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Gente sin capacidad ni interés de ponerse en el lugar del otro

Hacer la vista gorda. Mirar a alguien por encima del hombro. Esas metáforas de la conducta despreciativa o condescendiente son más que meras descripciones. Sugieren, y con un grado de exactitud sorprendente, la distancia social entre quienes tienen más y menos poder, una distancia que va más allá del plano de las relaciones interpersonales y que podría exacerbar la creciente desigualdad en los Estados Unidos y en buena parte del mundo.
Investigaciones recientes demuestra que la gente que tiene más poder social presta escasa atención a quienes tienen poco poder, algo que se ha observado, por ejemplo, en el caso de desconocidos en una sesión de presentación de cinco minutos, donde la persona más poderosa da menos muestras de prestar atención del tipo de asentir o reírse. También es más probable que manifiesten esa falta de atención por medio de expresiones faciales y que monopolicen la conversación, interrumpan o ignoren al interlocutor.
El uso de la micropolítica de la atención interpersonal para entender el poder social, sugieren los investigadores, tiene implicancias para las políticas públicas.
Por supuesto, en toda sociedad el poder social es relativo: todos podemos encontrarnos en una interacción en la que ocupemos un lugar más alto o más bajo, y la investigación demuestra que el efecto persiste. Si bien quienes son más poderosos nos prestan menos atención que nosotros a ellos, en otras situaciones en que estamos en un lugar más alto tendemos a prestar menos atención a los que están uno o dos niveles más abajo.
Una condición indispensable para la empatía es prestar atención a la persona que sufre.
En 2008, psicólogos sociales de la Universidad de Amsterdam y la Universidad de California, Berkeley, estudiaron a pares de desconocidos que se contaban mutuamente problemas que habían experimentado, tales como un divorcio o la muerte de un ser querido. Los investigadores comprobaron que la diferencia se manifestaba en la minimización del sufrimiento. Los más poderosos daban muestras de menor compasión ante los problemas que describían los menos poderosos.
Dacher Keltner, un profesor de psicología de Berkeley, y Michael W. Kraus, profesor de psicología de la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign, han realizado buena parte de la investigación sobre el poder social y la falta de atención.
Keltner señala que nos concentramos en aquello que más valoramos.
Mientras los ricos pueden contratar ayuda, quienes tienen ingresos más bajos valoran más sus bienes sociales, como la vecina que nos cuida a un hijo desde que éste vuelve del colegio hasta que regresamos del trabajo.
La diferencia económica termina por crear una diferencia de conducta.
Los pobres tienden más a las relaciones interpersonales -tanto con las personas de su mismo estrato social como con los más poderosos- que los ricos, porque lo necesitan. Pero aquellos integrantes de la sociedad que tienen más poder se relacionan con sus pares, sin duda, pero no con la gente que pertenece a un estrato inferior.
Eso tiene profundas implicancias en lo que respecta a comportamiento social y políticas de gobierno. Prestar atención a las necesidades y los sentimientos de otros es indispensable para la empatía, lo cual puede derivar, a su vez, en comprensión, preocupación y compasión.
En política, obviar a la gente que resulta incómoda puede extenderse con facilidad a obviar verdades incómodas sobre esas personas. La insistencia de algunos legisladores republicanos en reducir el financiamiento de cupones de alimentos, así como su obstaculización de la ley de salud de Obama, podrían derivar en parte de esa falta de empatía.
Desde la década de 1970, la brecha entre los ricos y todos los demás se ha convertido en un abismo.
La desigualdad del ingreso está en EE.UU. en el nivel más alto en un siglo. Esa creciente separación entre ricos y pobres me preocupa, pero no por los motivos obvios. Aparte de la desigualdad económica, temo que se desarrolle una brecha por completo diferente, producto de la incapacidad de ponernos en el lugar de una persona menos favorecida. Reducir la brecha económica podría ser imposible si no se aborda también la brecha de empatía.
Por Daniel Goleman. Escritoy y Psicólogo. Autor de «La inteligencia emocional». Traducción de Joaquín Ibarburu
Publicado en C l A R I N – Domingo 13/10/13

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