Hoy sobran las acciones, pero faltan las palabras
La historia de las tribulaciones del alma encuentra un mojón decisivo en la trágica saga de Edipo, cuando el protagonista -tras tomar conocimiento de haber usurpado el lecho matrimonial y asesinado a su propio padre- exclama: “Mejor no haber nacido”. Es que hasta ese momento eran los dioses quienes regían la suerte de los mortales y a nadie se le ocurría rebelarse por ello. Tal como Edipo, hoy muchos pacientes acuden al consultorio por la culpa de no haber sabido hacer las cosas o por las decepciones amorosas que le ha tocado sufrir. Hasta cierto punto, sexo y muerte continúan comandando la tragedia humana. (Basta con mirar la última versión de Star Wars).
En efecto, cada Edipo (o Edipa) traza su versión sobre los avatares que le ha deparado la vida. Sea porque “mi padre nunca me prestó atención”; porque “mi mamá es más linda que yo”; porque “ningún hombre se quedó conmigo” o porque “siempre eché todo a perder”, muchas personas tal como en la época de Freud se quejan según la singular interpretación que hacen de su padecer. Así, la condición contingente de nuestra existencia constituye el punto traumático por excelencia. Vaya como ejemplo el paciente que indignado exclama: “¡esto no podía pasarme a mí!”
Pero esto no es todo. El posterior advenimiento de la ciencia imprimió otro punto de inflexión en las pasiones del alma. Hoy la conjunción de la ciencia con el mercado ofrece objetos “listos para usar” que exacerban la ilusión de una satisfacción autosuficiente. De hecho, el ciberespacio produce sujetos aquejados de una inhibición que los conmina a repetir el círculo vicioso del aislamiento. El autismo ha dejado de ser una rareza en los cuadros diagnósticos. Allí están las selfies para testimoniar el febril culto a la estética narcisista. Y en muchos casos, las redes sociales no van más allá de constituir una serie de amontonados monólogos.
Lacan decía que uno siempre habla solo a menos que se siente delante de un analista. Hoy el espacio del consultorio cobra un renovado valor apenas alguien se siente atraído por otra cosa que el celular. Generar demanda a partir de ofertar una escucha es uno de los actuales desafíos de la clínica. Es que el sufrimiento originado en la finitud y el amor no se arreglan con operaciones estéticas ni con pastillas para el ánimo. Ninguna droga –legal o prohibida- nos libra de la neurosis y las “soluciones” estéticas lejos están de constituir una novedad. Ya en el siglo XV el filósofo Montaigne se escandalizaba por las exigencias con que la moda sometía a las mujeres: “¿De qué no son capaces, qué temen a poco que pueda esperarse alguna mejora de su belleza?”
Entonces, para nuestra sorpresa, lo nuevo en la clínica no son las cirugías ni los cambios de género, tampoco las nuevas formas de familia ni los contactos por Internet, lo realmente nuevo es la ausencia generalizada de queja, de palabras, historias e interpretaciones: lo que psicoanalistas como Eric Laurent llaman “la patología de las acciones”. Desde las adicciones, la violencia, los excesos, la pornografía, hasta los cortes en el cuerpo, un insensato empuje de satisfacción puja por suturar la angustia que abandonaron las palabras. La degradación del relato de boca en boca que Walter Benjamin anunciaba en “El narrador” parece haberse cumplido. Así, por rara paradoja, la actual tragedia es la ausencia de tragedia, provocada por la ilusión de que nada es imposible. Frente a esto, nada más alejado en la actual clínica psicoanalítica que un señor serio y callado esperando la palabra del paciente. Para que un sujeto se haga responsable de su padecer hoy los analistas apelamos a la invención. Desde sentarse con una adolescente que se daña la piel a contemplar videos de corte y confección de vestidos, hasta recibir un adicto a las seis de la mañana, porque sólo con esa expectativa el paciente logró desistir de consumir en el transcurso de la fiesta. Pareciera que hoy el cuerpo se ha desanudado de los problemas del alma. Pero la única manera de que el alma vuelva al cuerpo es la palabra que tramita lo irremediable e impredecible de la existencia. Y eso: no cambia.
