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La bitácora de mi libro: “Por qué los hombres no entendemos a las mujeres”

Escribir el libro “Por qué los hombres no entendemos a las mujeres” fue un reto, un desafío que si bien estaba dentro de los proyectos potenciales que cada uno de nosotros acariciamos tiernamente, no terminaba de transformarse en acto.
La propuesta concreta de Silvia Itkin, en representación de Ediciones B, fue que tomara todos los textos publicados en la web varones.com.ar y los transformara en un texto accesible para todos y que así trascendiera el ámbito de los profesionales de la salud. Esto me volvió a colocar en el camino que siempre intenté transitar desde mis experiencias como maestro en el diálogo con los padres, con la gente de los barrios, en las comunidades donde tuve oportunidad de insertarme.
De todos modos tropecé con la dificultad de estar acostumbrado a manejar un código, un lenguaje profesional que me era transparente y aquí fue fundamental el aporte y las enseñanzas de Luisa Borosky que con profesionalidad y calidez me guió para que aprendiera este otro lenguaje en el que terminó plasmado el libro y en el que espero poder continuar produciendo.
En este camino ha sido muy interesante palpar cómo los diálogos con amigos, colegas, pacientes, mis hijas, mi esposa se han ido constituyendo en disparadores para darle consistencia a ideas o problemáticas que me interrogaban, trataba de abordar e intentaba desentrañar. Cuestiones de la vida cotidiana a las que todos nos enfrentamos y las transitamos muchas veces sin observarlas exhaustivamente como para poder replantear nuestra posición en ellas.
Así fue como la pasión se apoderó de mí y comencé a vibrar en esa particular sensación que da la urgencia de sentarse, abrir una computadora, conectarse a internet y dejar que las ideas balbuceadas en los diálogos ocasionales se vayan transformando en párrafos que den cuenta de lo revelador acontecido, casi sin darnos cuenta, en esas conversaciones.
Justamente me quedé pensando que en los diálogos y conversaciones del libro muchas veces intentó “considerar”, plantear el tema para que la conclusión llegue implicada y encarnada después de haber reflexionado, sin precipitar a un accionar desde consejos estándar sino aportando a que las metáforas permitan que cada cual encuentre un camino propio y vital.
Desde esta perspectiva este es un libro que intenta acompañar a construir la propia receta, aquella que dialogue con la manera de ser de cada uno y al mismo tiempo le permita encontrar las maneras de estar en la vida que lo habitan potencialmente y que todavía no han florecido.
Cuando escribí: “Por qué los hombres no entendemos a las mujeres” apunté a bucear en las complejidades de la supuesta sencillez del alma masculina para dar cuenta de cómo estos dobleces de nuestros modos de estar instalados en la vida, dificultan muchas veces la posibilidad de encuentro y empatía con quienes suelen ser nuestras compañeras de viaje, las mujeres, que desde los parámetros culturales de la época tienen reconocida su complejidad y sus enigmas.
El libro es la traducción a lenguaje coloquial de todos los artículos e investigaciones que fui generando desde los años 80, las cuales se publicaron en diversos medios científicos y que fueron dándole cuerpo a partir del ´99 a varones.com.ar.
A lo largo de los capítulos fui discutiendo los clichés o paradigmas que en tanto creencias nos confunden y contribuyen al sufrimiento en la vida cotidiana.
Para ello me apoyé en el humor, historias de vida, cuentos, películas, obras de teatro, libros y narraciones de situaciones de la vida cotidiana de grupos como de personas.
El propósito fue generar una sintonía con el lector que permitiera adentrarnos juntos en la implicación que cada uno pueda tener con esas creencias, descubrir la “complicidad” propia en la reproducción de cada una de ellas y la posibilidad de esbozar otros caminos que nos sustraigan de la repetición automática. Así, encontrar las estrategias posibles desde las que cada cual pueda sacudirse los mandatos internalizados y ensayar nuevas alternativas.
Poner en acto la creatividad que nos habita a todos en la espontaneidad de la vida cotidiana siguiendo el curso de nuestros deseos, habilitando la realización de nuestros potenciales, nuestras asignaturas pendientes, tanto las conocidas como las que podemos descubrir en la acción del vivir mismo.
La invitación incluye un cambio: dejar de quedar atrapados en las mismas respuestas que nos damos hace tiempo a partir de los ¿porqués? y empezar a interrogarnos desde los ¿para qué? Este cambio en la perspectiva de la interrogación nos lleva a otra dimensión que pretendo explorar con el lector.
Comienzo por plantear cómo el ideal romántico de “la media naranja” nos propone amputar una mitad a cada uno de nosotros en aras de una simbiosis que suele terminar en asfixia, sometimiento, resentimiento, violencia y dolor.
