La corrección, la otra forma de la culpa
Aquella moral pacata y culpógena que talló la existencia de tantas generaciones tiene hoy muy mala prensa. Con toda razón, a la culpa permanente y crónica se la considera perniciosa y, se supone, en su ausencia seremos todos felices.
Aquel Dios «mala onda» que ocupaba su existencia en arruinar todo placer y disolver toda alegría que no tuviera que ver con los rituales que lo ensalzaban, quedó, se supone, sin su principal herramienta de trabajo: la culpa.
El psicoanálisis, algunas miradas filosóficas, o incluso otras maneras de ver la espiritualidad, pretendieron dejar atrás esa imagen desamorada y aguafiestas de lo moral-religioso para, de esa manera, liberar el camino hacia la felicidad. Sin embargo, no todo es tan fácil en cuanto a lo que a culpa y felicidad se refiere. Digamos que no toda culpa es perniciosa y, si bien no es el único sostén de nuestra ética, tenerla no viene mal a la hora de hacer o pensar en hacer alguna fechoría.
Sin embargo, la culpa metódica, llamada también neurótica, no se ha dado por vencida y ha penetrado, disfrazada de «corrección», en nuevos territorios, para generar «nuevas culpas», otrora impensadas.
Aquí una lista, parcial por supuesto, de las mismas:
Culpa por no tener un cuerpo perfecto según criterios de revista.
Culpa por (creer) ser malos padres.
Culpa por usar mucha agua, papel, energía, etc., por causa del daño ecológico que eso genera.
Culpa por no ser sociable y no visitar/invitar a los amigos.
Culpa por no visitar a la madre lo suficiente para que pueda ver a sus nietos.
Culpa por sentir culpa en algunas situaciones en las que, se supone, no debiera sentírsela.
Culpa por no hacer ejercicio.
Culpa por tener bienes materiales.
Culpa por no tener bienes materiales.
Culpa por no tener suficiente sexo.
Culpa por tener demasiado sexo.
Culpa por nunca haber tenido relaciones sexuales y pasar por tonto/a.
Culpa por no hacer lo que hace la mayoría.
Culpa por hacer siempre lo que hace la mayoría.
Culpa por no ser feliz.
Culpa por ser feliz? habiendo tanta gente que sufre.
La lista es interminable y será completada por cada lector de acuerdo con su paisaje y criterio personal.
Dicen (aunque habría que confirmarlo) que fue Manuel Belgrano quien dijo algo así como: «La cuestión no es cambiar de amo, sino dejar de ser perro». Esto apunta a que, más allá de que aquella culpa añeja quedó desacreditada, se delega todavía al «afuera» la validación o no de lo que hacemos, lo que en sí mismo no es negativo, salvo cuando lo que mueve a las personas es solamente complacer de manera infantil a ese «afuera», sin asumir que también el propio deseo está involucrado en la cuestión.
La culpa en sí misma no corrige nada, solamente señala (erradamente o no) algo como negativo. Si uno quiere hacer algo, lo hace, y, como corresponde al rol de adulto, asume las consecuencias. La sensación de culpa no soslaya esas consecuencias, siendo siempre aconsejable actuar en función de éstas más que en la sensación culpógena en sí misma.
Ya que estamos hablando de estas cosas que, de alguna manera, involucran la visión moral y espiritual de la vida, digamos que nada más esclarecedor que la palabra de San Agustín para vérselas con el tema de la culpa. En sus escritos dijo: «Ama y haz lo que quieras», lo que, a buen entendedor, abrió un sano panorama que nos libera de tantas disquisiciones.
Al amor se lo reconoce por sus frutos y se entiende corazón mediante. En el arte de descifrarlo se dará el caso de que la culpa deje paso a la responsabilidad, cuando, a la hora de la acción, hagamos las cosas por amor y no por espanto.
Escrito por Miguel Espeche
Publicado en L A N A C I O N
23/02/13