El quiebre del proyecto laboral y su repercución en la vida del varón – 3ra. Parte
¿Qué hacer con el padecimiento de los varones?
Pensar en el padecimiento de los varones implica poder reconocer su sufrimiento, ver su dolor, sensibilizarse con sus males, sin por ello confundirse y considerar que es preciso salvarlos.
Ni víctimas ni victimarios, ni culpables ni inocentes, los varones son actores sociales, personas, sujetos.
El proceso de adjudicación de roles es paralelo al de la asunción de los mismos.
Es este hecho el que contribuye a la construcción del posicionamiento particular que cada varón logra en su vida cotidiana.
Entre tanto, gran parte del malestar de las masculinidades no está convalidado a nivel sociocultural por las pautas de normalidad estipuladas, tácita y explícitamente, para los varones.
Como planteara en el inicio, podemos rastrear estos criterios, por ejemplo, en refranes o dichos populares tales como «A golpes se hacen los hombres», «Morir con las botas puestas», o «Los hombres no lloran», y también en los ideales de Superman, John Wayne, etcétera.
Estas pinceladas de las expectativas puestas en los varones llevan a imaginar a un ser que busca manejar sus sentimientos -y su vida en general- a través del poderío de la razón; alguien a quien le cuesta aceptar su dificultad para vincularse afectivamente y para destinar tiempo a reconocer sus propias emociones.
Vale reiterar que convencido de que «querer es poder» y «el tiempo es oro», difícilmente pueda percibir sus crisis, admitirlas y pedir ayuda, ya sea a un profesional como a familiares y/o amigos.
La investigación sobre las masculinidades y a partir de ella la creación de una especialidad dedicada al estudio de las conductas de los varones ha legitimado el pedido de ayuda, y desde allí la posibilidad de consultar.
En mi experiencia profesional, tanto en los grupos terapéuticos como en las consultas individuales, trabajo con una población predominantemente masculina.
Esta tendencia, que en principio me producía asombro y curiosidad, cobró un sentido posible al entrevistar por primera vez a un contador de 35 años, padre de dos chicos.
Comenzó el encuentro diciendo: «Dudé mucho en pedir la entrevista. Pero, después pensé que en caso de necesitar un médico para mi hijo recurriría a un pediatra, por lo tanto, puedo plantearme que para mí necesito un especialista en varones».
Si bien la existencia de esta especialización resulta facilitadora, por ahora, la mayoría de los varones no llega al consultorio por iniciativa propia sino por sugerencia de un tercero.
Lo más frecuente es que médicos sensibilizados con este tipo de problemáticas suelan ser quienes indiquen la necesidad de psicoterapia, en lugar de someterlos exclusivamente a la maquinaria del sistema actual de salud que en muchos casos -si bien escucha al dolor- los aleja del origen de su padecimiento.
Es frecuente escuchar que «los varones cuando están enfermos son terribles». El “plus” de demanda que se pone en evidencia en este dicho es atribuible a la necesidad de una atención que va más allá del problema orgánico.
La otra cara del conflicto surge ante la dificultad de aceptar los cuidados. Sin duda, el sentirse dependiente es rechazado por quienes han encontrado su posicionamiento vital desde alguna versión del «proveedor».
Crecieron en una cultura que valorizó, y aún lo hace, su rol de “dadores”, de manera tal que ellos mismos acostumbran a su entorno a complementar esta posición, padeciendo dificultades a la hora de ponerse en el lugar de receptor.Para hacer una lectura de los discursos de hombres y mujeres que no nos deje atrapados en modelos de conducta disfuncionales es imprescindible echar una mirada crítica sobre sus roles en la vida cotidiana.
Todos nosotros, varones y mujeres contemporáneos, sólo podremos cambiar de mirada en tanto trabajemos estos temas en nosotros mismos y nos permitamos ampliar nuestros criterios.
Este sería el eje tanto del trabajo individual como de los grupos terapéuticos mixtos. De esta manera, entiendo que la co-coordinación con parejas terapéuticas heterosexuales se constituye en una oportunidad, tanto en la optimización de la tarea como en el aprendizaje mutuo.
Los «grupos de reflexión de varones» son una propuesta con la que vengo trabajando hace más de treinta años.
En un principio trabajaba con un diseño de jornadas y ciclos que duraban de cuatro a ocho reuniones.
En los últimos seis años he coordinado grupos estables en forma sistemática y continua. El dispositivo, además del cambio de perspectiva, pone el acento en ciertas cuestiones observadas en los grupos espontáneos, en los que el consejo y/o la burla ponen distancia ante el padecimiento expresado por alguien, inhibiendo así la posibilidad de generar empatía.
