Es frecuente en nuestro medio hablar de PAREJA EMBARAZADA, y por extensión, se dice del hombre de esta pareja que está EMBARAZADO
Es frecuente en nuestro medio hablar de PAREJA EMBARAZADA, y por extensión, se dice del hombre de esta pareja que está EMBARAZADO. Esto, además de indicar una ideología y método de trabajo es, en realidad, reflejo de la incomprensión de la situación paterna frente al nacimiento de su hijo ya que sólo en la patología el hombre puede acusar síntomas orgánicos de embarazo.
El niño crece y se desarrolla a partir de la mirada ESTEREOSCOPICA que conforma el ser visto desde un padre y una madre. Esta diferencia anatómica, social y también psicológica no implica un orden jerárquico valorativo, sino que meramente describe una diferencia objetivable desde cualquier ángulo que se la mire. Ya hace muchos años que Erikson ha demostrado que la conexión de lo femenino y de lo masculino con la realidad es distinta. Y es precisamente él, quien demuestra cómo el desarrollo del organismo determina el logro de la identidad. El ser humano nace desvalido, e incompleto, requiriendo toda la cobertura social y emocional para poder alcanzar un nivel tolerancia a las inclemencias del mundo extrauterino.
Esta vivencia orgánica y luego emocional de necesidad, es generadora de un sentimiento de incompletud (castración) que a lo largo del crecimiento y maduración jamás se ha de borrar, constituyéndose en factor estructurante de la personalidad tanto en lo que hace a la salud y a la enfermedad. Este sentimiento de incompletud está inevitablemente asociado al sentimiento y miedo a la muerte y motor, necesario para la búsqueda de trascendencia en los seres humanos, teniendo diferentes significaciones en lo masculino y en lo femenino.
La incompletud, inevitable circunstancia humana, surge en el mismo momento del parto, cuando el neonato pierde el estado fetal, en el que no conocía la privación ni la demanda. El estado de parasitismo fisiológico del feto, complementado por la simbiosis emocional desde la madre, brindan una situación total, plena, donde no existe la carencia. Freud, apoyado en la concepción de la ciencia de su época y tomando analógicamente las leyes de la Termodinámica, en las que la energía tiende a estabilizarse, ubica aquí el Instinto de Muerte, pero en realidad apunta, analógicamente, a esto que es la búsqueda constante del ser humano de su completud, es imperioso encontrar el estado de Nirvana, la ausencia de necesidades, la plenitud total, pero esto no es más que encontrarse con la muerte. Esto más que ser una situación lineal, es en realidad un movimiento dialéctico. Es el encierro donde la privación total así como la satisfacción total significan lo mismo, la muerte.
No en vano, según variados autores, todo lo vinculado al nacimiento y a la muerte es una cosa de mujeres, y esto no habla de un servilismo o sometimiento de la mujer, en realidad este fenómeno bastante repetido en las diversas culturas, señala el hecho de que la mujer esté en mejores condiciones que el hombre para enfrentar la muerte, no por su superioridad, sino por tener mejores defensas, las que provienen de sus sensaciones, vivencias y significaciones de tener un útero, es decir tener dentro de sí un claustro que pudo o podría albergar a alguien (hijo) y por tanto sentirse completa, esto la tranquiliza.
En cambio el hombre, no puede “tener” un hijo, lo único que puede hacer es extender su apellido, perpetuarse en una herencia. Ser padre no es lo mismo que ser madre. El hombre está desvalido frente a la muerte. Quiere, desea, necesita, le es imperioso el hijo de su mujer. Es su salvación.
La incompletud es tanto del hombre como de la mujer, cada sexo tiene sus propias defensas frente a la angustia que esto genera, y esta angustia no es angustia de castración, esta angustia es angustia frente a la muerte, frente a la finitud. La angustia de castración no es más que una variable de esta sensación mayor.
Este sentimiento de incompletud, vinculado a los conceptos freudianos y lacanianos de castración son merecedores de una atención que escapa al presente trabajo, sólo baste decir que la sensación de estar incompleto es de distinta significación en los sexos, y por tanto la búsqueda de la completud, que nunca es alcanzada, marca caminos diferentes.
El concepto de envidia al pene, luego enriquecido por la concepción de la envidia del hombre al útero y a la capacidad nutricia de la mujer, no hace equiparable la situación sino que señala que hombre y mujer están enfrentados en una lucha sin fin, que se origina en la herida narcisística fundamental de que para poder sentir por un momento (coito) la completud es necesario el otro, destrozando las fantasías omnipotentes de la independencia. Esta lucha de sexos se profundiza cuando llegan los hijos pues como lúcidamente señala M. Abadi: los hijos son la defensa biológica frente a la muerte. El hombre no puede tener un hijo dentro de él, y lo necesita para poder perpetuarse en el mundo, necesita que su hijo, su heredero, sea una parte que ha de continuar cuando él muera. Necesita a ese hijo y sabe que ha de tener que arrancárselo a la madre ya que ella también lo necesita pero para continuar con ese hijo dentro del claustro afectivo, pues ella al sentirlo parasitando dentro de ella, ocupando ese vacío dentro de sus entrañas, que por varios meses ha brindado esa profunda satisfacción de sentirse completa, no ha de renunciar a él fácilmente.
