No podemos evitar un gran dolor, pero sí elegir cómo vivirlo
En situaciones irremediables, es necesario acudir a las aptitudes resilientes que ayudan a sobrellevar la tragedia y también a crecer y sanar, dice la entrevistada.
La vida de Valeria Schwalb quedó marcada por la pérdida de su primera hija, de tres años y medio, por un cáncer. Pasó los últimos siete años trabajando sobre las herramientas que podrían desarrollar la capacidad de resiliencia para sí misma y para los demás. Armó así un verdadero “botiquín de primeros auxilios” para atravesar situaciones traumáticas evitando quedar aplastados por el dolor. En ese camino cruzó su experiencia con la profesión de psicóloga, considerando que no hay nada peor que rendirse al sufrimiento. Hoy, en su página web www.valeriaschwalb.com.ar, comparte historias resilientes.
¿Cómo aprender del dolor?
El dolor es parte de la vida. Las personas sentimos dolor físico, emocional, espiritual. Cuando tenemos dolor, muchas veces se nos hace insoportable y creemos que jamás saldremos de esa situación. Pero el dolor también nos coloca frente a la posibilidad de aprender lo que jamás sería igual de otro modo. Vivir un suceso traumático -una pérdida, una separación, una enfermedad, una frustración- puede llevarnos a madurar y desplegar fortalezas que desconocíamos, que estaban como una semilla sembrada que esperaba ser cosechada.
¿Qué podemos hacer para no perder el control en las situaciones más duras?
Si supiéramos desde temprano que los seres humanos vamos a sentir dolor en algún momento, y que expresarlo y elaborarlo nos lleva al autoconocimiento, comprenderíamos que la vida no es color de rosa sino que se parece a una paleta de colores. Cuando entendemos que el dolor en algún momento aparecerá, nos situamos ante la vida de un modo más realista. Y debemos sabernos capaces de superar hasta el dolor más profundo. Hay hechos que nos invaden y hacen sentir que perdemos el control. Aunque nos parezcan imposibles de atravesar, tenemos que saber que podemos elegir cómo vivirlos. Todos somos potencialmente resilientes y podemos elegir, ante lo que ocurra, la manera cómo queremos vivirlo. Podemos pararnos como protagonistas activos, o quedar como víctimas pasivas. Depende de nosotros y no del hecho en sí. No podemos evitar un gran dolor, pero sí elegir cómo vivirlo.
¿A qué se llama resiliencia?
El término resiliencia viene de la física y se refiere a la capacidad de un material de volver a su forma inicial luego de ser sometido a una presión que lo deforma. Un ejemplo de material resiliente, además de una pelota de goma o una cinta elástica, es la caña de bambú que puede doblarse sin romperse ante los temporales o vientos muy fuertes y luego volver a su estado anterior. Llevada a los seres humanos, la resiliencia es la capacidad de mantener la integridad luego de atravesar un momento de fuerte presión, con la particularidad de que nosotros sí sufrimos modificaciones al pasar por situaciones adversas. Podemos ser capaces de superar eventos dolorosos, ser transformados y salir fortalecidos de ellos.
¿Cómo se alcanza ese alivio?
La resiliencia es una capacidad que todos tenemos en potencia para poder sanar lo que no siempre se puede curar. Hay situaciones que son irremediables. Nos desesperamos por curarlo todo, por encontrar las pastillitas sanadoras, por silenciar los sentimientos, y no hacemos más que perpetuar lo que queremos erradicar. Debemos saber que no todo se cura, pero que sí podemos sanar internamente por más dolidos que estemos. Sanar tiene que ver con atravesar la pena y no con callarla. Curar es poner afuera, en otro o en algo que venga a darnos la solución. Sanar es buscar dentro de uno, darnos el tiempo para cicatrizar. Es tomar las riendas de cómo queremos vivir lo que no tiene cura.
¿Podríamos esperar soluciones químicas al dolor del alma?
No hay píldoras para el dolor del alma. Muchos buscan desesperadamente que los médicos les den “algo” para calmar su pena. Y lo que están buscando es que anestesien su dolor, al mismo tiempo que anestesian la capacidad de dar un paso adelante en su crecimiento. Sorprende la tendencia a medicalizar la vida cotidiana: “algo” para relajar y otro “algo” para tener más energía; “algo” para la tristeza y otro “algo” para bajar los decibeles. Tememos enfrentarnos a lo que sentimos por creernos incapaces de superar el dolor. Nos creemos destruidos cuando se deconstruyó lo que tenemos que articular de otro modo.
¿Por qué habría de evitarse la victimización?
Porque cuando sentimos pena de nosotros mismos nos enterramos en la situación dolorosa. Colocamos la culpa en otros o en algo externo y esperamos que sean otros quienes busquen la solución. Victimizarse es condenarse a la incapacidad, a la pasividad y a la dependencia.
¿Qué rasgos de personalidad ayudan a superar lo traumático?