El objetivo es construir condiciones de seguridad psicológica para facilitar un clima donde los temas que surjan puedan ser abordados desde el protagonismo de cada uno, desalentando las generalizaciones y teorizaciones.
Si bien los varones trabajan con otros varones, es infrecuente que establezcan lazos de amistad grupales en sus relaciones laborales.
Quien accede a una cierta relación de proximidad lo hace, a lo sumo, con una sola persona.
Raramente cuenta con un espacio grupal donde poder intercambiar ideas y sostener un vínculo dialógico.
Ante esta situación, considero central crear el marco propicio para que surja el dialogo de cada uno con los otros y también consigo mismo.
En mis primeras experiencias en este campo comprobé que para los varones suele ser difícil escuchar a quien manifiesta un problema, así como tolerar la angustia que provoca. Lo primero que vemos aparecer es la burla.
La reacción es la risa nerviosa e irónica para distanciarse y evitar sintonizarse con el conflicto. De este modo se resuelve el riesgo del contagio y quien se sincera queda en el lugar del excluido.
Esta modalidad evoca -nuevamente- aquello de que “los hombres se hacen a los golpes».
Así es también como los varones tienden a no contar nada de lo que les pasa y a aguantar sin expresar verbalmente sus dolores o padecimientos.
La otra tendencia que observo es la de aconsejar, sin poder contener la ansiedad ni el impulso de dar la solución.
Esto, de alguna manera, pone al que tuvo el coraje de mostrarse en el lugar de un tonto al que no se le ocurrió la respuesta adecuada para su problema.
Por eso, cuando convoco a un grupo de varones propongo reglas de interacción que generen un clima en el que, a partir del relato de alguno de los integrantes, los demás se dispongan a resonar desde su propia historia.
Algo a tener en cuenta es que acceder al ámbito de la intimidad no aparece connotado positivamente, porque requiere conectarse con aspectos postergados que aparecen como desconocidos.
Surgen dificultades, contradicciones y angustias que adquieren un perfil particular en cada varón.La venta de una imagen exitosa y potente, y la urgencia que captura todos los proyectos son moneda corriente en la vida cotidiana de los varones.
Esto inhibe el contacto de cada uno consigo mismo y en el encuentro con el otro.
La riqueza e importancia de pensarse a sí mismo, la posibilidad de una relación empática hacia los otros y el placer de conectarse con la propia afectividad sólo es descubierta después de haber iniciado el camino.
Antes, el sentido de una reflexión de esta naturaleza no se presenta con claridad; sólo aparecen vivencias de crisis y/o sentimientos de curiosidad.En los grupos espontáneos, la competencia -ya sea a través de la ironía o de la broma- suele constituirse en obstáculo para el encuentro, y si no tenemos esto en cuenta en la coordinación de grupos de varones se hace difícil abrir una zona de sensibilidad que lleve a una experiencia de intimidad y sinceramiento tan gratificante como fecunda.
La apertura de esta zona, la sensación de sentirse sostenido y la confianza en el otro ofrecen la posibilidad de un espacio dialógico poco frecuente en la vida cotidiana, donde escuchar y ser escuchado deja de ser sinónimo de riesgo.
Entre varones asoman también las intensidades de la energía masculina.
El lugar que ocupa la amistad y la intimidad se hace visible. Para algunos varones el temor a la homosexualidad funciona como obturador de los encuentros.
En las reuniones se accede al reconocimiento de la propia sensibilidad; pudiendo diferenciar entre sensibilidad y blandura, firmeza y dureza. Se abordan las posibilidades y los límites de la confianza; los ideales heroicos que rigen las acciones de la vida; la dificultad para reconocer las propias necesidades y el imperativo de proveer a las de otros; los resentimientos; las restricciones en la capacidad de vivir, amar y alegrarse; el vínculo con los varones significativos de su vida -padre, abuelos, hijos, maestros, etcétera-; el trabajo; el amor y la familia; el dinero y la salud; las posibilidades de nutrirse y sostenerse entre varones.
Así como entre los múltiples abordajes individuales me ha resultado particularmente provechoso con varones el abordaje con EMDR – Movimientos oculares de Desensibilización y Reprocesamiento – ; en el trabajo con grupos el psicodrama ofrece un instrumento y una perspectiva de suma utilidad.
