El varón incomprendido
Algo importante sucedió en una vieja casona de la calle de Ituzaingó: dos docenas de psicoterapeutas y afines hicieron un taller con una eminencia Argentina de maneras sencillas, que suelen ser las más sabias.
Montevideo tiene eso de no enterarse de lo importante, de lo que esta ligado a la vida académica del país, de lo que en definitiva enriquecerá la práctica de los profesionales. Pero los elegidos que participaron del taller organizado por Janus y APPAU, dos instituciones ligadas al psicodrama, estaban conmovidos. En las palabras del argentino que vino dar el taller, Guillermo Vilaseca, el tema sobre el que se trabajó parece sencillo: qué le pasa a cada uno de ellos con su vida privada y su papel profesional.
Pero de atenerse a lo que dice Vilaseca, todo es sencillo, porque su saber parte de experiencias propias, de problemas que debió resolver. Y el psicodrama es un elemento válido pero no el único. «Todas las corrientes de psicología se hacen preguntas y encuentran respuestas que hay que atender. El problema no está en el enfoque sino en la construcción de iglesias con los enfoques».
Temas fundamentales a investigar: la relación de lo varones con su padre y con los hijos
Con esa amplitud de miras, Vilaseca llegó a Montevideo de su Buenos Aires invitado por Janus, o centro de estudios e investigación de psicodrama, y por la Asociación de Psicoterapia Psicodramático-Analítica del Uruguay, APPAU y eso dio oportunidad de conversar con un hombre que tiene diferencias con las feministas tontas porque trabaja, y en serio, con los padecimientos de los varones a consecuencia de lo que la sociedad y ellos mismos presumen que deben ser y hacer en la vida.
Hace mucho, cuando Vilaseca no era licenciado en Psicología ni psicodramatista, ni tenía como hoy curriculum muy rico que excede Argentina, ni 47 años y dos hijas; cuando sólo tenía 15 y sólo era mayor de tres hermanos, convenció a los otros dos y los hermanos convocaron a sus se quedaba a cargo de la casa. Esas preguntas sobre los respectivos papeles del varón y la mujer fueron parte activa de su adolescencia y reaparecerían en su vida mucho después. Para entonces ya había sido maestro y profesor de matemática, y descubierto a los 22 años técnicas que luego, en un congreso en 1973, supo eran de psicodrama. El las había usado para explicarle teoría de conjuntos a los maestros formados a la antigua y luego también a los padres para que éstos pudieran ayudar a los alumnos. Luego llegó a trabajar con niños con dificultades de aprendizaje y por ese camino encontró en la psicología una disciplina que le abría el campo para albergar todas sus inquietudes, «y entonces decidí que no haría ninguna otra carrera (profesional); desde entonces he cumplido».
Siguió siendo la persona pragmática, concreta, de toda la vida, y encontró las ventajas del trabajo en grupo y supo rechazar la tendencia confesional: no por contar todo lo que a cada uno le pasa por la cabeza mejoran las cosas. Con la conclusión en mano de que la gente no estaba interesada en socializar sus lamentos, vio en el trabajo en grupo la «posibilidad de que cada uno encuentre alternativas a la situación de profundos cambios que se viven, que aparezcan otras perspectivas y que se rearme el tejido social», dañado por los tiempos que se viven.
Con ese camino recorrido, encuentra pacientes varones abandonados por su mujer que no entienden lo sucedido porque creen haber cumplido con lo que se esperaba de ellos, «su posicionamiento vital como proveedores. Se acostumbran y convencen a su entorno de que ellos son los dadores, y padecen dificultades para recibir».
Reúne entonces un grupo de doce hombres para conversar de la vida. Ellos no eran necesariamente profesionales y lo que transmitían en ese taller tan poco ortodoxo eran experiencias de vida. Al principio «iban poco, se comprometían a mucho y después llamaban para ver qué había pasado. Comprobé que hablar desde los ideales no resultaba muy útil para saber qué había pasado».
A esa altura, inicios de la década pasada, empezó a usar técnicas de psicodrama en esos grupos, como juegos y representación de escenas de la vida cotidiana para luego promover opiniones sobre lo representado. En ese trabajo, Vilaseca «desalentaba valoraciones sobre la experiencia de vida y alentaba la comparación de experiencias y la asociación de situaciones. A todos nos pasan cosas distintas que, en últirna instancia, son parecidas».
Entonces empezaron a aparecer temas fundamentales a investigar: la relación de los varones con su padre, con los hijos y los hijos varones en particular, «el mito del boy scout, siempre listo para el desempeño sexual, y derivado del mito del héroe», y la relación con la mujer, a lo que en los últimos tiempos se agregó con mucha relevancia la relación con el trabajo y en particular con el dinero; tal vez un signo de los tiempos.
Esos grupos han ido creciendo. «A los hombres les cuesta trabajo, y afirman que llegan a ellos de casualidad. Pero empiezan a trabajar y expresan alivio. Además, produce un efecto interesante en la familia. Al principio, ésta se opone, considerando tal vez que va a exacerbar su machismo. Luego le recuerdan la cita». Sería cuestión de probar, pero tal vez el machismo uruguayo le proporcione novedades teóricas al trabajo de Vilaseca.
Reportaje al Lic. Guillermo Vilaseca con motivo de la realización de un taller sobre la problemática del varón; Martes 27 de Octubre de 1998, Diario «El Observador», Montevideo, Uruguay