Escrito por Sergio Zabalza, psicoanalista y Profesor de la UCES
C l a r i n domingo 17/01/2016
En efecto, cada Edipo (o Edipa) traza su versión sobre los avatares que le ha deparado la vida. Sea porque “mi padre nunca me prestó atención”; porque “mi mamá es más linda que yo”; porque “ningún hombre se quedó conmigo” o porque “siempre eché todo a perder”, muchas personas tal como en la época de Freud se quejan según la singular interpretación que hacen de su padecer. Así, la condición contingente de nuestra existencia constituye el punto traumático por excelencia. Vaya como ejemplo el paciente que indignado exclama: “¡esto no podía pasarme a mí!”
Pero esto no es todo. El posterior advenimiento de la ciencia imprimió otro punto de inflexión en las pasiones del alma. Hoy la conjunción de la ciencia con el mercado ofrece objetos “listos para usar” que exacerban la ilusión de una satisfacción autosuficiente. De hecho, el ciberespacio produce sujetos aquejados de una inhibición que los conmina a repetir el círculo vicioso del aislamiento. El autismo ha dejado de ser una rareza en los cuadros diagnósticos. Allí están las selfies para testimoniar el febril culto a la estética narcisista. Y en muchos casos, las redes sociales no van más allá de constituir una serie de amontonados monólogos.
Lacan decía que uno siempre habla solo a menos que se siente delante de un analista. Hoy el espacio del consultorio cobra un renovado valor apenas alguien se siente atraído por otra cosa que el celular. Generar demanda a partir de ofertar una escucha es uno de los actuales desafíos de la clínica. Es que el sufrimiento originado en la finitud y el amor no se arreglan con operaciones estéticas ni con pastillas para el ánimo. Ninguna droga –legal o prohibida- nos libra de la neurosis y las “soluciones” estéticas lejos están de constituir una novedad. Ya en el siglo XV el filósofo Montaigne se escandalizaba por las exigencias con que la moda sometía a las mujeres: “¿De qué no son capaces, qué temen a poco que pueda esperarse alguna mejora de su belleza?”
Entonces, para nuestra sorpresa, lo nuevo en la clínica no son las cirugías ni los cambios de género, tampoco las nuevas formas de familia ni los contactos por Internet, lo realmente nuevo es la ausencia generalizada de queja, de palabras, historias e interpretaciones: lo que psicoanalistas como Eric Laurent llaman “la patología de las acciones”. Desde las adicciones, la violencia, los excesos, la pornografía, hasta los cortes en el cuerpo, un insensato empuje de satisfacción puja por suturar la angustia que abandonaron las palabras. La degradación del relato de boca en boca que Walter Benjamin anunciaba en “El narrador” parece haberse cumplido. Así, por rara paradoja, la actual tragedia es la ausencia de tragedia, provocada por la ilusión de que nada es imposible. Frente a esto, nada más alejado en la actual clínica psicoanalítica que un señor serio y callado esperando la palabra del paciente. Para que un sujeto se haga responsable de su padecer hoy los analistas apelamos a la invención. Desde sentarse con una adolescente que se daña la piel a contemplar videos de corte y confección de vestidos, hasta recibir un adicto a las seis de la mañana, porque sólo con esa expectativa el paciente logró desistir de consumir en el transcurso de la fiesta. Pareciera que hoy el cuerpo se ha desanudado de los problemas del alma. Pero la única manera de que el alma vuelva al cuerpo es la palabra que tramita lo irremediable e impredecible de la existencia. Y eso: no cambia.
Escrito por Sergio Zabalza, psicoanalista y Profesor de la UCES
C l a r i n domingo 17/01/2016