Partiendo de la improvisación de escenas de la vida cotidiana e investigando las maneras en que cada uno se sitúa en las circunstancias particulares de su vida, nos abrimos a la multiplicidad de roles que cada uno puede desempeñar.
En este marco dialógico, las lecturas, el análisis de películas, novelas y obras artísticas, aportan materiales muy ricos para pensar desde un razonamiento que no esté divorciado de la emoción.
El juego de roles también es útil en el proceso que implica tomar contacto con la vida emocional, aprender a reconocer y «sostener sin tener que aguantar» las propias sensaciones.
En este sentido quiero subrayar el alto nivel de medicación con que muchos varones llegan a la consulta. En la mayoría de los casos el uso de psicofármacos está al servicio de anestesiar la eclosión de emociones cuya percepción genera impresiones de caos. Esta negación al reconocimiento de las propias problemáticas también lleva a resolver los conflictos afectivos a través de conductas compulsivas llegando en muchos casos a “accidentes”. El caso de un paciente de 25 años sirve de ejemplo a este fenómeno.
P llegó derivado por un colega que ya me había comentado que esta persona estaba atravesando un momento de crisis y tenía una gran desconfianza tanto en la psicología como en los psicólogos, además de expresar un profundo rechazo hacia quien le propusiera un diálogo desde códigos diferentes a los que él manejaba.
En su primera entrevista, P se muestra como un varón asimilado al modelo de proveedor (de su madre, novia, amigos, compañeros, etcétera.) Ha logrado triunfar «desde la nada» con empeño, voluntad, esfuerzo y tesón. Ha conseguido mucho de lo que se propuso. Pero no llega a comprender la ruptura con su novia después de siete años de relación y dos de convivencia; ni la muerte de uno de sus amigos íntimos.
P dice: -» Éramos seis, fue el primero en ganar mucho dinero, entró en la diversión fuerte, embarazó a la novia de hacía unos meses, se iba a casar aunque no quería y dos días antes se estrelló a 160 con la moto.
Me quedó la sensación de no haberle dicho lo que me parecía. No lo pude ayudar, nos cuesta hablar de eso en el grupo.»Para finalizar, quisiera rescatar varios de los aspectos que han guiado mis reflexiones:
La importancia de captar la fragilidad –oculta muchas veces detrás de una fachada de autosuficiencia- e investigar el balance entre los recursos y las demandas percibidas.Tener en cuenta que el trabajo esta íntimamente ligado a la identidad de casi todos los varones y que, en muchos casos, puede llegar a ser independiente del rol proveedor.Considerar la dificultad para pedir y recibir ayuda, ya sea en forma de asistencia profesional, amistosa o de cualquier otro orden.Reconocer y trabajar desde el particular nivel de dificultad de los varones para el contacto con las emociones, principalmente a la hora de procesar y elaborar las pérdidas y frustraciones.
Los «grupos de reflexión de varones» son mi propuesta de trabajo desde 1981. El dispositivo, además del cambio de mirada, pone el acento en modificar lo observado en los grupos espontáneos. El objetivo de los mismos es generar condiciones de seguridad psicológicas para facilitar un clima donde pueda legitimarse todo tipo de diálogos y las diferencias subjetivas.
El psicodrama ofrece instrumentos y perspectivas de suma utilidad. Partiendo de la improvisación de escenas de la vida cotidiana e investigando las maneras en que cada uno se sitúa en ellas nos abrimos a la multiplicidad de roles que cada uno puede desempeñar.El juego de roles es útil en el proceso de tomar contacto con la vida emocional, aprender a reconocer y sostener sin tener que “aguantar» las propias sensaciones.Una mirada crítica sobre el lugar del varón y la mujer en la vida cotidiana es guía por excelencia para hacer una lectura de sus discursos que no nos deje atrapados en modelos de conducta que son disfuncionales en la actualidad.
Como cierre de estas reflexiones quiero volver a plantear que la potencia como “capacidad de devenir” es la concepción que más perspectivas nos abre hoy a los varones en un mundo en transformación vertiginosa.
El poder en este sentido es tener la capacidad para metamorfosearse y aceptar el desafío del cambio. Es esta apertura la que nos permite ser arquitectos de nuestro propio proyecto vital, comprometiéndonos con la creatividad, la espontaneidad, el diálogo y la empatía en el encuentro con los otros como semejantes.
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Lic. Guillermo Vilaseca – Artículo completo en www.varones.com.ar
Imagen: De la serie de dibujos en tinta china que produjo el artista plástico Pablo Flaiszman a partir de la lectura del artículo:«Varones: población en riesgo»