Todos podemos superar un evento traumático y la capacidad de desplegar el potencial resiliente depende de las características con las que nacemos, las experiencias que vivimos y el entorno psicosocial, lo cual puede fomentar o debilitar su desarrollo. No se trata de la suerte ni del don de algunos pocos. Ni siquiera debemos atravesar un evento traumático para conocer nuestra capacidad resiliente. La resiliencia puede promoverse no sólo en momentos adversos. En los momentos traumáticos a veces vemos por primera vez lo que siempre estuvo allí, guardado entre nuestros tesoros escondidos. Algunas de las características de las personas resilientes son la flexibilidad, la capacidad de adaptarse a los cambios, la tolerancia a la frustración, la capacidad para encontrar soluciones, la creatividad, la imaginación, el optimismo, la autoestima, el buen humor, la perseverancia, la capacidad de perdón y la sociabilidad.
¿Qué papel tiene el apoyo familiar ante algo doloroso?
El apoyo familiar es importante durante toda la vida, especialmente en los momentos dolorosos. La creación de una red de contención con hilos fuertes le permite a quien está sufriendo sentirse protegido y amado. Lo que sucede muchísimas veces es que no es un solo miembro de la familia el que padece sino varios, y no siempre es sencillo congeniar los tiempos, reacciones y necesidades de cada uno. Algunas familias logran acompañarse poniendo en marcha mecanismos de adaptación a la nueva realidad, pero otros adoptan conductas disfuncionales, se vuelven intolerantes con el dolor del otro y terminan generando más conflictos. Por eso, cuando la familia entera está en crisis, otras personas serán las que puedan brindar el apoyo necesario, hasta que las heridas vayan sanando.
¿Cómo se acompaña el dolor?
Acompañar es estar, respetar el silencio amoroso, alivianar las cargas cotidianas, entender que los ritmos para procesar las situaciones dolorosas son personales y evitar tanto creer que todo lo sabemos como la incontinencia verbal, que tantos conflictos suma.
¿Por qué algunos chicos logran remontar las condiciones más adversas y otros no?
Hay niños que nacen con un potencial resiliente más desarrollado. Sufrir condiciones adversas en la infancia no es sinónimo de vivir una vida llena de fracasos. Las vivencias en los primeros años de vida son fundamentales. Un niño cuyos padres le brindan un vínculo de amor incondicional, proximidad, apego (en donde fluyan la comunicación, la mirada, el sostén) será un niño con sus necesidades emocionales satisfechas. Muchas veces son los padres quienes pueden fomentar la resiliencia desde el apego. En otros casos puede suceder que a pesar de que un niño nazca en un ambiente afectivo desfavorable, cuente con capacidades resilientes que le permitan salir adelante.
¿Qué similitudes aparecen entre niños y adultos resilientes?
Una persona resiliente, ya sea niño o adulto, es una persona cuyas características de personalidad son protectoras en sí mismas frente a situaciones adversas. Al hablar de un niño resiliente, nos referimos a un pequeño que se adapta a los cambios, que aprende de las experiencias. Un niño resiliente sabe a quién recurrir para pedir ayuda, posee imaginación y capacidad de disfrutar y jugar. Puede enfrentar las adversidades positivamente. Un adulto resiliente no tuvo que haber sido necesariamente un niño feliz. Pero una persona resiliente es una persona feliz. Porque ser feliz no tiene que ver con lo que nos suceda sino con el modo en que vivimos aquello que nos sucede. Podemos ser felices mas allá de lo que nos suceda en la vida.
En medio del dolor, ¿qué papel le corresponde al humor?
El buen humor permite darles a los hechos un significado diferente. El buen humor relaja, da placer, conecta, acerca, motiva. Nos permite tomar distancia y vernos desde un lugar distinto, incluso llegar a reírnos de nosotros mismos. Cuando eso sucede, el dolor toma otra dimensión.
Cuando un niño se enferma, ¿deja de ser niño? ¿cómo ayudarlo?
Uno de los aprendizajes más grandes que alcancé es no olvidar jamás que los niños siguen siendo niños siempre, aun cuando se enferman. Los padres debemos recordarlo a cada momento, para aliviarles el dolor. Mientras dejamos en manos de los médicos la curación física, debemos mantener sana su alma. Ninguna enfermedad debe robarles a los pequeños el derecho a ser niño, a querer jugar, escuchar música, pintar, llevar su muñeco favorito al control médico. Ningún niño debe estar expuesto, como si no oyera ni entendiera nada, a los pronósticos médicos. Un niño que sufre no está condenado a una vida de fracaso y, si sabemos orientarlo, podrá ser feliz. No podemos negarle a un niño vivir su niñez. Más allá de lo que pueda sucederle, siempre seguirá siendo un niño con deseos de niño.
Ana Frank pedía salir de la desgracia. ¿Ejemplifica la felicidad del resiliente?
Ana Frank es uno de los mejores ejemplos de una niña resiliente, porque pudo -más allá de las circunstancias tan duras y peligrosas que tuvo que atravesar- conservar su imaginación, buen humor, creatividad y motivación a través de su diario íntimo, añorando ser libre por sobre todas las cosas, valorando lo más simple y hermoso de la vida. Gracias a la resiliencia, pudo ser capaz de registrar, sentir, conservar la alegría y jamás perder la esperanza.
Escrito por POR CLAUDIO MARTYNIUK
Publicado en C L A R I N 30/06/2013