y las diferencias subjetivas.
El psicodrama ofrece instrumentos y perspectivas de suma utilidad. Partiendo de la improvisación de escenas de la vida cotidiana e investigando las maneras en que cada uno se sitúa en ellas nos abrimos a la multiplicidad de roles que cada uno puede desempeñar.El juego de roles es útil en el proceso de tomar contacto con la vida emocional, aprender a reconocer y sostener sin tener que “aguantar” las propias sensaciones.Una mirada crítica sobre el lugar del varón y la mujer en la vida cotidiana es guía por excelencia para hacer una lectura de sus discursos que no nos deje atrapados en modelos de conducta que son disfuncionales en la actualidad.
Como cierre de estas reflexiones quiero volver a plantear que la potencia como “capacidad de devenir” es la concepción que más perspectivas nos abre hoy a los varones en un mundo en transformación vertiginosa.
El poder en este sentido es tener la capacidad para metamorfosearse y aceptar el desafío del cambio. Es esta apertura la que nos permite ser arquitectos de nuestro propio proyecto vital, comprometiéndonos con la creatividad, la espontaneidad, el diálogo y la empatía en el encuentro con los otros como semejantes.
BIBLIOGRAFIA- OSHERSON, Samuel. Al encuentro del padre. Editorial Cuatro Vientos. Santiago – Chile. 1993.- KEEN, Sam. Fuego en el Cuerpo. Editorial Planeta. Buenos Aires – Argentina. 1992.- BARAFF, Alvin Dr. Hablan los Hombres. Editorial Vergara. Buenos Aires – Argentina. 1992.- MARQUES, Josep – Vicent. Curso elemental para varones sensibles y machistas recuperables. Editorial El Papagayo. 2ª Edición. Madrid – España. 1991.- BADINTER, Elisabeth. XY, la identidad masculina. Grupo Editorial Norma. Colombia. 1993.- MOORE, Robert y GILLETTE, Douglas. La Nueva Masculinidad. Rey, Guerrero, Mago y Amante. Editorial Paidós. Buenos Aires – Argentina. 1ª Edición 1993.- BLY, Robert. El Libro de la Sombra. Editorial Planeta. Buenos Aires – Argentina. 1993.- FREUD, Sigmund. Obras Completas. Volúmen XXI. James Strachey. El Malestar en la Cultura. Amorrortu Editores. Buenos Aires – Argentina. 1976- PICHON RIVIÈRE, Enrique. Del Psicoanálisis a la Psicología Social. Tomo I y II. Editorial Galerna. Buenos Aires – Argentina. 1970 / 1971.- PICHON RIVIÈRE, Enrique y PAMPLIEGA DE QUIROGA, Ana. Psicología de la vida cotidiana. Editorial Galerna. Buenos Aires – Argentina. 1970.- MORENO, Jacob Lévy. Psicodrama. Ediciones Horme. Buenos Aires – Argentina. 4ª edición: 1978.- KESSELMAN, Hernán y PAVLOVSKY Eduardo. La multiplicación dramática. Ediciones Ayllu. Buenos Aires – Argentina. 1989.
Lic. Guillermo Vilaseca – Artículo completo en www.varones.com.ar
Imagen: De la serie de dibujos en tinta china que produjo el artista plástico Pablo Flaiszman a partir de la lectura del artículo:“Varones: población en riesgo”

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