Cabezas de ranas
Aquella tarde vestías enaguas del mar
aquella tarde no había palabras capaces de dar cuenta del crimen
no había palabras
vestías enaguas del mar y ejercías la mudez cien metros más allá de mí
en la otra playa
a un paso quebraba la tarde en absurdos vuelos
tu mano zurda quieta
mi cabeza de izquierda
un duelo absurdo
absurdas faltas
absurda vos y absurdo yo
zurdas en el volar rasante
las gaviotas se implicaban en la orilla
y yo te asesinaba y me moría aquella tarde
te asesinaba y en el goce regresaba con tu sangre justificándome las manos
para salvarte y salvarme
y las manos
piel recortada de cinco en cinco
las manos nos salvaban
el frío consentía
el sol se aburría
y mansos
organizados
fecundos
los pescadores volvían en un viejo bote
trofeo posible del anciano con sombrero de paja
no nos quedaba más que eso
aprendernos yemas
espiar pescadores
expiarnos al sol
desentendernos en la furia del silencio
extendernos sobre el mullido arabesco del retorno
era lo único permitido
retorno milagroso en la caries fatal
aquella tarde vestías enaguas del mar y yo te asesiné para morirme
aquella tarde pendía de un hilván
en los hilos puñales
a medio paso la fragancia de la sangre
a la distancia del pulso los cuerpos despedazaban como al aire la tormenta
¡en la tarde no hubo perdón para ese crimen!
yo me dejé asesinar para morirte
y no quedaron pescadores volviéndonos morir
y no hubo palabras que dieran cuenta de esa absurda suma al pie de los pies
ay de tu cuerpo adivinándome la herida
ay de tu herida
ay de tu sangre
ay de la sangre enagua del mar
que las manos nos salven
que la piel nos consienta
que todo quede por decir.
Walter Vargas