En función de esto, podemos señalar que el primer hijo permite el ingreso a la verdadera heterosexualidad, no olvidando qué quiere decir diferencia de sexos.
Antes del hijo, la pareja está constituida en base a una alianza, en la que se ha distribuido la personalidad de cada uno de los integrantes tanto en sus aspectos maduros como los patológicos. Esta alianza tiene un contenido edípico variable en función de los puntos de salud lograda por cada uno de los dos.
De acuerdo con los distintos tipos de pareja que se puede lograr conformar, podemos enuncia tres tipos básicos, por así llamarlos. La pareja fundamentada sobre bases arcaicas del desarrollo libidinal puede ser categorizada como una pareja edípica, donde el desempeño de los roles de manera bien estereotipada va a permitir ubicar un a relación madre-hijo o una padre-hijo. Comprendiendo siempre que lo más importante no está en lo manifiesto del rol, sino en lo que él significa en lo inconciente de cada uno, y en el incociente de la pareja, al que bien llama Losso coinconciente. Esta alianza sólo permite repetir la conflictiva no resuelta de cada uno. Con todo el valor que tiene para el Psicoanálisis la repetición en cuanto intento elaborativo y de alivio frente a lo angustiante.
Otro modelo de alianza lo constituye lo que podríamos denominar pareja fraternal, donde la alianza es de dos hermanos que se unen para enfrentar los conflictos edípicos particulares. Si bien aquí los de lo femenino y lo masculino están aparentemente diferenciados, profundamente no son más que una diferenciación entre hermano y hermana más que una de hombre y mujer. Es en sí misma una pareja fundamentada en la necesidad de cada uno de tomar distancia de sus respectivas figuras parentales e intentar acceder a lo adulto.
Y por último tenemos la pareja homosexual. Es necesario explicitar que como homosexual nos estamos refiriendo a la alianza, lo que no significa que esté constituida por dos homosexuales. Llamándose así a esta complementariedad por lo siguiente: en el desarrollo de la identidad psicosexual, enmarcado en esta problemática de la completud e incompletud, tanto el hombre como la mujer, necesitan del otro sexo para complementarse, y el enamoramiento primero, el que lleva a la constitución de la pareja, es un desplazamiento amoroso de la lucha de los sexos, la que queda anulada transitoriamente. Logrado esto la pareja se siente “bien” y puede fantasear y concretar un embarazo. La anulación de la confrontación entre lo femenino y lo masculino es lo que nos habilita para llamarla Pareja Homosexual.
Es obvio que nos estamos refiriendo a todo un proceso con raíces inconcientes. Lo masculino y lo femenino son pares antinómicos. Ya se hable de envidia al pene, de fantasías, de castración, de envidia al útero o a la capacidad nutricia, siempre estamos hablando de esta lucha, en la que uno y otro tratan de eliminar el amargo sabor que falta.
Esta operativa diferenciación de las posibilidades de pareja, no implica que en la realidad vamos a encontrar tipos puros. Pero sí podemos observar en nuestra práctica una preponderancia en cada una de las parejas que vemos. Desde esta concepción podemos decir que la que está en mejores condiciones de criar hijos en salud es obviamente la última. Las tres pueden acceder a tener hijos, y las tres resuelven problemáticas distintas, también las tres pueden ser estériles tanto transitoriamente como definitivamente, mereciendo este punto un trabajo específico. Pero sí es posible aclarar que el hijo tendrá cabida en función de la plasticidad y el grado de estructuración de las alianzas que se hayan hecho.
Cualquiera de las tres que enfrente al primer hijo ha de enfrentar la ruptura de las alianzas, obligando a la pareja a una recomposición, que en algunos casos significa volver al estado anterior de la pareja, y allí nos encontramos con niños que verán dificultado su crecimiento.
La llegada de un hijo en salud, implica una ruptura de la alianza dentro de la pareja, catapultando a cada uno de los pro-genitores a los extremos de un nuevo y feraz triángulo.
Y volvemos a mirar la tragedia sofocliana y vemos que pese al oráculo y a la maldición que pesa sobre Layo, éste no accede a matar a su hijo Edipo pues él lo necesita vivo en algún lado, pese a que su hijo significa su muerte. Es cierto que el hijo y su crecimiento señala el fin de la omnipotencia y el comienzo del fin del hombre. Pese a ese destino inexorable, Yocasta toma a Edipo, no como hijo, sino como esposo, ya que ella necesita también ese hijo para que vuelva de alguna manera a sus entrañas ahora convertido en pene. Y Edipo tampoco escapa a su destino pues tiene que crecer matando a su padre para ocupar su lugar en el mundo y aceptando su desvalidez y soledad, incluyéndose en el claustro que le ofrece su madre ahora convertida en mujer.
Estar en pareja y acceder a un hijo significa aceptar esta lucha, permitiendo y favoreciendo que la Institución Pareja se sumerja en una Institución mayor, la Familia, con el consiguiente reordenamiento de las relaciones interpsíquicas.
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La figura del padre, no ha sido objeto de gran atención, quedando éste como un acompañante colaborador y espectador del trabajo de la mujer