A lo largo del libro buceamos en profundidad en algunas de estas amputaciones que predominantemente afectan a unos u otras. “Ellas dicen que somos discapacitados emocionales”
aborda la inhibición de la capacidad innata de sentir, de emocionarse, de empatizar propia de todo ser humano que recae sobre los varones, así como: “¿Dominadas por las hormonas? despliega la consecuente compensación que culturalmente recae sobre las mujeres. Unos tienen inhibida una capacidad y las otras la tienen exacerbada, dos caras de una misma monstruosidad que nos condena a una diferencia que nos hace extraños unos a otras potenciando la incomprensión, el sufrimiento y privándonos del placer de la sintonía.
En este camino no podía faltar echarle una mirada crítica al rol que los varones potenciamos a tal punto que no pocos inmigrantes que no sabían el idioma “casualmente” quedaron inscriptos por su profesión como apellido y así se definió una marca para muchas de las generaciones contemporáneas. Me refiero a los Beckerman – panadero – Fisherman – pescador -, etc. Ser proveedor aparece como el “deber ser” fundamental para un varón así como el “ser madre” ha llegado a cobrar el status de instinto – “instinto maternal” – para las mujeres.
Hoy no sólo ha caído el Muro de Berlín sino que también estamos pudiendo derribar estos muros que nos alojaban en universos aparentemente tan distantes, ajenos, específicos y enajenantes. No es tarea fácil ya que hemos internalizado estas pautas, del llamado modelo patriarcal, desde nuestra tierna infancia. Tanto unos como otras tendemos a reproducirlo y sólo desde un esclarecimiento, una conciencia, una práctica y mucha tolerancia con nuestras propias contradicciones podremos ir haciendo aportes a un mundo
mejor. Un mundo con igualdad de oportunidades para unas y otros, con inclusividad para las diversidades que avalen las distintas maneras de ser varón y ser mujer que son posibles en tanto somos todos únicos e irrepetibles.
Para transcurrir este camino de replanteo de los roles en la vida cotidiana, revelarnos a los mandatos de la cultura dominante y asumirnos como arquitectos de nuestros destinos apostando al despliegue de nuestras potencialidades es imprescindible el diálogo tanto a través de las palabras como en la acción misma.
De aquí que también me pareció indispensable abordar la idea de que “No podemos hablar”. Nuevamente quise resaltar que varones como mujeres podemos hablar con la consecuente sensación de plenitud y placer al comunicarnos. El tema es que muchas veces no percibimos que como resultado de todo lo que venimos describiendo, hablamos en idiomas distintos.
Si bien no lo parece, en realidad, usamos las mismas palabras pero con significados distintos o para ajustar mejor la metáfora es como si usáramos partituras en distintas claves. Sólo si reconocemos esas diferencias de claves podremos intentar sintonizar y disfrutaremos de la música, de lo contrario la discordancia nos ahoga en la soledad tanto del que calla sin escuchar al otro ni escucharse a sí mismo, sin dar cuenta de lo que le pasa así como de aquel que vocifera o monologa catárticamente y queda aturdido por sus palabras casi sin esperar una respuesta.
Sin duda otro de los condimentos esenciales de este diálogo posible entre varones y mujeres tiene que ver con la temporalidad.
La finitud es un aspecto inherente al enigma del vivir que se va esbozando en la percepción de los ciclos que vamos atravesando a lo largo de nuestra existencia.
El trabajo de ir dándonos cuenta de quiénes somos en cada una de esas etapas es múltiple. Abarca tanto el desafío de percibir cómo vamos cambiando más allá de nuestro deseo así como los devenires de quiénes nos acompañan. Cómo aquellas personas que están junto a nosotros no sólo van cambiando, sino que por momentos se nos hacen extrañas. También en muchas circunstancias estos mismos interlocutores son un espejo en quién vemos aspectos del pasaje del tiempo que tal vez no queremos observar en nosotros mismos.
Comenzar a explorar el impacto que las metamorfosis de los ciclos de la vida tienen en este diálogo dinámico del devenir de las relaciones varón mujer es el propósito de “Las cuatro estaciones”.
El reto es contemplar estas metamorfosis en un mundo abierto a los nuevos modelos vinculares y a los nuevos roles convalidando la diversidad tanto para unos como para otras.
El epílogo es una reafirmación de la invitación a implicarse que intenté ofrecerles a los lectores dando cuenta a mi vez de algunas cuestiones que descubrí al sintonizarme a mí mismo en la escritura/lectura de este libro.
Escrito por Guillermo Vilaseca
Publicado en Campo Grupal – Edición N° 162 – Diciembre de 2013

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